miércoles, 15 de enero de 2014

LIBRO - MI FUGA DE IDEAS


Mi fuga de ideas
Guillermo Rodolfo Pinotti
Mi fuga de ideas

Chivilcoy, 2008
Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2008.
Todos los derechos reservados.
ISBN:
Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2008.

(Se exponen algunos cuentos)



Prólogo

Los personajes de estos relatos de Guillermo Pinotti no necesitan de ambientes extraños o situaciones metafísicas para preguntarse por las cosas que van más allá del aquí y ahora. Se trata de gente común, con nombre y apellido e historia anónima a cuestas, que se detiene a filosofar en algún rincón concreto y ubicable de un lugar que puede llamarse Chivilcoy, Flandria o Buenos Aires.
No hay grandes cierres para los relatos. Lo que el autor quiere expresar, lo hace en el devenir de los mismos, que no necesitan de un desenlace llamativo, pues es el desarrollo el que se ocupa de sembrar la semilla que hará meditar al lector, y de esa manera, Pinotti deja que sea éste quien termine de armar cada historia por sí mismo.
La metáfora del hombre común como un perro ronda más de uno de los trabajos de “Mi fuga de ideas”. Un perro mestizo y abandonado que necesita de la solidaridad de los otros hombres para poder vivir, y que es capaz de demostrar agradecimiento. Un hombre que llega a hacerse perro, pero no con la maldición de los viernes de luna llena, sino casi acercándose a la metamorfosis de Gregorio Samsa, sólo que como resultado de la falta de trabajo.
Párrafo aparte merece la hermosa perorata de “Una porción de vida”, y la carta que le da cierre y, de alguna manera, explicación. Su aparente falta de estructura hace que el sentido del relato se vuelva atrapante por el conflicto tan cercano a nuestra experiencia,
y porque en la misma ruptura de la linealidad de la historia está la clave que hace de “Mi fuga de ideas”, una fotografía bastante
fidedigna de la última década argentina desde la mirada de quienes la juzgan.

María del Valle Grange




 Reencuentro

Desperté raro, torpe, algo confundido. Tenía la sensación de haber estado llorando y no sabía por qué. Algo oprimía mi pecho, como si quisiera explotar y no pudiese. Era imposible localizarlo con mis manos. No estaba por delante ni por atrás; parecía flotar en el medio del cuerpo. Sin ser dolor, era un malestar, como si el alma quisiera gritar y salir corriendo fuera del cuerpo.
Temprano todavía para ir a mi oficina, el mate tibio y un poco de música suave ayudaron a digerir mi extraño sentir interior. Coqui, mi perro, agitaba su cola y miraba tras los vidrios de la puerta del patio, pidiendo permiso para entrar a la cocina.
Creí bueno dejar que el sol tibio de otoño tuviera la oportunidad de dar otra temperatura a mi cuerpo, por lo que decidí abandonar la llave del auto sobre la mesa y caminar despacio por la calle hacia mi lugar de trabajo.
A pocas cuadras oigo que alguien grita mi nombre. Volteo a la derecha y reconozco en el rostro de una persona que se acerca, la identidad de Pedro Calino, un querido amigo de mi infancia.

-¡Pedrito! ¡Qué sorpresa! -exclamé.

-¡Qué alegría volver a verte después de tanto tiempo Gustavo! -contestó mientras me apretaba en un gran abrazo.

-¿Qué es de tu vida? -pregunté con emoción-. Supe que habías emigrado hacia el sur, pero no oí más de vos.

Nos miramos unos segundos como para volver a reconocernos, dejando de lado el rastro que la metamorfosis del tiempo había marcado en nosotros.
-Hace dos meses volví a Alberti con mi esposa y mi hijo. Siempre quise regresar a esta ciudad y parece que mi destino hizo que así fuera -comentó no demasiado convencido.
Sin darnos cuenta, ya estábamos en la puerta de mi oficina. Invité a Pedro a tomar un café. Podía percibir en su mirada que, como yo aquel día, tenía síntomas de estar quedándose sin pilas.

-Pasá, vení, ponete cómodo, viejo; vamos a charlar un rato – invité a mi amigo, tratando de ser lo más cortés posible-. Si tu deseo era volver a vivir aquí, seguro que estás a gusto -afirmé para dar lugar a su respuesta.

-Debiera ser -murmuró y, dibujando con su índice derecho sobre la mesa, dio espacio a una pequeña pausa, permitiéndome terminar de servir el café. Continuó casi murmurando, sin levantar la vista de su pocillo-. Me ha ido muy bien en Viedma, estuve al frente de una empresa constructora, me consolidé económicamente y formé una familia. Pero... siempre me invadió la nostalgia por mi ciudad.

-Con más razón debieras estar contento ahora, has unido a tu triunfo personal tu deseo de vivir donde más te gusta -traté de alentarlo.

-No es tan fácil, Gustavo -expresó Pedro meneando la cabeza -. Aunque recuerdes con añoranza la orilla del río, cada vez que te bañás en él te toca agua diferente... el río es otro, aunque estés en el mismo lugar y con el mismo paisaje.

