jueves, 1 de enero de 2015

MUJER FANTÁSTICA - CUENTO


Mujer fantástica

 En aquel pequeño departamento de estudiantes no había mucho espacio, pero cada cosa que se debía acomodar, se ubicaba de alguna manera; y toda alma errante que buscaba apoyo, se contenía.
Siete de la mañana; con el mate recién preparadito, Sebastián intentó despertar a Rudi:

-¡Levantate, canalla! ¡Hace una hora que te espero para empezar
a leer un poco y ni siquiera intentaste un amague!

-¡No grités, que despacio voy... despacio voy! -respondió con esfuerzo y resignación Rudi.

-Acordate que mañana tenemos el parcial y nos falta una pila -intentó hacerle comprender mientras le alcanzaba el primer mate.

-Es que anoche no pude pegar un ojo, Seba, ¡fue una locura! ¡Esta mina del tercero me va a matar!

-¿No me digas que se te dio con Moni?

-¡Nada de eso, Sebita! -replicó Rudi mientras caminaban hacia el comedor-. ¡Si hubiera sido así, ahora estarías afuera esperando y el parcial que se vaya al carajo!... Lo que no me dejó dormir fue la fiestita que se dieron, como las de siempre, y esos gemidos de goce interminables, “aaahá, a, a, a, ahaaá”, y ¡qué sé yo cuánto, viste!... Se oye todo y me vuelvo loco.

-Rara esa mina, ¿no, Rudi?, un físico infartante, vive sola, nadie sabe qué hace, empilcha como una diosa y después de todo es buena vecina: nos ha prestado azúcar, yerba; es amable, saludadora...

¿Qué edad le das, che?

-Treinta y dos... por ahí.

-Sí, más o menos, unos diez más que nosotros. Vos, Rudi, que vivís acá, tenés que haber visto en alguna oportunidad quién la frecuenta, qué horarios maneja...

-Mirá, loquito, canto la posta. En un día normal para ella, sale a eso de las seis y media de la mañana. Cuando estoy levantado o despierto en la cama, escucho cuando cierra la puerta y empieza a bajar las escaleras taconeando. Los ratones juro que se me piantan, se abrazan entre ellos, cantan, juegan a la rayuela, ¿vos viste el cuerpito que tiene?, delira a cualquiera. Sumale a toda esta fantasía que es una mina macanuda, sencilla en el trato de vecina; y ¡encima cocina bárbaro!

-Si no me estás verseando, es la mujer perfecta -añadió sorprendido
Sebastián.

-Puede ser -respondió Rudi-, pero así como está... en su casita. El domingo pasado a eso de las once y media suena el timbre, era ella. Nos pidió un poquito de aceite de oliva.

-¡Me imagino que le dieron! -dijo entusiasmado Sebastián.

-¡No teníamos! Pero mientras yo la chamuyaba en la puerta para hacer tiempo, Enrique saltó por la ventana trasera a la cochera y fue a comprar al supermercado de la esquina. Subió por el mismo lugar y le dimos un poco en una taza para disimular. ¡Quedamos como reyes! Y como si eso fuera poco, al rato nos trajo dos porciones de fideos con estofado... ¡Espectacular!

-Sí, Rudi, pero eso del estofado le quita erotismo al asunto.

-¡Decís eso porque no la viste ese día! Hasta esa voz dulce que tiene... te hipnotiza. Cuando se fue la imaginábamos con Enrique, con delantal cortito con dibujitos de hortalizas y abajo ¡nada!

***
Sonó el portero eléctrico para darle un recreo para la fantasía. Era Enrique, que se sumaba para estudiar. Sebastián se anticipó y se aprestó a recibirlo.

-¡Rudi, arreglá ese mate que yo bajo a abrirle! -dijo, acomodando
los libros sobre la mesa.

***
Al salir del departamento hacia el pasillo quedó tieso, sorprendido. Moni venía subiendo la escalera, próxima al primer descanso. Desde arriba, Sebastián recorría lentamente la figura de la mujer. Primero comenzó por sus pechos turgentes, que parecían querer escapar por el escote de la camisa blanca; siguió por su cuello, dorado por el sol; y luego fijó la mirada en sus ojos verdes, que contrastaban con la cabellera negra recortada a la altura de los hombros.
-Hola, Negri, ¿cómo estás? -saludó Moni, disponiéndose a girar para subir la escalera hacia el tercer piso.

-Bien, bien… todo bien -sólo pudo responder Sebastián, inmerso en el placer de seguir recorriendo con su mirada, ahora desde abajo, el cuerpo de la mujer: sus pies pequeños, calzados en sandalias altas; las piernas largas, delgadas, doradas, fibrosas... y más arriba una minifalda negra muy corta que al andar trepaba por los glúteos, hasta que Moni, sincronizado el movimiento de sus manos, hacía que volviese a su lugar.

-¡Qué pasa, Seba! -gritó a modo de saludo Enrique.

-¡Ah!, ya subiste, te iba a abrir.

-Estaba abierto. Traje unas facturas.

