jueves, 1 de enero de 2015

EL TREN DE LA QUIMERA - CUENTO




El tren de la quimera



Permanece en el tiempo la particular forma de ser y sentir de las ciudades del interior que amagan y bambolean su fisonomía ante los cambios que propone la vida, pero su esencia reflota inalterable, viviendo en la intimidad de las pequeñas cosas de la rutina diaria. Respiran lo que no se dice pero que todos saben, simulando en cada rostro la imagen que conviene y canjean por valores que se guardan.
Aprender a vivir sin sentir lo que veía se convirtió en una necesidad para Pablo. Esa costumbre sustentaba y sostenía todos sus proyectos y esperanzas… caminando todos los días sobre brasas sin percibir dolor, soñando con pisar pasto verde y tierno.
Así se le hizo costumbre el diálogo con la incertidumbre, su buen trato con el peligro y la convivencia muchas veces con el hambre; circunstancias que la vida sorteó para él cuando cayeron los dados el día de su nacimiento. Pero su esencia de buena gente lo mantuvo en la lucha, conservando lo aprendido en su familia venida del norte, sólo con observar su conducta honrada.
Su humildad de corazón dio valor a las cosas sencillas, los amigos
del barrio y el colegio, las rondas eternas de mate y tortas fritas en casa de su amigo Franco -que vivía frente al cementerio al final de la avenida Güemes en la ciudad de Moreno-, y aquellas horas en las esquinas limpiando parabrisas y haciendo malabares, para juntar monedas que compartían. Recuerda con emoción las correrías de los sábados a la tarde, las visitas en patota al shopping junto a la autopista y las porciones de pizza que comían mientras caminaban de vuelta a casa. Pero en aquel tumulto del conurbano bonaerense, resignarse a perder era un trago amargo que de tanto en tanto pasaba por su garganta, explotaba en su pecho y rebalsaba en sus lágrimas silenciosas. Recuerda a su tío Esteban, que partió forzado por una faca traicionera y a varios pibes del barrio que, vencidos por su sombría realidad, terminaron enamorados y perdidos en la droga del olvido.
Las emociones también salpicaron su vida: la bicicleta que le regalaron su viejo y sus hermanos mayores cuando cumplió diez años el 1 de junio del año 2000; las caminatas desde San Antonio de Padua hasta Luján; el primer viaje en tren desde Moreno a Once junto a su madre Nilda y las excursiones hasta el dique Roggero para pescar mojarritas.
Pablo conoce San Juan por los relatos de su abuela Ofelia, nacida en esa provincia. La viejecita, con su santa paciencia, llenó muchas horas de siesta con anécdotas y relatos de su infancia. Así supo del terremoto de 1944 en aquellas tierras, la historia de amor entre Juan Perón y Evita y también de las bellezas naturales del Valle de la Luna. Quizás el arraigo de estas historias, enhebradas con pasiones y lágrimas, trazó en Pablo sentimientos paralelos que lograron emocionarlo y llenarlo de orgullo inesperado en muchas ocasiones. Así lo sorprendió la emoción el 6 de noviembre de 2006, cuando junto a sus compañeros del colegio y profesores concurrieron al acto de inauguración de la nueva estación de trenes, que ahora llaman Centro de Transbordo Moreno. Parado frente al palco principal llegó casi al desmayo cuando, frente a él, el gobernador de la provincia y el presidente de la nación hicieron su aparición. Aquello entendía que era importante. Sus padres viajaban a diario en aquel transporte para trabajar y, para él, a sus dieciséis años, era la conexión con su mundo conocido.
Similar alegría tuvo dos años después con el anuncio del tren bala, que Sabrina -hernana mayor de su amigo Franco- desbarató con su explicación:

-¡Ese tren iría de Buenos Aires a Córdoba, perejil! ¡No es para nosotros y, si por aquí pasara, un boleto costaría unos 300 pesos!

-¡No me digas!

-¡Te digo! Es preferible invertir esa plata en educación, salud y en proyectos de trabajo real para los que necesitamos.

-¡Pará, nena! -puso límite Pablo-, sólo escuche algo breve por radio e imaginé otra cosa.

-Nos van a endeudar más para su propia tragada -arremetió Sabrina-, esto no va a ser un “salto a la modernidad” como escuché, será otro salto a un precipicio.

