Mujer
fantástica
En aquel pequeño departamento de estudiantes no había mucho espacio,
pero cada cosa que se debía acomodar, se ubicaba de alguna manera; y toda alma
errante que buscaba apoyo, se contenía.
Siete de la mañana; con el mate recién preparadito,
Sebastián intentó despertar a Rudi:
-¡Levantate, canalla! ¡Hace una hora que te espero
para empezar
a leer un poco y ni siquiera intentaste un amague!
-¡No grités, que despacio voy... despacio voy!
-respondió con esfuerzo y resignación Rudi.
-Acordate que mañana tenemos el parcial y nos falta
una pila -intentó hacerle comprender mientras le alcanzaba el primer mate.
-Es que anoche no pude pegar un ojo, Seba, ¡fue una
locura! ¡Esta mina del tercero me va a matar!
-¿No me digas que se te dio con Moni?
-¡Nada de eso, Sebita! -replicó Rudi mientras
caminaban hacia el comedor-. ¡Si hubiera sido así, ahora estarías afuera
esperando y el parcial que se vaya al carajo!... Lo que no me dejó dormir fue
la fiestita que se dieron, como las de siempre, y esos gemidos de goce
interminables, “aaahá, a, a, a, ahaaá”, y ¡qué sé yo cuánto, viste!... Se oye
todo y me vuelvo loco.
-Rara esa mina, ¿no, Rudi?, un físico infartante,
vive sola, nadie sabe qué hace, empilcha como una diosa y después de todo es
buena vecina: nos ha prestado azúcar, yerba; es amable, saludadora...
¿Qué edad le das, che?
-Treinta y dos... por ahí.
-Sí, más o menos, unos diez más que nosotros. Vos,
Rudi, que vivís acá, tenés que haber visto en alguna oportunidad quién la
frecuenta, qué horarios maneja...
-Mirá, loquito, canto la posta. En un día normal
para ella, sale a eso de las seis y media de la mañana. Cuando estoy levantado
o despierto en la cama, escucho cuando cierra la puerta y empieza a bajar las
escaleras taconeando. Los ratones juro que se me piantan, se abrazan entre
ellos, cantan, juegan a la rayuela, ¿vos viste el cuerpito que tiene?, delira a
cualquiera. Sumale a toda esta fantasía que es una mina macanuda, sencilla en
el trato de vecina; y ¡encima cocina bárbaro!
-Si no me estás verseando, es la mujer perfecta
-añadió sorprendido
Sebastián.
-Puede ser -respondió Rudi-, pero así como está...
en su casita. El domingo pasado a eso de las once y media suena el timbre, era
ella. Nos pidió un poquito de aceite de oliva.
-¡Me imagino que le dieron! -dijo entusiasmado
Sebastián.
-¡No teníamos! Pero mientras yo la chamuyaba en la
puerta para hacer tiempo, Enrique saltó por la ventana trasera a la cochera y
fue a comprar al supermercado de la esquina. Subió por el mismo lugar y le
dimos un poco en una taza para disimular. ¡Quedamos como reyes! Y como si eso
fuera poco, al rato nos trajo dos porciones de fideos con estofado...
¡Espectacular!
-Sí, Rudi, pero eso del estofado le quita erotismo
al asunto.
-¡Decís eso porque no la viste ese día! Hasta esa
voz dulce que tiene... te hipnotiza. Cuando se fue la imaginábamos con Enrique,
con delantal cortito con dibujitos de hortalizas y abajo ¡nada!
***
Sonó el portero eléctrico para darle un recreo para
la fantasía. Era Enrique, que se sumaba para estudiar. Sebastián se anticipó y
se aprestó a recibirlo.
-¡Rudi, arreglá ese mate que yo bajo a abrirle!
-dijo, acomodando
los libros sobre la mesa.
***
Al salir del departamento hacia el pasillo quedó
tieso, sorprendido. Moni venía subiendo la escalera, próxima al primer
descanso. Desde arriba, Sebastián recorría lentamente la figura de la mujer.
Primero comenzó por sus pechos turgentes, que parecían querer escapar por el
escote de la camisa blanca; siguió por su cuello, dorado por el sol; y luego
fijó la mirada en sus ojos verdes, que contrastaban con la cabellera negra
recortada a la altura de los hombros.
-Hola, Negri, ¿cómo estás? -saludó Moni,
disponiéndose a girar para subir la escalera hacia el tercer piso.
-Bien, bien… todo bien -sólo pudo responder
Sebastián, inmerso en el placer de seguir recorriendo con su mirada, ahora
desde abajo, el cuerpo de la mujer: sus pies pequeños, calzados en sandalias
altas; las piernas largas, delgadas, doradas, fibrosas... y más arriba una
minifalda negra muy corta que al andar trepaba por los glúteos, hasta que Moni,
sincronizado el movimiento de sus manos, hacía que volviese a su lugar.
-¡Qué pasa, Seba! -gritó a modo de saludo Enrique.
-¡Ah!, ya subiste, te iba a abrir.
-Estaba abierto. Traje unas facturas.
-Bueno, me parece que vamos a seguir de recreo
-murmuró como para sí mismo Sebastián-. Entremos, que Rudi está preparando el
mate.
