jueves, 1 de enero de 2015

CARNAVAL - CUENTO





Carnaval


En aquellos últimos días de febrero del 2006 terminaban mis vacaciones de verano. Al regresar a casa por lugares que hacía tiempo no caminaba, confundían a mi memoria las ahora gastadas y descoloridas baldosas de veredas que hace tiempo había visto nacer.
Sin estar invitado a la fiesta de carnaval, al toque final de batucada se hizo presente el viento arremolinado. Torbellino con polvillo y humo blanco de puestos de choripanes que bajando lentamente fueron llegando a los rincones de toda la ciudad.
Miles de papelitos bailando en el aire y centenares de latas de aerosol rodando por el suelo parecían insistir en que la fiesta no terminase.
Con esa intención anclé mi pensamiento y, desviando el rumbo inicial, decidí pasar por la casa de Pepe para darle argumento a sus horas de eterno insomnio.
La luz prendida y los ladridos de Cachilo impulsaron la idea de pegarme al timbre y sentirme bienvenido. Las estrellas y la luna se habían ido, y las primeras gotas gruesas en mi espalda anticipaban
el diluvio que vendría.
La puerta se abrió y Pepe, levantando su mano izquierda -mate en mano-, expresaba en su sonrisa la alegría por mi llegada.

-¡Guille querido! -exclamó Pepe-, te hacía veraneando por otros pagos.

-Para qué me voy a ir, si acá tenemos de todo -respondí en broma.

-De todo no quiere decir bueno, Guille... ¡Ojo, que hoy ando con un golpe en mi costado! -Pepe advirtió, con su cambio de tono, que no estaba de buen humor.

Caminando lento, fue a cebar un nuevo mate, mientras yo me acomodaba en una silla junto a la ventana para mirar la lluvia.

-¿No fuiste al corso, Pepín?

Pepe giró su cabeza en forma desafiante y expresó casi con bronca:

-¿Qué puede hacer un tipo como yo un domingo como hoy y en un lugar como éste? ¡Claro que fui!... Volví minutos antes de que vos hicieras sonar el timbre.
-¡Qué mala onda, hombre! Ni que hubieras visto a un duende… ¡Es lo que dice la cara que llevás! -contesté a modo de reto.

-¿Cómo te diste cuenta? -dijo Pepe irónicamente-; pero no vi sólo un duende... eran miles, de todo tipo... de carne y hueso como vos y yo... pero esos rostros no son de todos los días... aparecen de tiempo en tiempo.

-¡Hablás como si estuvieras loco, hermano!- dije, riéndome a carcajadas-. Para cambiar un poco el clima, estuvo bien el movimiento que hubo -afirmé.

-No me decepciones… no quiero pensar que te quedaste en el tiempo del pito y la matraca, la serpentina y el pomo… no puede ser, Guille…no puede ser -se lamentaba Pepe, queriendo dar a la charla la seriedad que no había tenido en su inicio.

-Para nada me quedé en el tiempo -contesté-, y puedo diferenciar bien la camisa fuera del pantalón, que hoy es moda, de los viejos descamisados de otros tiempos. Las carencias son parecidas, pero los ideales diferentes…

-Me vuelve el alma al cuerpo -dijo Pepe, respirando profundo-. Casi pensé que olvidaste leer entre líneas lo que quería decirte. Esos son los duendes que veo y los que me quitan el sueño, ellos son los que como hormigas aparecen para un corso como éste, para el Día de la Tradición o la fiesta de la Virgen del Carmen... y no se dan cuenta de que los usan, que siguen recogiendo migajas que caen debajo de la mesa en la que comen los que ellos idolatran, servidos con manjares que pagamos todos.

-Es cierto -afirmé-, pero lo de la Virgen del Carmen es aparte, Pepe, ahí la fe le da al que cree la convicción que todavía hay esperanza, que un milagro puede ocurrir. Pero el Día de la Tradición el asado con cuero no es para que se lo coman los duendes…y la desdicha es peor para un carnaval como éste, que cuando termina de bailar la murga los que tocan el tamboril y la corneta son los políticos para que bailemos todos, nos guste o no el ritmo que suena.

-Ahí está el asunto, ahí -entusiasmado con el tema seguía opinando Pepe-; si estos duendes son de carne y hueso como cualquiera, tienen los mismos derechos y obligaciones que todo el mundo... es una cuestión de educación, seguimos votando nuestra propia marginación.

-Es cierto -respondí impregnado con la angustia que me transmitía Pepe-, pero hay que ver que cuesta vivir día a día si uno se vuelve muy pensante, te mata, te duele todo. Es así, no me quedé en el tiempo. Conozco que “Callejeros” es un conjunto musical de hoy y un corso con entrada libre y gratuita no lo paga ni le duele al bolsillo de los que invitan. Si igual postura hubiera para otros temas…
-... otra sería la historia -interrumpió Pepe-, nadie nos diría cuándo y cómo nos tenemos que divertir ni cómo tenemos que bailar. No habría agasajos especiales para unos y para otros. No habría demagogia. La vida misma sería una fiesta.
Un relámpago y el estampido de un tremendo trueno nos dejaron mudos. La lluvia intensa inundaba la calle hasta la vereda. Pepe miró a través de la ventana, encendió un cigarrillo y, como pensando en voz alta, dijo:
-Siempre que llovió, paró.



Chivilcoy, 2012

Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-987-33-2139-9
Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2012.



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