jueves, 1 de enero de 2015

APUNTE 2: JULIO CORTÁZAR, CHIVILCOY, Y EL LADO OSCURO DE LA LUNA.

JULIO CORTÁZAR, CHIVILCOY, Y EL LADO OSCURO DE LA LUNA.

(Y fragmentos de Cartas de Julio Cortázar, en Cartas desconocidas de Julio Cortázar, Mignon Domínguez. Sudamericana, Buenos Aires, 1992

Me he preguntado muchas veces porqué muchas celebridades en distintas especialidades y ámbitos del arte, encuentran reconocimiento después de muchos años y generalmente homenajes póstumos, en muchos lugares y senderos que transitaron alguna vez, sin que nadie tomara conciencia en tiempo y espacio, con quien compartían iguales momentos y lugares de pertenencia en ese paréntesis de sus historias. Es el ejemplo de Julio Cortázar en Chivilcoy y la explosión actual de plazas y monumentos a su nombre a más de 70 años de su paso efímero por esta ciudad. Un informe de Hernán Ronsino de hace algunos años contestó algunos de mis interrogantes:



Julio Cortázar vivió en Chivilcoy, entre 1939 y 1944. Llegó de Bolívar y luego partió hacia Mendoza, antes de irse definitivamente del país, para radicarse en Francia.
Se cuenta que Cortázar dio clases en la Escuela Normal, que vivió la mayoría de esos años en la pensión Varzilio. También habría escrito una novela – publicada póstumamente, “El examen” – y, según se dice, comenzó a escribir, aquí (Chivilcoy), los cuentos de Bestiario.

Algunos textos de recopiladores de historia local hablan que participó en el guion de la película “La sombra del pasado”, filmada en el Prado Español, con actores locales, dirigida por Tankel (película desaparecida en un incendio en Buenos Aires).
Julio Cortázar, primero, como escritor, y después como personalidad comprometida políticamente con la revolución socialista, sabemos, es el símbolo de la generación, de una época.

Los textos que hablan de los años en que Cortázar vivió en Chivilcoy, es claro, fueron escritos una vez que el joven profesor, lungo, raro, que no hacía otra cosa más que leer y teclear una máquina de escribir, en su pieza de la pensión, se había convertido en el gran escritor, barbudo, que gustaba del jazz, y transformaba, con sus obras, a la literatura latinoamericana.

Esos textos tienden a incorporar a la figura de Julio Cortázar dentro del patrimonio cultural ciudadano. La transcendencia que cobró después, en París, le dan sentido a las huellas, a los pasos que dejó en Chivilcoy.
Pero cómo fueron esas huellas. En la siguiente selección de cartas que presentamos, cartas que Julio Cortázar – en algunas firmadas con su seudónimo, Julio Denis – le enviaba a su amiga Mercedes Arias, a Bolívar; conoceremos cómo veía a la ciudad, cómo se sentía él viviendo aquí, y cómo fue tratado en su polémico alejamiento de la Escuela Normal.

Entonces, cuando llegan esos reconocimientos – incorporar a Cortázar dentro del patrimonio cultural de la ciudad, enorgullecernos porque vivió en Chivilcoy (teniendo en cuenta que se lo despidió del pueblo como si fuera más terrible que el famoso asesino John Dillinger, así lo dice Cortázar: “John Dillinger resultaba un ángel al lado mío”)– no se hace otra cosa más que enterrar bajo una lápida fría, a la figura de un escritor que trató toda su vida (con su escritura y con sus hechos) de romper, una por una, las ataduras de la mediocridad y el encierro existencial.