Intenté hablar, pero Pedro no me dio lugar para hacerlo; con la mirada puesta sobre el escritorio, volcaba en palabras todo su sentimiento:

-En las calles de la ciudad, en cada esquina, en el barrio... en todos lados veo fantasmas... los de mis familiares, mis amigos y conocidos... y lo peor es que yo mismo soy un fantasma para muchos... soy otro, no me reconocen hoy porque guardan la imagen de lo que antes era. Y lo que más me da pena es que me hacen sentir que el haberme realizado, triunfado en lo que quería, es casi un pecado, que ya no les pertenezco ni me pertenecen... y mis afectos se quedan sin lugar, sin nadie que los contenga.

-Será cierto que "nadie es profeta en su tierra" -agregué, sintiéndome identificado con la reflexión que había escuchado.

-Puede ser... puede ser... duele sentir, como dice una canción, que "no soy de aquí ni soy de allá" -concluyó Pedro y, levantándose de la silla, saludó con la promesa de vernos muy pronto y se fue.

Pasaron por mi cabeza en un segundo los momentos de mi vida, mi infancia, la adolescencia, la facultad y mi presente. Sentí como si alguien hubiera adivinado mis pensamientos. No pude comenzar a trabajar; me dirigí a la calle con la intención de distraerme un instante, sin saber que al abrir la puerta, yo también encontraría en la vereda el fantasma de mi padre, mis abuelos, mis amigos y conocidos.
Nunca más en mi vida volví a ver a Pedro, y a veces dudo de si aquel encuentro fue realidad o fantasía.          
      





 Olvido

Siempre logra emocionarme el recuerdo de la Villa donde comenzó a tener forma el sendero de mi vida, que había sido de mis sueños y hoy todavía transito. Desde mi casa, a paso lento, luego de cruzar la vía del tren, recorría la corta avenida con palmeras hasta llegar a mi trabajo.
Era un lugar particular, diferente, único: la calidez afectiva de su gente, el respeto de los colegas y compañeros de trabajo… y los amigos que viven en mi corazón.
Para dar respiro a aquella labor de veinticuatro horas, acostumbrábamos con Jorge y Alicia, enfermeros de guardia, a salir al patio por las tardes para ver las ardillas correr por los cables de teléfono y saltar de una planta a otra. Me contaron que el fundador de la Villa las había traído de Europa, y se multiplicaron por miles en toda la zona.
No había nada mejor para poner corte al cansancio de una jornada laboriosa, que pasar a tomar un té por la casa de Tato. Salía entonces rumbo a Pueblo Nuevo, nombre con el que llamaban los lugareños a la zona de la Villa que se ubicaba al otro lado del río Luján.
Tato era un hombre de pocas palabras, pero sus silencios, los cambios en su rostro y sus frases cortas, eran los elementos justos para cada respuesta.
Era yo el encargado de llevar las facturas de la panadería “La Rosita”. La puerta entreabierta del pasillo era la primera señal de invitación y de la espera de Tato a los encuentros y charlas de cada semana.
Una mañana de aquellas, escapándome del frío y la llovizna, entré apurado y me derrumbé en una silla junto a la mesa del comedor. En el silencio de la Villa, mitad pueblo y mitad campo, el silbido de la pava sobre el fuego marcaba que el agua estaba llegando a la temperatura justa.
Apareció Tato y, con su sonrisa característica y dos palmadas en mi espalda, me dio la bienvenida y su “buen día”… así, sin palabras. Se acercó a la cocina y, ordenando cada cosa en su lugar, comenzó el ritual de la preparación del té en hebras… despacio, con el tiempo justo y necesario.
De pronto sonó el timbre. Tato se acercó a la ventana y corriendo la cortina miró para ver quién era.

-Es Chicho, mi vecino... andá y abrile -me pidió apurado, porque el jarro con agua caliente le quemaba las manos.

Después de saludarme, Chicho entró y, abrazando a Tato, le dijo emocionado:
-¡Conseguí trabajo, hermano! ¡No puedo creerlo!

-Bueno, te felicito. Contame un poco -respondió Tato, mientras se concentraba nuevamente para terminar el té.

-Es un contrato en la municipalidad… para cuidador y mantenimiento
en el cementerio.

-Si te animás, el trabajo siempre es bueno -le dije a Chicho, tomando
parte en la charla.

-La verdad, Guille, no me pongo a pensar mucho, después veo qué me pasa. Pero la necesidad me obliga. La cuestión de los muertos a todo el mundo le provoca cosa extraña -respondió Chicho.

-Es cierto -agregué-; cuando estudiaba anatomía siempre tuve un rechazo al contacto con los cadáveres, pero no queda otra que acostumbrarse si uno pretende seguir.
Tato, con la prolijidad de siempre, ya tenía los pocillos de té sobre una bandeja; colocó las facturas en una fuente y luego puso todo sobre la mesa para comenzar el desayuno.
Otra vez el silencio invadió el ambiente, hasta que el sonido metálico de las cucharillas endulzando el té y mi pedido de opinión a Tato rompieron la monotonía y quietud de esos minutos:

-¿Vos les tenés miedo a los muertos o a la misma muerte, Tato?