Sabrina, en postura de oradora y sentada en un banquito de doble altura, hacía valer su experiencia de segundo año de abogacía y, tras la última bocanada de humo del pucho que entre sus labios se extinguía, seguía vociferando sus ideas:

-Como la droga, me parece que el exceso de botox hace mal al cerebro. Pero si no es eso, algún mal hay que afecta y es de larga data. ¿Se acuerdan de los viajes a la estratósfera que hasta podían realizar los jubilados?

-¡Dios mío! Es cierto -recordo Pablo-, un presidente cuando yo era chico, dijo que se instalaría un sistema de vuelos espaciales que saldría desde Córdoba. Las naves iban a salir de la atmósfera, se remontarían a la estratósfera y desde ahí podrías elegir dónde ir… en una hora a Japón o Corea. ¡Qué flor de cuento!

Mientras Pablo y Sabrina intercambiaban pareceres, Franco -en un escalón intelectual distinto a su hermana y más cercano a su amigo de la infancia, aplastado entre almohadones de un sillón viejo, estaba a mitad de recorrido de la segunda botella de cerveza.
Sin embargo, prestó atención a la conversación y, sentándose erguido y tomando aire aportó lo suyo como para demostrar presencia:

-Un salto a la modernidad sería no usar más garrafa. Cada día más cara. ¡Y la tengo que ir a buscar siempre yo en bicicleta! ¡Que lo parió!

-¡Y los pozos ciegos! -agregó Pablo-. Cuando desagotan los camiones atmosféricos se me revuelve el estómago y revienta la cabeza.

-¡El agua corriente, muchachos! -redobló Sabrina-, el cólera y la hepatitis no salen siempre a la vereda… pero son vecinas nuestras.

Llegó febrero de 2012, y en él un día quizás previsto por el destino. Franco consiguió el dato para un laburo en Buenos Aires. Había cupo para dos y le ofreció a Pablo presentarse juntos.
Debían estar temprano. Sabrina madrugaba porque iba a estudiar allá con una compañera. Responsable como la conocían, la tomaron como despertador. Aquella mañana llamó a Franco y salieron rápido para la estación. Pablo sintió la alarma del reloj pero, en un intento de prolongar un instante el descanso, cayó de nuevo dormido. Se acercaba hora de salida del tren y, ante su ausencia, Sabrina comentó a su hermano:

-Pablo no debe querer ir. Es una lástima. Tenemos unos minutos. Son seis cuadras a su casa. Si me apuro, llego para convencerlo. Aguantame.

-Hacé como quieras -dijo Franco-, pero si no llegan me mando solo. Nos encontramos allá.

Sabrina salió con prisa, pero no fue suficiente. El tren partió sin ella y sin Pablo. Aquella demora resultó el boleto para seguir viviendo. La puntualidad de Franco y otros viajeros, pesadilla y final de sus esperanzas e ilusiones. El tren demasiado cansado y no sustituido a tiempo, no pudo poner freno a la tragedia de la estación de Plaza Miserere.
Para Pablo lo ocurrido aquel día fue terrible. Sumido en una aplastante impotencia caminaba por la plaza frente a la estación de ferrocarril sin registro de los circuitos y giros que sus piernas conducían. Llegó hasta el cruce de avenida Victorica y, caminando sobre las vías, miró los durmientes sobre los que pisaba. Reconoció que eran los mismos de los relatos de su abuela, aquellos del primero de marzo de 1948, cuando fueron nacionalizados. Pensó en sus abuelos y tíos, sus padres y sus hermanos. Pensó en sus historias, sus luchas y sus necesidades. Pensó en sus esperanzas y las promesas incumplidas. Volvió a mirarse sus pies, envueltos en un calzado humilde, quietos sobre un durmiente, y comprendió que desde hace mucho tiempo nos encontramos parados en el mismo lugar. Su angustia ya no pasa por pensar en quién nos cuida, sino que lo desvela quién será el que cuida a quien dice que nos cuida.

                                             17 de marzo de 2012



Se terminó de imprimir en mayo de 2012
en los talleres de Impresiones GraFer.
25 de Mayo 257, (6620) Chivilcoy (B).
República Argentina.
      

1 comentario:

  1. "El tren partió sin ella y sin Pablo. Aquella demora resultó el boleto para seguir viviendo. La puntualidad de Franco y otros viajeros, pesadilla y final de sus esperanzas e ilusiones. El tren demasiado cansado y no sustituido a tiempo, no pudo poner freno a la tragedia de la estación de Plaza Miserere." Interesante tu trabajo, gracias por compartirlo. Saludos pampeanos!!!

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