Algunos personajes padecieron distintos tipos de insania y, sin embargo,
trascendieron por su genio y por sus obras. Para algunos de ellos, los momentos
de mayor creatividad coincidieron con las manifestaciones más agudas de su
enfermedad.
Ante estas personalidades, surge el interrogante de cómo habría sido su
actividad creativa de haber estado psíquicamente sanas ¿Fue la enfermedad una
fuerza esencial que los llevó a incursionar en terrenos donde nadie se
animaría, o los impulsó a trabajar intensamente para escapar de sus delirios? Quizás
el lector tenga la respuesta.
LA ARTISTA REBELDE
DOLORES “LOLA MORA (1866-1936)
“¡Si usted no me toma, yo me vuelvo a
Buenos Aires!”. En la puerta de su taller en roma, el escultor y maestro Giulio
Monteverde observaba curioso a aquella mujer que tan directamente lo había encarado.
La mirada intensa de la hermosa dama y su actitud decidida ante el creador de
la estatua del Rey Emanuelle II, lo convencieron de que esta mujer de 30 años,
porte elegante y aspecto seductor, tenía un núcleo de talento que valdría la
pena desarrollar. De esta forma, en 1897, Lola Mora, originaria de la Provincia
de Salta, comenzó su crecimiento como escultora en la ciudad eterna. En Buenos
Aires, había estudiado pintura y logrado una beca del gobierno nacional para
perfeccionarse en Europa. Quien se la concedió, había sido el presidente Julio
Argentino Roca y en los corrillos de la sociedad porteña se comentaba que la
artista había tenido un “affaire” con el hombre fuerte de la argentina.
Impactada por las esculturas de Bernini, Lola Mora abandonó la pintura trocando
el pincel por el cincel. No fue una creadora ya que siguió la línea
neoclasicista, pero su habilidad manual y el enfoque genial que puso en sus
obras hicieron que de los bloques de mármol de carrara surgieran maravillas que
conmovieron a sus contemporáneos. Al poco tiempo, Lola Mora ya era famosa.
El gobierno y la alta sociedad italiana
le encargaban obras y el dinero ingresaba generosamente. Mientras la mayoría de
los artistas sobrevivían en humildes buhardillas, ella adquirió un palacete
próximo a la vía veneto. Allí recibió a figuras famosas seducidas por su encanto,
talento y fama. Se le atribuyen relaciones con el poeta Miguel D’annunzio, que
la llamaba “la argentinita con los cabellos peinados por el viento”. Otro
asiduo visitante era el premio nobel en física, Guglielmo Marconi. Atraídos por
esta singular mujer, recalaban en su atelier personajes de la realeza, como las
reinas Margherita y Elena. Al ser informada de la visita de esta última, Lola
Mora cambió sus características bombachas salteñas de trabajo por un vestido
convencional, lo cual decepcionó a la reina que esperaba verla con el curioso
atuendo que tanto le habían comentado.
La fama de Lola Mora pronto llegó al
río de la plata, y el gobierno argentino y la intendencia de buenos aires comenzaron
a encargarle trabajos, lo que determinó que la artista cruzara el atlántico en
varias oportunidades.
En uno de sus viajes, sedujo a Luis
Hernández Otero, de 27 años de edad y mucho más joven que ella. Hijo del
senador de entre ríos, el casamiento fue un escándalo para la pacata sociedad
porteña que veía con malos ojos que una mujer fuera escultora y además se vistiera
como hombre. Asombraba a todos que Lola Mora, proveniente de la aristocracia
provinciana, fuera capaz de romper lazos tan firmes adoptando un estilo de vida
fuertemente transgresor para la sociedad de entonces, actitud que revelaba su
carácter indomable e independiente. Como era de esperar, el matrimonio fue turbulento,
pasional y efímero. Otero le fue infiel y Lola finalmente lo abandonó y regresó
a buenos aires, porque además había comenzado la gran guerra y los pedidos
declinaban sensiblemente.
