El tren de la quimera
Permanece en el tiempo la particular forma de ser y
sentir de las ciudades del interior que amagan y bambolean su fisonomía ante
los cambios que propone la vida, pero su esencia reflota inalterable, viviendo
en la intimidad de las pequeñas cosas de la rutina diaria. Respiran lo que no
se dice pero que todos saben, simulando en cada rostro la imagen que conviene y
canjean por valores que se guardan.
Aprender a vivir sin sentir lo que veía se
convirtió en una necesidad para Pablo. Esa costumbre sustentaba y sostenía
todos sus proyectos y esperanzas… caminando todos los días sobre brasas sin
percibir dolor, soñando con pisar pasto verde y tierno.
Así se le hizo costumbre el diálogo con la
incertidumbre, su buen trato con el peligro y la convivencia muchas veces con
el hambre; circunstancias que la vida sorteó para él cuando cayeron los dados
el día de su nacimiento. Pero su esencia de buena gente lo mantuvo en la lucha,
conservando lo aprendido en su familia venida del norte, sólo con observar su
conducta honrada.
Su humildad de corazón dio valor a las cosas
sencillas, los amigos
del barrio y el colegio, las rondas eternas de mate
y tortas fritas en casa de su amigo Franco -que vivía frente al cementerio al
final de la avenida Güemes en la ciudad de Moreno-, y aquellas horas en las
esquinas limpiando parabrisas y haciendo malabares, para juntar monedas que
compartían. Recuerda con emoción las correrías de los sábados a la tarde, las
visitas en patota al shopping junto a la autopista y las porciones de pizza que
comían mientras caminaban de vuelta a casa. Pero en aquel tumulto del conurbano
bonaerense, resignarse a perder era un trago amargo que de tanto en tanto
pasaba por su garganta, explotaba en su pecho y rebalsaba en sus lágrimas
silenciosas. Recuerda a su tío Esteban, que partió forzado por una faca
traicionera y a varios pibes del barrio que, vencidos por su sombría realidad,
terminaron enamorados y perdidos en la droga del olvido.
Las emociones también salpicaron su vida: la
bicicleta que le regalaron su viejo y sus hermanos mayores cuando cumplió diez
años el 1 de junio del año 2000; las caminatas desde San Antonio de Padua hasta
Luján; el primer viaje en tren desde Moreno a Once junto a su madre Nilda y las
excursiones hasta el dique Roggero para pescar mojarritas.
Pablo conoce San Juan por los relatos de su abuela
Ofelia, nacida en esa provincia. La viejecita, con su santa paciencia, llenó
muchas horas de siesta con anécdotas y relatos de su infancia. Así supo del
terremoto de 1944 en aquellas tierras, la historia de amor entre Juan Perón y Evita
y también de las bellezas naturales del Valle de la Luna. Quizás el arraigo de
estas historias, enhebradas con pasiones y lágrimas, trazó en Pablo
sentimientos paralelos que lograron emocionarlo y llenarlo de orgullo
inesperado en muchas ocasiones. Así lo sorprendió la emoción el 6 de noviembre
de 2006, cuando junto a sus compañeros del colegio y profesores concurrieron al
acto de inauguración de la nueva estación de trenes, que ahora llaman Centro de
Transbordo Moreno. Parado frente al palco principal llegó casi al desmayo
cuando, frente a él, el gobernador de la provincia y el presidente de la nación
hicieron su aparición. Aquello entendía que era importante. Sus padres viajaban
a diario en aquel transporte para trabajar y, para él, a sus dieciséis años,
era la conexión con su mundo conocido.
Similar alegría tuvo dos años después con el
anuncio del tren bala, que Sabrina -hernana mayor de su amigo Franco- desbarató
con su explicación:
-¡Ese tren iría de Buenos Aires a Córdoba, perejil!
¡No es para nosotros y, si por aquí pasara, un boleto costaría unos 300 pesos!
-¡No me digas!
-¡Te digo! Es preferible invertir esa plata en
educación, salud y en proyectos de trabajo real para los que necesitamos.
-¡Pará, nena! -puso límite Pablo-, sólo escuche
algo breve por radio e imaginé otra cosa.
-Nos van a endeudar más para su propia tragada
-arremetió Sabrina-, esto no va a ser un “salto a la modernidad” como escuché,
será otro salto a un precipicio.