-Los muertos de que ustedes hablan, muertos son. Pero hay otras muertes antes y después de esa que me dicen. Una es sentirse muerto estando vivo… y la otra, luego de haber muerto, ir perdiendo los seres queridos...

-No sos muy claro, pero si vas perdiendo seres que fueron queridos después que estás muerto, no te enterás -le dije confundido.
Haciendo tiempo para responder, Tato se sirvió una factura, tomó un sorbo de té y jugando con su cucharilla entre sus dedos continuó hablando lento:

-Hace tiempo, con una mujer estuvimos muy enamorados, pero por cosas de la vida y el destino, ajenos a nuestros sentimientos, no pudimos continuar juntos. Pero ella sigue viva en mi corazón y yo sé que ella, cada vez que me recuerda, hace que yo viva en el suyo, aunque comparta su vida con otra persona. De manera parecida, los muertos siguen vivos en sus seres queridos, mientras ellos los recuerdan.

-De cualquier forma, la muerte es inevitable -interrumpió Chicho, queriendo cerrar con un resumen brusco el decir de su amigo.

-Es cierto -continuó Tato-, pero el único sustento de la muerte es el tiempo. Nunca se detiene y también se lleva a los que te recuerdan.

Esa es la verdadera muerte… el olvido. Uno comienza a estar muerto cuando ya nadie te tiene presente, estés con vida o no. Tal vez sea una de las razones de la existencia…
Con el desayuno terminado y el peso del cansancio que aplastaba mi cabeza, estreché la mano de Chicho y, con dos palmadas en la espalda, me despedí de Tato como siempre… sin más palabras.







 Carta de Mini para Andrés


Andrés:

Quiero que sepas qué bien lo he pasado contigo desde que tu papá me llevó a tu casa. Tal vez no recuerdes mucho porque eras chiquito... como yo entonces; pero voy a contarte: Una noche, en una ruta cerca de Cañuelas, nos habían dejado a mí y a mis hermanos perritos. Tu papi nos vio al pasar con su auto, nos corrió para poder alcanzarnos -estábamos asustados.
Fue así que una hermanita mía y yo llegamos a tu casa, cuando vivían en Villa Flandria. Teníamos mucho frío y hambre y tomamos leche tibia que nos dio tu mamá mientras vos nos mirabas.
Al principio me tenías un poco de miedo, y yo también a veces me asustaba… ¿te acordás cuando me escondí detrás de la heladera? Así fuimos creciendo juntos siendo buenos amigos.
Tiempo después nos mudamos a Chivilcoy, a aquella casa de tío Julio… jugábamos todo el tiempo que podíamos. Aprendí a abrir la puerta del patio de un solo salto cuando tu papi tomaba mate de mañana tempranito y me dejaba un rato en la cocina para charlar. ¡Qué ricas aquellas galletitas que me daba!...
Tu mami me servía la comida más rica que he comido; siempre la esperaba cuando me venía apetito. Con ella fuimos muy buenas amigas.
Fue hermoso cuando nos mudamos a la casa nueva; podíamos estar más tiempo juntos y jugar cuando volvías de la escuela... ¡y aquellos besos cariñosos que me dabas en mi cabecita!
Conocí otros perros del barrio, pero no todos eran buenos. Sólo con algunos jugaba cuando salía a la vereda.
¡Y los gatos del terreno vecino! ¡Cómo jodían con los maullidos y cuántas veces los espanté y traté de atraparlos!...
… Y los partidos de fútbol con tu papi... vos no le digas nada, pero a veces te hacía trampa en los penales.
Creo que lo que más disfrutamos fue el baño nuevo, donde me bañé algunas veces con agua tibia… ¡Qué lío se armaba cuando me sacudía para secarme!
Algunos lujos también me daba: dormía en tu cama o en el sillón cuando me quedaba sola a cuidar la casa.
Son tantos los lindos momentos que pasamos, que me gustaría que siempre nos recordemos como buenos amigos. ¿Sabés una cosa?, elegí irme cuando estabas en el colegio porque no me gustan las despedidas.
Ahora quiero que prometas algo: como fuiste mi amigo quiero que lo seas de algún otro perrito que puedas tener y que cuidará de vos y la casa y jugarán como lo hacías conmigo.
No va a ser lo mismo, porque todos no somos iguales, pero yo desde la estrellita donde ahora vivo estaré contenta viéndolos felices.
Cuando pienses en mí, cuando veas algunas de las fotos que me sacaste, cerrá los ojos y estaré allí con vos.
A un gran amigo, Andrés, un beso grande y cariñoso como los que vos me dabas. Hasta siempre.
                                   
                                                                                                               Mini


ooooooooo
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

 Entre sueños

Nunca la he descubierto,
pienso a veces, no la hay,
aunque vivo esperando
una respuesta encontrar;
¿Cómo hacer para vivir
sin tener a quien amar,
alguien que sepa brindarme
su calor y su bondad,
alguien que ocupe mis sueños,
alguien por quien suspirar…?

