jueves, 1 de enero de 2015

REENCUENTRO - CUENTO



 Reencuentro


Desperté raro, torpe, algo confundido. Tenía la sensación de haber estado llorando y no sabía por qué. Algo oprimía mi pecho, como si quisiera explotar y no pudiese. Era imposible localizarlo con mis manos. No estaba por delante ni por atrás; parecía flotar en el medio del cuerpo. Sin ser dolor, era un malestar, como si el alma quisiera gritar y salir corriendo fuera del cuerpo.
Temprano todavía para ir a mi oficina, el mate tibio y un poco de música suave ayudaron a digerir mi extraño sentir interior. Coqui, mi perro, agitaba su cola y miraba tras los vidrios de la puerta del patio, pidiendo permiso para entrar a la cocina.
Creí bueno dejar que el sol tibio de otoño tuviera la oportunidad de dar otra temperatura a mi cuerpo, por lo que decidí abandonar la llave del auto sobre la mesa y caminar despacio por la calle hacia mi lugar de trabajo.
A pocas cuadras oigo que alguien grita mi nombre. Volteo a la derecha y reconozco en el rostro de una persona que se acerca, la identidad de Pedro Calino, un querido amigo de mi infancia.

-¡Pedrito! ¡Qué sorpresa! -exclamé.

-¡Qué alegría volver a verte después de tanto tiempo Gustavo! -contestó mientras me apretaba en un gran abrazo.

-¿Qué es de tu vida? -pregunté con emoción-. Supe que habías emigrado hacia el sur, pero no oí más de vos.

Nos miramos unos segundos como para volver a reconocernos, dejando de lado el rastro que la metamorfosis del tiempo había marcado en nosotros.
-Hace dos meses volví a Alberti con mi esposa y mi hijo. Siempre quise regresar a esta ciudad y parece que mi destino hizo que así fuera -comentó no demasiado convencido.
Sin darnos cuenta, ya estábamos en la puerta de mi oficina. Invité a Pedro a tomar un café. Podía percibir en su mirada que, como yo aquel día, tenía síntomas de estar quedándose sin pilas.

-Pasá, vení, ponete cómodo, viejo; vamos a charlar un rato – invité a mi amigo, tratando de ser lo más cortés posible-. Si tu deseo era volver a vivir aquí, seguro que estás a gusto -afirmé para dar lugar a su respuesta.

-Debiera ser -murmuró y, dibujando con su índice derecho sobre la mesa, dio espacio a una pequeña pausa, permitiéndome terminar de servir el café. Continuó casi murmurando, sin levantar la vista de su pocillo-. Me ha ido muy bien en Viedma, estuve al frente de una empresa constructora, me consolidé económicamente y formé una familia. Pero... siempre me invadió la nostalgia por mi ciudad.

-Con más razón debieras estar contento ahora, has unido a tu triunfo personal tu deseo de vivir donde más te gusta -traté de alentarlo.

-No es tan fácil, Gustavo -expresó Pedro meneando la cabeza -. Aunque recuerdes con añoranza la orilla del río, cada vez que te bañás en él te toca agua diferente... el río es otro, aunque estés en el mismo lugar y con el mismo paisaje.

Intenté hablar, pero Pedro no me dio lugar para hacerlo; con la mirada puesta sobre el escritorio, volcaba en palabras todo su sentimiento:

-En las calles de la ciudad, en cada esquina, en el barrio... en todos lados veo fantasmas... los de mis familiares, mis amigos y conocidos... y lo peor es que yo mismo soy un fantasma para muchos... soy otro, no me reconocen hoy porque guardan la imagen de lo que antes era. Y lo que más me da pena es que me hacen sentir que el haberme realizado, triunfado en lo que quería, es casi un pecado, que ya no les pertenezco ni me pertenecen... y mis afectos se quedan sin lugar, sin nadie que los contenga.

-Será cierto que "nadie es profeta en su tierra" -agregué, sintiéndomeidentificado con la reflexión que había escuchado.

-Puede ser... puede ser... duele sentir, como dice una canción, que "no soy de aquí ni soy de allá" -concluyó Pedro y, levantándose de la silla, saludó con la promesa de vernos muy pronto y se fue.

Pasaron por mi cabeza en un segundo los momentos de mi vida, mi infancia, la adolescencia, la facultad y mi presente. Sentí como si alguien hubiera adivinado mis pensamientos. No pude comenzar a trabajar; me dirigí a la calle con la intención de distraerme un instante, sin saber que al abrir la puerta, yo también encontraría en la vereda el fantasma de mi padre, mis abuelos, mis amigos y conocidos.
Nunca más en mi vida volví a ver a Pedro, y a veces dudo de si aquel encuentro fue realidad o fantasía. 
          


Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2008
Todos los derechos reservados.

Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2008
      
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