Carnaval
En aquellos últimos días de febrero del 2006
terminaban mis vacaciones de verano. Al regresar a casa por lugares que hacía
tiempo no caminaba, confundían a mi memoria las ahora gastadas y descoloridas
baldosas de veredas que hace tiempo había visto nacer.
Sin estar invitado a la fiesta de carnaval, al
toque final de batucada se hizo presente el viento arremolinado. Torbellino con
polvillo y humo blanco de puestos de choripanes que bajando lentamente fueron
llegando a los rincones de toda la ciudad.
Miles de papelitos bailando en el aire y centenares
de latas de aerosol rodando por el suelo parecían insistir en que la fiesta no
terminase.
Con esa intención anclé mi pensamiento y, desviando
el rumbo inicial, decidí pasar por la casa de Pepe para darle argumento a sus
horas de eterno insomnio.
La luz prendida y los ladridos de Cachilo
impulsaron la idea de pegarme al timbre y sentirme bienvenido. Las estrellas y
la luna se habían ido, y las primeras gotas gruesas en mi espalda anticipaban
el diluvio que vendría.
La puerta se abrió y Pepe, levantando su mano
izquierda -mate en mano-, expresaba en su sonrisa la alegría por mi llegada.
-¡Guille querido! -exclamó Pepe-, te hacía
veraneando por otros pagos.
-Para qué me voy a ir, si acá tenemos de todo
-respondí en broma.
-De todo no quiere decir bueno, Guille... ¡Ojo, que
hoy ando con un golpe en mi costado! -Pepe advirtió, con su cambio de tono, que
no estaba de buen humor.
Caminando lento, fue a cebar un nuevo mate,
mientras yo me acomodaba en una silla junto a la ventana para mirar la lluvia.
-¿No fuiste al corso, Pepín?
Pepe giró su cabeza en forma desafiante y expresó
casi con bronca:
-¿Qué puede hacer un tipo como yo un domingo como
hoy y en un lugar como éste? ¡Claro que fui!... Volví minutos antes de que vos
hicieras sonar el timbre.
-¡Qué mala onda, hombre! Ni que hubieras visto a un
duende… ¡Es lo que dice la cara que llevás! -contesté a modo de reto.
-¿Cómo te diste cuenta? -dijo Pepe irónicamente-;
pero no vi sólo un duende... eran miles, de todo tipo... de carne y hueso como
vos y yo... pero esos rostros no son de todos los días... aparecen de tiempo en
tiempo.
-¡Hablás como si estuvieras loco, hermano!- dije,
riéndome a carcajadas-. Para cambiar un poco el clima, estuvo bien el
movimiento que hubo -afirmé.
-No me decepciones… no quiero pensar que te
quedaste en el tiempo del pito y la matraca, la serpentina y el pomo… no puede
ser, Guille…no puede ser -se lamentaba Pepe, queriendo dar a la charla la
seriedad que no había tenido en su inicio.
-Para nada me quedé en el tiempo -contesté-, y
puedo diferenciar bien la camisa fuera del pantalón, que hoy es moda, de los
viejos descamisados de otros tiempos. Las carencias son parecidas, pero los
ideales diferentes…
-Me vuelve el alma al cuerpo -dijo Pepe, respirando
profundo-. Casi pensé que olvidaste leer entre líneas lo que quería decirte.
Esos son los duendes que veo y los que me quitan el sueño, ellos son los que
como hormigas aparecen para un corso como éste, para el Día de la Tradición o
la fiesta de la Virgen del Carmen... y no se dan cuenta de que los usan, que
siguen recogiendo migajas que caen debajo de la mesa en la que comen los que
ellos idolatran, servidos con manjares que pagamos todos.
-Es cierto -afirmé-, pero lo de la Virgen del
Carmen es aparte, Pepe, ahí la fe le da al que cree la convicción que todavía
hay esperanza, que un milagro puede ocurrir. Pero el Día de la Tradición el
asado con cuero no es para que se lo coman los duendes…y la desdicha es peor
para un carnaval como éste, que cuando termina de bailar la murga los que tocan
el tamboril y la corneta son los políticos para que bailemos todos, nos guste o
no el ritmo que suena.
-Ahí está el asunto, ahí -entusiasmado con el tema
seguía opinando Pepe-; si estos duendes son de carne y hueso como cualquiera,
tienen los mismos derechos y obligaciones que todo el mundo... es una cuestión
de educación, seguimos votando nuestra propia marginación.
-Es cierto -respondí impregnado con la angustia que
me transmitía Pepe-, pero hay que ver que cuesta vivir día a día si uno se
vuelve muy pensante, te mata, te duele todo. Es así, no me quedé en el tiempo.
Conozco que “Callejeros” es un conjunto musical de hoy y un corso con entrada
libre y gratuita no lo paga ni le duele al bolsillo de los que invitan. Si
igual postura hubiera para otros temas…
-... otra sería la historia -interrumpió Pepe-,
nadie nos diría cuándo y cómo nos tenemos que divertir ni cómo tenemos que
bailar. No habría agasajos especiales para unos y para otros. No habría
demagogia. La vida misma sería una fiesta.
Un relámpago y el estampido de un tremendo trueno
nos dejaron mudos. La lluvia intensa inundaba la calle hasta la vereda. Pepe
miró a través de la ventana, encendió un cigarrillo y, como pensando en voz
alta, dijo:
-Siempre que llovió, paró.
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
978-987-33-2139-9
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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