Después de muchos años, volví a caminar por Parque Lezama. Extendí mi paseo hasta la orilla del río y, en su último recodo a la derecha, las persianas cerradas de “El Viejo Corsario” -café que abrigó nuestros encuentros en madrugadas de intencionados desvelos - volvieron a mi conciencia el tiempo transcurrido.
Parecía dibujarse tu imagen frente a mí en cada calle, en cada esquina; pero te perdías en la difusa visión que las lágrimas y la neblina de aquella mañana permitían a mis ojos.
Un suspiro profundo y el ademán de querer encender un cigarrillo, intentaban disimular mi angustia ante cada recuerdo que nacía. El paseo en bote los días feriados, los encuentros nocturnos en caminitos del fin del mundo, los reflejos de luna llena, el coro de cómplices ranitas, los bichitos de luz que nos hacían mil guiños, fueron testigos de nuestro amor y nuestros mimos.
Aquel bar que tanto te gustaba en la calle Libertad, donde ansioso e inquieto distraía el tiempo tomando café y esperaba tu llegada, fue el lugar donde una birome prestada y una servilleta de papel sirvieron para expresarte mis primeros sentimientos:

¿Por qué niegas que me amas
si tu mirar te delata,
si enrojecen tus mejillas
y tus pupilas dilatan…
cuando pronuncio tu nombre,
cuando a los ojos te miro,
cuando me quieres hablar
y son tus palabras suspiros...?

Fueron tus ojos de cielo y rayitos de sol, en aquellos días de juventud, quienes dieron a mi vida un brillo diferente. Dudo, si el amor pudiera dar forma a una pintura, si Quinquela hubiera tenido colores suficientes para expresar el nuestro, en una de las suyas...
Pero la vida tiene sus trampas, sus sorpresas y sus tiempos diferentes para cada uno. Quizás sea esa incertidumbre la que dio mayor vértigo a nuestro sentir y así, el amor nos dio placer y también nos enseñó a sufrir.
El frío de mi alma llegó a mis huesos. Regresando sobre mis pasos, al llegar al bodegón cercano a Defensa y Brasil, en vano fue aquel plato de sopa caliente y una copa de vino tinto para darle calor a mi existencia.
Volvías a mi memoria y, al cerrar los ojos, te hacías presente... Así nuevamente caminamos por la feria de artesanos, otra vez te probaste aquellos collares y anillos..., te regalé ese osito de peluche que abrazaste con ternura... y te acompañé hasta la estación de trenes, aquella tarde que te fuiste de la ciudad. Compartimos el último café, y como no tuve coraje para verte partir, bajo aquella recova de gruesas columnas te abracé fuerte largos minutos y, luego de aquel dulce beso que nos dimos, un hasta siempre marcó el comienzo de mi llanto volviendo a casa, derramándose en versos que nacieron con tu ausencia:

Cual estrella fugaz en el cielo,
recordarte ilumina mi ser,
imposible poder olvidarte,
imposible borrar ese ayer.
Una tarde lejana de octubre,
me perdí en la luz de tus ojos,
la frescura y color de tu rostro
y lo dulce de tus labios rojos.
Tú me diste lo que ahora no tengo,
lo que nadie pudo reemplazar,
¿Dónde estás con tu voz hechizante?
¿Dónde estás con tu tierno mirar?
Y te fuiste como tantas cosas
que tal vez nunca volverán,
o quizás el azar de la vida
algún día nos vuelva a encontrar.



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Letras de vida

El camino a aquella escuela del Gran Bueno Aires tenía una geografía distinta al sendero que lleva a una escuela rancho del norte argentino, pero destilaba olores, carencias, sufrimientos y dolores que sólo podían calmar la vocación a la que el destino obligaba a muchos maestros, arraigada en el corazón de otros; y volcada en los corazones sedientos de aquellos jóvenes.
Romina llegó temprano aquella mañana. Sola en el aula, miró hacia arriba; intentaba dificultar la caída de algunas lágrimas que acompañaban su tristeza. Eligió una mesa del fondo del salón y se derrumbó sobre ella, casi dormida.
Con un ruido semejante a una maratón, entró Alejandra, la profesora
de Lengua:

-¡Holaaa! ¿Cómo te va, Romi? ¡Seguro terminaste el trabajo para hoy, muy bien que madrugaste tanto!

-Se equivoca, Seño... estoy sin dormir…

-¿Qué te pasa?

-En mi casa hubo pelea. Mi viejo volvió en pedo como siempre, comenzó primero a discutir con mi hermano mayor y luego golpeó a mi vieja. No pude más y me fui. Se me ocurrió venir al colegio temprano...

Silencio. Nada pudo desatar el nudo en la garganta de la docente. Abrazó a Romina algunos minutos mientras soltaba su llanto contenido. Poco a poco, la llegada de los demás alumnos dio lugar a que el sol se sintiera con más intensidad asomando en las ventanas.
Se oyó el timbre, y de inmediato el murmullo adolescente fue menguando para dar lugar a que Alejandra, la profesora del curso, con mirada fija y persistente, recorriendo cada rincón, anunciara que la clase comenzaba:

-Bueno, chicos… el tema de hoy es sobre los mitos y leyendas... ¿averiguaron algo?

-¡Yo traje sobre los duendes, profe!! -gritó exaltado Bordón, motivo suficiente para que todos descargaran una cascada de risas en el salón.