-Bueno, me parece que vamos a seguir de recreo -murmuró como para sí mismo Sebastián-. Entremos, que Rudi está preparando el mate.
***
Desayuno de media mañana entre los tres; el tema de conversación siguió siendo Moni. Sebastián no terminaba de contar nunca su primer encuentro cercano con la hermosa y misteriosa dama; y ahora Enrique, que frecuentaba más el departamento de Rudi, hacía su aporte:

-Lo más raro, muchachos, es que aparece y desaparece como por arte de magia. Nunca la vimos acompañada, o que la traiga alguien en auto o algo así, ¿viste? El gordo del mercado contó que estudia ingeniería y trabaja en una oficina, pero bien no sabe.

- Entonces ¿cómo explican lo de las fiestitas que ustedes han escuchado? En esas ocasiones tienen que haber visto entrar o salir a alguien -cuestionó confuso Sebastián.

-Yo nunca -afirmó Rudi.

-Jamás -aseveró Enrique-, y ya hace un año que se mudó a este edificio.

Pensamiento o reflexión de por medio, Sebastián, sin hablar, quitó las migas de las facturas que habían quedado sobre la mesa, volvió a acomodar los libros a modo de invitación al estudio, y así, los tres se volcaron lentamente a la tarea que esa mañana los había convocado.
***
Después de un continuado de toda la tarde, esmerada tarea para aprobar el parcial, entrada la noche se dio lugar a la cena. Al rato, tres porciones de pizza quedaron como testigos de la ingesta, y luego, un té reconfortante.
***
El reloj marcaba las 23.30 cuando algunos ruidos, como de muebles que se corren, vinieron desde arriba.
-¡Ahí empezó! Hoy vos también sos testigo -le dijo Rudi a Sebastián-;
preparate, que empieza la función.

Todos, sin hablar, tratando de oír hasta el mínimo detalle, intentaban adivinar lo que en el departamento de Mónica ocurría. Sebastián, el más concentrado, oía fascinado el traqueté-traqueté-traqueté, acompañado de profundos gemidos orgásmicos. Una pequeña pausa, y otra vez los gemidos de placer, con otra música de fondo: tracán-tracán, tracán-tracán, minutos, largos minutos.

-Hacete unos mates, Enrique -pidió Rudi-, pero tipo tereré, frío, viste, a ver si me calma un poco. Yo me voy a acostar, así me levanto de madrugada a pegar una repasada a los temas. A las nueve tenemos que estar en la facultad.

Enrique siguió en la decisión a Rudi y, luego de compartir unos mates, se dirigieron a la habitación agotados y vencidos por el sueño. Sebastián, el que marcaba el orden dentro del grupo, luego
de lavar la vajilla, prefirió seguir leyendo.
***
Silencio y frío. Al mirar por la ventana ,ya se veía la primera claridad de la madrugada. Sebastián hizo un alto en su tarea, calentó agua para un té y pensó en gratificar su estómago con una de las porciones de pizza que habían quedado; las puso a calentar en una planchuela eléctrica.
Sentado en una silla, orientó su pensamiento al último episodio de Mónica, y no encontró forma de relacionar su aparente soledad con la experiencia vivida. El cansancio y relajación interior terminaron cuando el humo de la porción de pizza calcinada estaba a un metro del techo. Vuelto a la realidad, sacó la planchuela al balcón, corrió hacia la puerta del departamento y la abrió para disipar el humo.
***
Se sentó nuevamente en la silla y, mientras se fregaba los ojos, le pareció oír su nombre. Tragó saliva. Afinó su audición. Tras un momento tuvo la misma sensación.
No cabía duda. Era una voz de mujer que penetraba por la puerta abierta. Tomó un trago de té caliente, se levantó y a paso lento salió al pasillo, luego de encender la luz.
Esperó pocos minutos y volvió a oír su nombre. Subió la escalera cautelosamente, pero con decisión. Al llegar frente a la puerta de Mónica, observó que estaba entreabierta. Podía ver el inicio de una alfombra verde. Su respiración se agitó; tomó conciencia de su galope cardíaco. Se fundían en él fantasía, deseo y realidad.
***
Abrió bruscamente la puerta sin soltar el picaporte. Caminó luego hacia el dormitorio, de donde venía una brisa fresca por la ventana mal cerrada. Al llegar, sobre la cama, un cuerpo desnudo de mujer se dejaba adivinar por la transparencia de una fina sábana iluminada tenuemente por el resplandor que se filtraba desde afuera.
Acostada hacia abajo, abrazando la almohada, con la cabeza de costado y el cabello cubriendo su rostro, dormía Mónica. El lienzo blanco la cubría formando un todo, cual bloque de mármol destinado a una escultura. Sebastián se sentó en el borde de la cama y, con su mano derecha sobre la sábana, a la manera del cincel de un artesano, fue dando forma al bello cuerpo de mujer; primero a su cuello, después y despacio a un lado y a otro de la espalda; y bajó diseñando su cintura cóncava hacia arriba. Y fueron luego sus dos manos quienes moldearon más allá de la cintura.
Entonces Sebastián sintió el deseo de caer en el abismo de aquella hermosura, pero pudo en un instante comprender cuánto había en aquello de pasión y cuánto de locura. Inspiró profundo, tomó unos segundos, acarició el cabello de la dama y, buscando después su mano bajo la sábana, vio lo que había de realidad en aquella fantasía. Tal como en bloque de mármol en el cual a Mónica esculpía, frío, su cuerpo yacía inerte, lejano, sin vida.
***
Nunca supieron de dónde vino, jamás por qué se fue.




Chivilcoy, 2012

Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-987-33-2139-9
Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2012.

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