***
Desayuno de media mañana entre los tres; el tema de
conversación siguió siendo Moni. Sebastián no terminaba de contar nunca su
primer encuentro cercano con la hermosa y misteriosa dama; y ahora Enrique, que
frecuentaba más el departamento de Rudi, hacía su aporte:
-Lo más raro, muchachos, es que aparece y
desaparece como por arte de magia. Nunca la vimos acompañada, o que la traiga
alguien en auto o algo así, ¿viste? El gordo del mercado contó que estudia
ingeniería y trabaja en una oficina, pero bien no sabe.
- Entonces ¿cómo explican lo de las fiestitas que
ustedes han escuchado? En esas ocasiones tienen que haber visto entrar o salir
a alguien -cuestionó confuso Sebastián.
-Yo nunca -afirmó Rudi.
-Jamás -aseveró Enrique-, y ya hace un año que se
mudó a este edificio.
Pensamiento o reflexión de por medio, Sebastián,
sin hablar, quitó las migas de las facturas que habían quedado sobre la mesa,
volvió a acomodar los libros a modo de invitación al estudio, y así, los tres
se volcaron lentamente a la tarea que esa mañana los había convocado.
***
Después de un continuado de toda la tarde, esmerada
tarea para aprobar el parcial, entrada la noche se dio lugar a la cena. Al
rato, tres porciones de pizza quedaron como testigos de la ingesta, y luego, un
té reconfortante.
***
El reloj marcaba las 23.30 cuando algunos ruidos,
como de muebles que se corren, vinieron desde arriba.
-¡Ahí empezó! Hoy vos también sos testigo -le dijo
Rudi a Sebastián-;
preparate, que empieza la función.
Todos, sin hablar, tratando de oír hasta el mínimo
detalle, intentaban adivinar lo que en el departamento de Mónica ocurría.
Sebastián, el más concentrado, oía fascinado el traqueté-traqueté-traqueté,
acompañado de profundos gemidos orgásmicos. Una pequeña pausa, y otra vez los
gemidos de placer, con otra música de fondo: tracán-tracán, tracán-tracán,
minutos, largos minutos.
-Hacete unos mates, Enrique -pidió Rudi-, pero tipo
tereré, frío, viste, a ver si me calma un poco. Yo me voy a acostar, así me
levanto de madrugada a pegar una repasada a los temas. A las nueve tenemos que
estar en la facultad.
Enrique siguió en la decisión a Rudi y, luego de
compartir unos mates, se dirigieron a la habitación agotados y vencidos por el
sueño. Sebastián, el que marcaba el orden dentro del grupo, luego
de lavar la vajilla, prefirió seguir leyendo.
***
Silencio y frío. Al mirar por la ventana ,ya se
veía la primera claridad de la madrugada. Sebastián hizo un alto en su tarea,
calentó agua para un té y pensó en gratificar su estómago con una de las
porciones de pizza que habían quedado; las puso a calentar en una planchuela
eléctrica.
Sentado en una silla, orientó su pensamiento al
último episodio de Mónica, y no encontró forma de relacionar su aparente
soledad con la experiencia vivida. El cansancio y relajación interior
terminaron cuando el humo de la porción de pizza calcinada estaba a un metro
del techo. Vuelto a la realidad, sacó la planchuela al balcón, corrió hacia la
puerta del departamento y la abrió para disipar el humo.
***
Se sentó nuevamente en la silla y, mientras se
fregaba los ojos, le pareció oír su nombre. Tragó saliva. Afinó su audición.
Tras un momento tuvo la misma sensación.
No cabía duda. Era una voz de mujer que penetraba
por la puerta abierta. Tomó un trago de té caliente, se levantó y a paso lento
salió al pasillo, luego de encender la luz.
Esperó pocos minutos y volvió a oír su nombre.
Subió la escalera cautelosamente, pero con decisión. Al llegar frente a la
puerta de Mónica, observó que estaba entreabierta. Podía ver el inicio de una
alfombra verde. Su respiración se agitó; tomó conciencia de su galope cardíaco.
Se fundían en él fantasía, deseo y realidad.
***
Abrió bruscamente la puerta sin soltar el
picaporte. Caminó luego hacia el dormitorio, de donde venía una brisa fresca
por la ventana mal cerrada. Al llegar, sobre la cama, un cuerpo desnudo de
mujer se dejaba adivinar por la transparencia de una fina sábana iluminada
tenuemente por el resplandor que se filtraba desde afuera.
Acostada hacia abajo, abrazando la almohada, con la
cabeza de costado y el cabello cubriendo su rostro, dormía Mónica. El lienzo
blanco la cubría formando un todo, cual bloque de mármol destinado a una
escultura. Sebastián se sentó en el borde de la cama y, con su mano derecha
sobre la sábana, a la manera del cincel de un artesano, fue dando forma al
bello cuerpo de mujer; primero a su cuello, después y despacio a un lado y a
otro de la espalda; y bajó diseñando su cintura cóncava hacia arriba. Y fueron
luego sus dos manos quienes moldearon más allá de la cintura.
Entonces Sebastián sintió el deseo de caer en el
abismo de aquella hermosura, pero pudo en un instante comprender cuánto había
en aquello de pasión y cuánto de locura. Inspiró profundo, tomó unos segundos,
acarició el cabello de la dama y, buscando después su mano bajo la sábana, vio
lo que había de realidad en aquella fantasía. Tal como en bloque de mármol en
el cual a Mónica esculpía, frío, su cuerpo yacía inerte, lejano, sin vida.
***
Nunca supieron de dónde vino, jamás por qué se fue.
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
978-987-33-2139-9
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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