-A ver, Bordón -animó con voz suave la docente-, ponete de pie y explicá un poco...

Bordón se paró, acomodó los fondillos de su pantalón y con voz titubeante desplegó su conocimiento:

-Vea, señorita, yo no tengo problemas, pero si se cagan de risa me siento y listo.

-No va a ser así, Bordón... dale... ¿De qué vas a hablar?

-De los duendes -contestó, tomando aire como para darse importancia.

Una estampida como silbato se oyó repentinamente, y al unísono explotaron otros descargando la presión que en el pecho y el estómago les provocaba contener la risa.

-¡Silencio, chicos, escuchen a su compañero! -pidió Alejandra-. Bordón, leé de tu carpeta, que va a ser más fácil, dale...

Bordón se acomodó como para un discurso y comenzó a leer: “Los duendes son guardianes de la naturaleza, creían en ellos los vikingos y celtas... son enanos y de orejas puntiagudas. Los brujos y hechiceros los usan como ayudantes... pero hay otros que son buenos y cuidan el hogar... se deben atrapar y dejarlos dentro de botellas de color negro y soltarlos en la casa el día de Navidad o Pascuas. Ellos cuidan el lugar...”

-¡Acá tenemos uno! -exclamó Benavides señalando a Ordoñez.

-¡Benavides, te vas afuera y a Dirección! ¡Es increíble que no podamos
avanzar! -gritó desorbitada Alejandra.

-¡Yo traje del Pompero! -interrumpió Gómez queriendo participar…

Alejandra tomó su frente con ambas manos y luego apretó sus ojos; hizo una pausa y asintió con un gesto para que Gómez continuara.

-En Paraguay, me dijo mi abuelo que es paraguayo, se llama Cuarahú - Yará, viene de noche y se come a las mujeres solas…

-¡Cómo que se las come! -preguntó Alejandra.

-¡Sí, señorita -afirmó Gomez-, si no se le convida con cigarrillos y vino, con sólo tocarlas en el vientre las embaraza!

-Está bien, pero tengamos en cuenta que estamos hablando de leyendas y mitos, cosas que se transmiten entre los pueblos pero que no se puede comprobar... no lo tomen como verdades -aclaró Alejandra.

Severiano levantó la mano, y sin esperar a que lo autorizaran, hizo oír su queja:

-Y usted por qué dice que es mentira si no lo ha visto. Mi abuelo, que vive en Santiago, vio al Basilisco.

-¿Y que es el Basilisco?

-Es un animal muy extraño, semejante a una viborita, con un solo ojo en la frente, redondo y sin párpados. Dice mi abuelo que nace de los huevos sin yema que ponen algunas gallinas. Se esconde en cualquier recoveco de la casa y la persona que pueda verlo al ojo puede morir enseguida o quedar ciega. Para matarlo hay que hacerlo mirar en un espejo y muere de espanto.

Severiano terminó su exposición y todos quedaron pensando hasta que Alejandra intentó una explicación integral:

-Las leyendas y mitos dependen de la cultura de cada pueblo; no deben tomarlas como realidades...

-¿Usted entonces dice que mi abuelo miente? -interrumpió a Alejandra, enojado, Severino-. Yo le aseguro que él vio al Basilisco -continuó- y otros familiares también. ¿Usted no cree en Dios y en la Virgen de Luján, señorita? Sin embargo, nunca los ha visto.

Romina se puso de pie y defendió a su maestra:

-¡Por favor! ¡Esto es una clase, no pueden atacar así a la mejor Seño que tenemos y nos acompaña en todo!

-Es cierto -sumó Julieta-. Y es la más bonita -agregó mientras se acercaba para abrazarla-. ¿Tiene usted hijos?-preguntó con curiosidad.

Desconcertada por el vaivén de la charla, Alejandra inspiró suave y contestó lentamente:

-No tengo hijos y todavía no me he casado…

La respuesta motivó un intervalo de espera al que dio fin Romina nuevamente con una frase afectuosa:

-¡Vamos, Seño! ¡Debe alegrarse!... ¡Nosotros somos sus hijos!

El timbre del recreo fue la excusa adecuada para que terminara la clase y así Alejandra diera paso a la emoción que nacía desde su corazón y hacía desbordar lágrimas de sus ojos.





Juancito

Niñez con aire pueblerino,
de la pelota de trapo
y tierra en los caminos.
Niñez de mis abuelos,
también de mis padres...
todavía había entonces
comadres y compadres.
Infancia de la rayuela,
la bolita, la payana,
noches con cantos de grillo
                                                     y con croar de ranas...

Faltaban dos horas para jugar el partido, y nada menos que una revancha contra el barrio de “Los Chinos” -nombre ganado por la delantera, formada por tres hermanos con ojitos de orientales: “el Chino”, “el Chinito” y “el Chinazo”.
La pelota de cuero, que habían comprado entre todos los pibes del barrio, era una masa pegajosa por la lustrada con grasa que le había dado Daniel.
Fernando, que se acercaba a media cuadra, gritó pidiendo que le tiren un pase y, con un patadón tremendo, Daniel hizo que llegara a sus manos.

-¡Esta pelota es un moco! -se quejó Fernando.