Sabrina, en postura de oradora y sentada en un
banquito de doble altura, hacía valer su experiencia de segundo año de abogacía
y, tras la última bocanada de humo del pucho que entre sus labios se extinguía,
seguía vociferando sus ideas:
-Como la droga, me parece que el exceso de botox
hace mal al cerebro. Pero si no es eso, algún mal hay que afecta y es de larga
data. ¿Se acuerdan de los viajes a la estratósfera que hasta podían realizar
los jubilados?
-¡Dios mío! Es cierto -recordo Pablo-, un
presidente cuando yo era chico, dijo que se instalaría un sistema de vuelos
espaciales que saldría desde Córdoba. Las naves iban a salir de la atmósfera,
se remontarían a la estratósfera y desde ahí podrías elegir dónde ir… en una
hora a Japón o Corea. ¡Qué flor de cuento!
Mientras Pablo y Sabrina intercambiaban pareceres,
Franco -en un escalón intelectual distinto a su hermana y más cercano a su
amigo de la infancia, aplastado entre almohadones de un sillón viejo, estaba a
mitad de recorrido de la segunda botella de cerveza.
Sin embargo, prestó atención a la conversación y,
sentándose erguido y tomando aire aportó lo suyo como para demostrar presencia:
-Un salto a la modernidad sería no usar más
garrafa. Cada día más cara. ¡Y la tengo que ir a buscar siempre yo en
bicicleta! ¡Que lo parió!
-¡Y los pozos ciegos! -agregó Pablo-. Cuando
desagotan los camiones atmosféricos se me revuelve el estómago y revienta la
cabeza.
-¡El agua corriente, muchachos! -redobló Sabrina-,
el cólera y la hepatitis no salen siempre a la vereda… pero son vecinas
nuestras.
Llegó febrero de 2012, y en él un día quizás
previsto por el destino. Franco consiguió el dato para un laburo en Buenos
Aires. Había cupo para dos y le ofreció a Pablo presentarse juntos.
Debían estar temprano. Sabrina madrugaba porque iba
a estudiar allá con una compañera. Responsable como la conocían, la tomaron
como despertador. Aquella mañana llamó a Franco y salieron rápido para la
estación. Pablo sintió la alarma del reloj pero, en un intento de prolongar un
instante el descanso, cayó de nuevo dormido. Se acercaba hora de salida del
tren y, ante su ausencia, Sabrina comentó a su hermano:
-Pablo no debe querer ir. Es una lástima. Tenemos
unos minutos. Son seis cuadras a su casa. Si me apuro, llego para convencerlo.
Aguantame.
-Hacé como quieras -dijo Franco-, pero si no llegan
me mando solo. Nos encontramos allá.
Sabrina salió con prisa, pero no fue suficiente. El
tren partió sin ella y sin Pablo. Aquella demora resultó el boleto para seguir
viviendo. La puntualidad de Franco y otros viajeros, pesadilla y final de sus
esperanzas e ilusiones. El tren demasiado cansado y no sustituido a tiempo, no
pudo poner freno a la tragedia de la estación de Plaza Miserere.
Para Pablo lo ocurrido aquel día fue terrible.
Sumido en una aplastante impotencia caminaba por la plaza frente a la estación
de ferrocarril sin registro de los circuitos y giros que sus piernas conducían.
Llegó hasta el cruce de avenida Victorica y, caminando sobre las vías, miró los
durmientes sobre los que pisaba. Reconoció que eran los mismos de los relatos
de su abuela, aquellos del primero de marzo de 1948, cuando fueron
nacionalizados. Pensó en sus abuelos y tíos, sus padres y sus hermanos. Pensó
en sus historias, sus luchas y sus necesidades. Pensó en sus esperanzas y las
promesas incumplidas. Volvió a mirarse sus pies, envueltos en un calzado
humilde, quietos sobre un durmiente, y comprendió que desde hace mucho tiempo
nos encontramos parados en el mismo lugar. Su angustia ya no pasa por pensar en
quién nos cuida, sino que lo desvela quién será el que cuida a quien dice que
nos cuida.
17 de marzo de 2012
Se terminó de imprimir en mayo de
2012
en los talleres de Impresiones
GraFer.
25 de Mayo 257, (6620) Chivilcoy
(B).
República Argentina.
"El tren partió sin ella y sin Pablo. Aquella demora resultó el boleto para seguir viviendo. La puntualidad de Franco y otros viajeros, pesadilla y final de sus esperanzas e ilusiones. El tren demasiado cansado y no sustituido a tiempo, no pudo poner freno a la tragedia de la estación de Plaza Miserere." Interesante tu trabajo, gracias por compartirlo. Saludos pampeanos!!!
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