El perro
Una vez soñé
que era una mariposa. Volaba
de un lado
para otro y me portaba en todo como una mariposa. Luego me desperté
y me
encontré en mi lecho. Ahora no sé si soy un hombre que soñó que era una
mariposa o si soy una mariposa que está soñando que es un hombre.
Chiang Tzu (hacia 360 – hacia 286 a.C)
Felipe no sabía si era coraje o vergüenza el
sentimiento interior que le permitía soportar el agobio de seguir viviendo.
Sumergido en las sábanas revueltas de su cama,
buscaba en un dormir sin límites, el manantial que apagara su tristeza, su
corazón en llamas.
De pronto, un sobresalto de ensueño, una pesadilla,
un despertar con pánico… lo impregnó de una sensación de extrañeza. No sabía
qué le pasaba. Saltó de la cama, tocó con sus manos el hocico, sacudió la
cabeza haciendo flamear sus orejas y al girar y mirar el espejo, comprendió
aquella realidad asombrado. Era un perro.
Sorpresivamente corrió por su lomo una especie de
electricidad, una comezón y, automáticamente, con sus patas traseras trató en
vano de rascarse para que esa horrible sensación acabara.
Se abrió la puerta de entrada y sus hijos, Martín y
Juan, con una sonrisa en los labios, exclamaron al unísono:
-¡Mami, mirá qué lindo perrito!
-¡Sáquenlo afuera! -ordenó la mamá-… Lo único que
falta es un perro en esta casa -concluyó con ironía.
-Yo puedo bañarlo, vas a ver qué bonito queda si lo
cuidamos -dijo Martín, esperando un cambio en la opinión de su madre.
-¡Basta! ¡Mirá cómo se rasca! ¡Seguro que tiene
sarna! –contestó ella exaltada y, sin pérdida de tiempo, con un patadón, sacó
al perro a la calle.
Felipe, inmerso en su tétrica e inexplicable
situación, sólo pensaba en la manera de salir de ella. No sabía cómo
expresarse, cómo hacer para que lo reconocieran.
Por una esquina vio pasar a Saúl, su amigo de años
y ahora ex compañero de trabajo. Salió a su encuentro, movió su cola, trató de
que se diera cuenta de que era él, pero sin resultado positivo.
Saúl lo miró y, agachándose para acariciarle la
cabeza, le dijo:
-Yo te llevaría, pichicho, pero no está como para
darle de comer a un perro en casa, y ahora voy a trabajar; tendrías que esperar
en la puerta…
Saúl tomó el micro, y por la ventanilla siguió
mirando con cariño e impotencia a ese perrito que había ganado su simpatía.
Con la velocidad que pasa un relámpago ante los
ojos, de pronto Felipe dejó de ser un perro. Se encontró en aquella esquina
vestido con sus zapatillas gastadas, sus pantalones mal planchados y aquella
camisa que usaba para trabajar, antes de que lo despidieran.
Volvió corriendo a su casa, abrió la puerta y llegó
hasta la cocina.
Juan y Martín salieron a abrazarlo. Marta, su
mujer, con ira en el rostro, volvió a pasarle la cuenta de cada día. Lo miró
fijo y sentenció:
-Si llegaste sin conseguir trabajo, te vas; estoy
cansada de esta vida de perros que siempre tuve con vos.
Sin mediar palabra alguna, Felipe salió de la casa;
caminó largas horas por las calles.
Saúl, que regresaba del trabajo, con disimulada
indiferencia, entró en un almacén para evitar el encuentro.
Felipe se paró frente a una resplandeciente
vidriera, se miró en aquel reflejo y no pudo darse cuenta de si era un hombre o
era un perro.
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
978-987-33-2139-9
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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