-Si no la preparo así, se pone pesada cuando se moja con el rocío y me revientan a pelotazos -trató de justificarse Daniel.

Gustavo, sentado en el cordón de la vereda, despeinado y con los ojos todavía pegados por el sueño, apuntó a Fernando con el pico de la pelota y trató de poner orden:

-¡¿No te das cuenta que le falta aire?! Vamos a ver si está don Martín, y si nos presta el inflador le damos más presión y queda un chiche -dijo con autoridad.

Caminaron dos cuadras hasta la casa de Don Martín. El viejo, gustoso de ayudar a los chicos, sacó de su galponcito el inflador, y mirando desde lejos a los tres, preguntó:

-¿Quién le pone el pico?

-Dejame a mí -dijo Daniel, adelantándose al resto.

Sin dudar un instante, tomó el balón entre sus manos, lo palpó con cuidado y firmeza y clavó el pico en una ranura del cuero. Un inmediato fishhhh dejó petrificados a todos.

-¡La pinchaste, nabo! ¡Le erraste a la válvula! -enojado sentenció Gustavo.

-¡Por hacer todo a último momento! -agregó Fernando con desesperanza.

-Bueno, esperemos que llegue Juancito... por ahí tiene la pelota de su primo... la que trajo la semana pasada. Si es así, estamos salvados -comentó con tristeza Daniel.

Juancito, hijo menor de una familia numerosa del barrio, era el líder del grupo y capitán del equipo. Era dos años mayor que el resto de los pibes, lo que se ponía en evidencia por el cambio de voz y el vello incipientes en sus piernas. Buen amigo y compañero, contaba con autoridad para tener la última palabra en toda jugada dudosa, y separar y defender a todos en cualquier entrevero que se presentara.

Unos minutos después, la llegada de Juancito tranquilizó al resto.
Con la pelota hecha un bollo bajo el brazo, Daniel fue al encuentro de su amigo:

-Juanchi, se nos pinchó el fútbol...

-¡No me digas! Yo no tengo otra pelota.

-¿Qué hacemos ahora? ¡Están ya casi todos en la esquina!

-Lo que puedo hacer es una de trapo bien hecha y le damos con esa -propuso Juancito.

-¡¿De trapo?! -pregunto sorprendido Daniel.

-Sí, de trapo; si está bien tirante y atada, pica y hasta rebota un poco... peor es nada...

Ante la alternativa que tiró Juancito, y sin mucho para pensar, los integrantes de los dos equipos, ya reunidos en el lugar pactado, pidieron trapitos viejos a cada vecino del barrio. Fernando, el más arriesgado, trajo de su casa un par de medias (que suponía que su padre ya no usaba) y, con un poco de hilo y una aguja de don Martín, a mitad de mañana estaba todo listo para iniciar el partido.

-Quedó bastante bien -aprobó Daniel-, pero para jugar en cancha grande va a ser difícil.
-No hay drama. Lo hacemos en Avenida Güemes con arquitos chicos. Ayer pasó la Champion y quedó un billar -aseguró Gustavo.

Dos baldosas flojas de una vereda y dos pequeños troncos que encontraron en un baldío, fueron suficientes para armar los arcos y comenzar el encuentro.
Con empate tres a tres, llegado el mediodía, se pusieron de acuerdo para seguirlo al día siguiente.
Pero aquel no era un día cualquiera; Juancito cumplía quince años. Sólo hubo un asado, una reunión familiar y un regalo especial, el que Juancito tanto quería: una bicicleta de carrera, con cambios y llantas de aluminio.
Tanta fue su alegría y ansiedad que esa noche, en medio del festejo y a escondidas, salió a pedalear por calles y senderos... sin saber que en una avenida, a esta última gambeta, el destino le haría una zancadilla.
“¡Fue penal! ¡Todos lo vimos!”, pidieron sus amigos exaltados. Y así, entre la luna de aquella noche avanzada y el sol de la próxima madrugada, todos hicieron un arco imaginario, para que Juancito, con paso firme y un tiro junto a un palo, les regalase un golazo que todos juntos gritaron abrazados.




Intrusa

Extraño presentimiento tuvo Jimena cuando Jorge la citó en un lugar distinto al que ellos acostumbraban.
Buscando que la incertidumbre y el miedo se esfumaran, eligió caminar desde Plaza Once hasta Medrano, cuando salió de la oficina.
Como seres invisibles, un sinfín de gente apresurada pasaba a su lado sin que sus sentidos lograran registrarlo.
Entró en la confitería, eligió una mesa al costado del salón y, con la vista fija en el cristal de la puerta, una penosa espera la acompañó hasta la llegada de Jorge.
Al verlo entrar, y al observar su rostro, Jimena supo que ambos compartían el temor a ese encuentro. Se saludaron con un beso y se sentaron. El pedido de té con tostadas para dos, dejó a un lado el silencio. Tomando a Jimena de las manos, Jorge, con voz entrecortada, trató de explicar el motivo del encuentro:

-Amorcito, tengo que decirte algo que no puedo demorar más dentro de mí...

-Bueno, te escucho. Nos conocemos demasiado como para que eso se convierta en un misterio -contestó Jimena.