Hay que decirlo de una vez, aunque nos duela, Cortázar jamás añoró Chivilcoy; estar aquí, para él, fue una condena: el día que se fue, el 4 de julio de 1944, lo sintió, también él, como el día de la independencia.
Vale decir, esa forma institucional del homenaje que dibuja a la memoria, para fundarla en el tiempo, silencia, embalsamándola, a la figura y a la obra del escritor; vendría a ser algo así como un fama homenajeando, sobre su tumba, a la figura de un cronopio; el fama le ofrenda flores, grandes ramos de flores, rojas y frescas y tiernas, para recordarlo es lo que cree, con muy buenas intenciones, sin dudas, el fama; algo de lo que el cronopio estaría totalmente indignado, porque un cronopio no entiende de homenajes.
Entra, un cronopio, diría un cronopio, en la historia por su propia rebeldía, no por la construcción heroica que puedan hacer de él los otros, los famas, por ejemplo, años después. Estas cartas dicen el resto:

1) Buenos Aires, diciembre de 1939.

Chivilcoy es un desierto – con 60.000 habitantes; funny he? – donde se vive, y se habla, y se camina; y se rabia dentro de la más absoluta inconsciencia; involuntaria por parte de casi todos los moradores del pueblo, y voluntariamente decidida por mí. Yo tengo un miedo que no sé si usted ha sentido alguna vez: el miedo a convertirse en pueblero. ¿No ha advertido - ¡cómo no!- la espantosa mediocridad espiritual que caracteriza al habitante “standard” de cualquier ciudad chica? A veces me sorprendo a mí mismo en pequeños gestos, en mínimas actitudes que delatan una influencia de ese medio; y me aterro. Siento que me rodea el vacío, que cualquier cosa es preferible a caer en ese pozo vegetativo que es un Chivilcoy, un BolívarÖ Aún aquellos que leen, que tienen inquietudes, que comprenden algo, no pueden huir del clima emponzoñado del ambiente. ¡Y esto es la Argentina! (No, no; la Argentina es Buenos Aires, y luego el paisaje; una gran ciudad, y muchos maravillosos paisajes repartidos en los cuatro vientos; nada másÖ)
Los atardecer de Chivilcoy me han sorprendido más de una vez compitiendo con Hoagy Carmichael.
Julio Denis

2)Chivilcoy, 22 de mayo de 1943.

Chivilcoy, inmutable, enfrenta las estrellas y las estaciones con invariable firmeza, cuidando de no mover un solo músculo de su severo rostro, ni desordenar en lo más mínimo los pliegues de su vestido. Así, de una manera un tanto homérica, permanece el apacible pueblo con sus numerosos ganados circunvecinos, sus preclaras gentes que comercian y dan vueltas a la plaza (debí decir “ágora”, perdón), y el majestuoso despoblado de sus calles, que la sombra de venerables plátanos flanquea y ornamenta. Yérguense en sus márgenes las estructuras imponentes del Colegio Nacional y de la Escuela Normal, en la cual última (como diría Cervantes) pasea este amigo la majestad de su toga profesoral y el aburrimiento de varios cursos de historia y geografía, ciencias malignas y retóricas.
Julio Denis
3)Mendoza, 29 de julio de 1944.

Mis últimas semanas en Chivilcoy (hasta el 4 de julio, también para mí día de la independencia) fueron harto penosas. Los grupos nacionalistas locales me lanzaron una bruloteada salvaje, y cierta vez que volvía yo inocentemente como de costumbre a hacerme cargo de mis cursos, amigos fieles me avisaron que se me acusaba (“vox populi”) de los siguientes graves delitos: a) escaso fervor gubernista; b) comunismo; c) ateísmo. ¿Fundamentos? De a): que mis clases alusivas a la revolución (tuve que dictar tres) habían sido altamente frías, llenas de reticencias y reservas; de b) quien incurre en a) entonces es b); de c): en ocasión de la visita del obispo de Mercedes a la Escuela Normal, yo había sido el único profesor – sobre 25 más o menos – que no besé el anillo del Monseñor (¡prueba irrefutable!). Juntando ahora los términos a), b), c) John Dillinger resultaba un ángel al lado mío

Julio Cortázar

Fragmentos de Cartas de Julio Cortázar, en Cartas desconocidas de Julio Cortázar, Mignon Domínguez. Sudamericana, Buenos Aires, 1992

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