Lola abandonó la escultura y se
sumergió en terrenos en los cuales carecía de experiencia. Diseñó un túnel
subfluvial, se introdujo en el arte de la cinematografía y, finalmente, su proyecto
más ambicioso fue la búsqueda de petróleo en salta, emprendimiento en el que
dilapidó su fortuna. Llena de soberbia y obsesión, se quedó sola, convencida de
que lograría exprimirle a la montaña el petróleo añorado. Intolerante ante el
fracaso, pasaban los días y ella seguía excavando en soledad. No comía ni bebía
y es probable que por entonces, a los sesenta años, comenzara a presentar
signos de insania.
Un día, un arriero la encontró
inconsciente al borde de una senda. En 1934, regresó a Buenos Aires. Se instaló
en un hotel de la Avenida de Mayo, pero como era insolvente, el hotelero
contactó a una de sus sobrinas, quien la llevó a su casa y le brindó la paz que
tanto necesitaba. Un día se dirigió hasta la costanera sur a visitar su fuente.
El calor del verano despertó una lluvia torrencial. Lola, empapada e indiferente,
contemplaba ensimismada su obra, hasta que un policía la sacó de ese ensueño. Poco
tiempo después, sufrió un ataque cerebral. Mientras se recuperaba, su ex esposo
la quiso visitar, pero Lola ordenó, entre balbuceos, que lo arrojaran por las
escaleras. Sufrió un segundo ataque cerebral y el 7 de junio de 1936 se apagó
la vida de quien fuera la más grande escultora de la argentina. La fuente de
las Nereidas Lola estaba en Roma haciendo bocetos para una fuente que le había
pedido el gobierno de Buenos Aires. Un primer proyecto utilizaba a Nereo, dios
de las profundidades del mar, como personaje principal. Luego lo cambió por la
diosa Venus, rodeada de un séquito de nereidas y tritones. Todas las figuras
estaban desnudas y no es de extrañar que, desde el comienzo, la fuente y su
autora fueran objeto de resistencia y de ataques, ya que parte de la población
de Buenos Aires se escandalizó y denunció la colocación de un conjunto de
desnudos masculinos y femeninos en la Plaza de Mayo, “a veinte metros de la Catedral”.
Lola recorrió despachos y fue venciendo
obstáculos para que el proyecto de la fuente pudiera llegar a término. Descartada
la ubicación en plaza de mayo, se impuso el criterio de un grupo de
prestigiosos ciudadanos de instalar la obra en el Paseo Colón, donde hoy se
cruzan las calles Perón y Leandro Alem. Resuelto este punto, y luego del pago
de 5.000 pesos en concepto de saldo del costo de la fuente, Lola Mora se
instaló en el lugar y puso manos a la obra. Finalmente, el 21 de mayo de 1903,
tuvo lugar la ansiada inauguración, con la presencia de Joaquín V. González,
Ministro del Interior, el Intendente Casares y otras personalidades. Las fotos
de la época la muestran entre todos los funcionarios siendo la única mujer en
el palco. Pasado el primer entusiasmo, comenzaron a publicarse juicios
críticos: se dudaba de la autoría de lola mora y se enjuiciaba su vida transgresora.
Aun cuando los ánimos se tranquilizaron, en 1918 por sugerencia del francés
Forestier, encargado de la urbanización del balneario sur, se trasladó la
fuente a su actual ubicación en la costanera sur, donde quedó emplazada
definitivamente para embellecer el paisaje de la ciudad. En la base del grupo
escultórico hay una placa que dice: Fuente de las Nereidas, pero para los
habitantes de Buenos Aires será siempre la “fuente de Lola Mora”.
Producción General: ect Ediciones científico-técnicas srl.
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Hola Guillermo
ResponderEliminarMi nombre es Macarena Baggiani, socia de EC-t Ediciones Científico-técnicas y directora de Lupa Ediciones & contenidos.
Este artículo de Lola Mora fue publicado en 2011 en la serie Detrás del Diagnóstico, que editaba EC-t.
Incluso la reflexión sobre los artistas que sufrieron trastornos psiquátricos, y que encabeza este artículo, es el prólogo que acompañaba cada una de las 24 ediciones que realizamos.
Le pido que retire este y todos los artículos copiados de nuestra serie artículo de su blog a la brevedad, en vistas de que está violando los derechos de autor.
Saludos.