Jorge respiró profundo, la miró a los ojos y, en forma casi automática, dio lugar a esas palabras que había pensado tantas veces cómo decir:

-Me siento raro, Jimena, incertidumbre por cosas que pueden pasar..., culpa porque puedo hacer mal a otros... y sobre todo a vos...

-Si querés decirme que lo nuestro terminó, no hagas tantos rodeos.

Te noto diferente desde hace tres meses; los mensajes al celular cada vez más espaciados, la frialdad de tu voz cuando hablamos por teléfono, la distancia que se siente aún cuando estamos abrazados...

-No te equivoques, Jimena -interrumpió Jorge-; yo no haría nada que a vos te duela… que no sea lo mejor para tu vida.

-¡Pero qué cuento me querés vender! ¡¿Dónde están nuestros proyectos de vida juntos, los hijos que íbamos a tener?! ¿Olvidaste cuánto he dado para que estemos juntos?

-Nada olvidé, mi amor -intentó decir Jorge, bajando el tono de voz-. Hay algo que se interpuso entre nosotros y que todo lo haría diferente. Resulta difícil decirte que...

-¡Tenés otra mujer! -interrumpió Jimena-. ¡No es tan difícil! ¡Decime! ¡No seas cobarde!

Jorge miró a su alrededor. Todos los presentes, en silencio y mirando de costado, disimulaban su interés en escuchar el final de la conversación.
La llegada del té obligó a una tregua y, luego de endulzar el suyo, Jorge intentó reconstruir la charla:

-Está conmigo no hace mucho tiempo. Cambió mi vida. No soy el mismo… y no sé si vos comprenderías que sólo conviviendo, tal vez, los tres juntos...

- ¡Basta! ¡¿Qué me estás diciendo?! ¡No lo puedo creer! -gritó Jimena y con el puño golpeó la mesa-. Esto debe ser un sueño, una pesadilla...

-Quizás mejor me voy -sugirió Jorge.

-Por favor -suplicó Jimena-, quisiera que tengas la valentía y me digas quién es la que hace que pierda a quien tanto amo... quién se lleva mis ilusiones, quién destruye mi vida...

De pie y ahogado en llanto, Jorge comprendió en aquel momento cuánto quería a Jimena. Pero no dudó en su decisión, y a punto de marcharse, respondió lo que ella le pedía:

-No sé cuándo la conocí, pero se instaló en mi vida; también se llevó mis ilusiones. Su nombre es Sida.


                                     



  
Fuga de ideas



Uno trata de entender el mensaje de la letra de un tango, pero hay que pasar los cuarenta años para sentir el espíritu de su filosofía.
Quizás el tiempo, por su mismo transcurso, sea la asignatura necesaria, particular y única, que no se aprueba sólo con aciertos sino también con errores.
Extraño diploma de vida entrega la experiencia. No alcanzan los consejos de los maestros, sin poder sentir el dolor propio de haber perdido alguna vez en la carrera de ser uno mismo; alquimia interior que permite sentirse íntegro al mirarse cada día en el espejo, reconociendo el pasaje de la película que el cristal nos devuelve.
Un lugar, una esquina, un boliche más, como el relato de tantas letras recitadas, era el lugar de pertenencia de algunos hombres de un pueblo del Oeste de la provincia de Buenos Aires, donde la necesidad me marcó el rumbo de aprendiz de mozo, cuando el almanaque recordaba que corría abril del dos mil tres.
Inquieto, después de una jornada con poca gente, movía la cola Petete -el perro del bar- al ver entrar al primer individuo que proponía aquella noche para compartir palabras y silencios.
Ramón, con las manos en los bolsillos y caminando lentamente, llegó a la mesa junto a la ventana, tiró sus huesos en la silla de siempre y sonrió a Petete, quien lo miraba fijo y ansioso, esperando que cayera alguna galletita o recorte de medialuna.
Quique, el bolichero, indiferente a todo su entorno, seguía pasándole el trapo a cuanta vajilla húmeda había sobre el mostrador.
El titular del diario sobre la mesa y la guerra en Irak encendió los pensamientos de Ramón en palabras. Primero como murmurando y luego en tono mayor, expresaba su sentir con la mirada fija hacia la calle a través de la ventana:

-¡Te das cuenta, Quique! ¡Otro abril que pasa y otra guerra! Y tantos recuerdos... Malvinas, la dictadura militar, la represión. Con la guerra no sabíamos qué pasaba realmente, nos cambiaban la versión. ¡Qué impotencia hermano, cuánto dolor!..., si hasta con la mezcla de sentimientos que teníamos más de uno se brotó de un patriotismo que no supo cómo desahogar.

El tema propuesto desactivó el piloto automático de Quique, quien, luego de colocar en hilera perfecta copa por copa, respiró profundo y aportó lo suyo:

- ¡Pobres soldados conscriptos! ¿Te acordás de Jorgito?..., dieciocho años tenía. Solía venir a ayudarme para ganarse unas monedas cuando iba al secundario. Quería juntar unos pesos para ir a estudiar abogacía. ¡Qué destino, hermano!

-Aparte de destino, inexperiencia nuestra, inmadurez y... casi te diría, una postura infantil; esperábamos que las potencias del mundo se pusieran a favor nuestro, contra Inglaterra. ¡Qué pelotudos! -agregó Ramón.
-¡Está clarito! -afirmó Quique-. Fijate en Irak, están masacrando al pueblo y lo más loco, ¡dicen los norteamericanos que los están liberando! Nos tratan a todos como idiotas, como si no supiéramos que todo es para quedarse con el petróleo.

-Todo tiene su fundamento -continuó Ramón, tratando de explicar-; después de tantos años de sometimiento y opresión, con generaciones nacidas en ese clima, terminás sin conocer dónde estás pisando. Nosotros todavía discutimos el hundimiento del Crucero General Belgrano como un crimen, cuando en realidad en una guerra, la canción de los derechos humanos se baila al ritmo de los más poderosos.

-Es cierto, Ramoncito, aunque se te revuelvan las tripas, la historia del mundo marca eso. Acordate del papel de Estados Unidos de Norteamérica en tiempos de Malvinas. Si trazamos un paralelo con la actual guerra en Irak y las justificaciones del gobierno del norte, solamente por intereses económicos y políticos diferentes de aquel momento no se invadió y bombardeó Buenos Aires y otras capitales argentinas, pudieron arrasar con lo que se pusiera delante con la teoría que nos liberaban de la dictadura... la misma que años antes ellos apoyaron para que se instalara, no solamente en Argentina sino en toda Latinoamérica -trató de resumir Quique.
Recién llegado al local, Corbata, sentado en un banco alto junto al mostrador, cruzó su mano izquierda en el bolsillo interior del saco tratando de adivinar dónde había puesto el encendedor que esperaba su cigarrillo apagado en la comisura de la boca.
Se hizo un silencio que Ramón y Quique respetaron, conocedores de la capacidad de síntesis de Corbata, quien escuchó la última parte de la charla y pedía, con el índice derecho en alto, un lugar para opinar:

-Escuchen bien, muchachos, si no nos invadieron todavía es debido a que saben que para apoderarse de nuestras riquezas es suficiente tranzar con políticos, traidores internos, enfermos por tener poder, que ya han regalado parte de la Argentina y tal vez lo sigan haciendo sin importarles el futuro de nuestros hijos.

Una pausa prolongada dio lugar a que sirviera el pedido de rutina: un café con leche para Ramón y un café doble para Corbata.
Nunca supe el nombre real de Corbata, apodo que cuentan se había ganado por su permanente y tradicional vestimenta, pantalón, saco y corbata al tono. Los zapatos negros que llevaba acusaban varios recambios de media suela y cicatrices que, sin mala intención, marcaban de vez en cuando los pedales de la bicicleta. Conocedor de todo y especialista en nada, pero leído como pocos.
Su figura delgada y alta, levantándose del banco, se deslizó hacia el centro del salón, y la bruma de sus ojos negros denunció su melancolía e inspiración. Afirmó fuerte una silla contra el piso para ver si aceptaba su propuesta discursiva, subió a la misma y comenzó su soliloquio:

-Agredido y agresor. Víctima y victimario. Predadores y presas. El pez más grande devora a uno mediano y éste a otro más pequeño.»¡Sentimientos o supervivencia! Lucha entre peces medianos y pequeños, donde los pocos peces grandes observan y son los únicos que sobreviven. ¿Será que para que haya poderosos siempre tendrá que haber sometidos y para que haya ricos también pobres?»El obrero reclama legítimamente a su patrón el cobro de su sueldo atrasado, y éste le comenta la crisis de su empresa, la ciudad, la provincia y el país. El obrero, hasta con culpa, se va con la mirada baja, pensando que, aunque no cobra, aún tiene trabajo.»El desocupado reclama al político la necesidad de trabajar, obteniendo un discurso vacío, soberbio, acerca de que la desocupación es un problema mundial. El desocupado vuelve a su casa sin trabajo y sin pan para sus hijos.»¿¡Tanto cuesta comprender que quien todavía tiene trabajo y puede comprarle un libro y un juguete a su hijo, no puede disfrutarlo porque su vecino no tiene cómo darle sustento a su familia!?
»Los Estados poderosos someten, condicionan y colonizan económicamente a los más débiles; no importan los niños, jóvenes, estudiantes, desocupados, trabajadores ni jubilados. Somos parte de la multitud de miserables que miramos impotentes a los pocos que se enriquecen insensibles a nuestro dolor.»

-Traé otro café con leche -interrumpió Ramón, con la voz emocionada.

-¿Con azúcar o sacarina? -preguntó Quique, frotándose las manos como para cambiar de clima.

-¿Todavía no sé a quién votar en las próximas elecciones y me complicás con preguntas pelotudas, Quique? ¡A esta altura de mi vida, con que esté dulce es suficiente!

Corbata, refugiado todavía en su mundo interior, se bajó de la silla, caminó hacia la puerta y volteando antes de salir, dijo con voz firme:

-Muchachos, mañana me hacen acordar que les cuente la última…
¡Dicen que el caballo de San Martín no era blanco!





PRESENTACIÓN EN COLEGIO NORMAL DE CHIVILCOY















PRESENTACIÓN EN PASO DEL REY








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