jueves, 1 de enero de 2015

OLVIDO - CUENTO



 Olvido


Siempre logra emocionarme el recuerdo de la Villa donde comenzó a tener forma el sendero de mi vida, que había sido de mis sueños y hoy todavía transito. Desde mi casa, a paso lento, luego de cruzar la vía del tren, recorría la corta avenida con palmeras hasta llegar a mi trabajo.
Era un lugar particular, diferente, único: la calidez afectiva de su gente, el respeto de los colegas y compañeros de trabajo… y los amigos que viven en mi corazón.
Para dar respiro a aquella labor de veinticuatro horas, acostumbrábamos con Jorge y Alicia, enfermeros de guardia, a salir al patio por las tardes para ver las ardillas correr por los cables de teléfono y saltar de una planta a otra. Me contaron que el fundador de la Villa las había traído de Europa, y se multiplicaron por miles en toda la zona.
No había nada mejor para poner corte al cansancio de una jornada laboriosa, que pasar a tomar un té por la casa de Tato. Salía entonces rumbo a Pueblo Nuevo, nombre con el que llamaban los lugareños a la zona de la Villa que se ubicaba al otro lado del río Luján.
Tato era un hombre de pocas palabras, pero sus silencios, los cambios en su rostro y sus frases cortas, eran los elementos justos para cada respuesta.
Era yo el encargado de llevar las facturas de la panadería “La Rosita”. La puerta entreabierta del pasillo era la primera señal de invitación y de la espera de Tato a los encuentros y charlas de cada semana.
Una mañana de aquellas, escapándome del frío y la llovizna, entré apurado y me derrumbé en una silla junto a la mesa del comedor. En el silencio de la Villa, mitad pueblo y mitad campo, el silbido de la pava sobre el fuego marcaba que el agua estaba llegando a la temperatura justa.
Apareció Tato y, con su sonrisa característica y dos palmadas en mi espalda, me dio la bienvenida y su “buen día”… así, sin palabras. Se acercó a la cocina y, ordenando cada cosa en su lugar, comenzó el ritual de la preparación del té en hebras… despacio, con el tiempo justo y necesario.
De pronto sonó el timbre. Tato se acercó a la ventana y corriendo la cortina miró para ver quién era.

-Es Chicho, mi vecino... andá y abrile -me pidió apurado, porque el jarro con agua caliente le quemaba las manos.

Después de saludarme, Chicho entró y, abrazando a Tato, le dijo emocionado:
-¡Conseguí trabajo, hermano! ¡No puedo creerlo!

-Bueno, te felicito. Contame un poco -respondió Tato, mientras se concentraba nuevamente para terminar el té.

-Es un contrato en la municipalidad… para cuidador y mantenimiento
en el cementerio.

-Si te animás, el trabajo siempre es bueno -le dije a Chicho, tomando
parte en la charla.

-La verdad, Guille, no me pongo a pensar mucho, después veo qué me pasa. Pero la necesidad me obliga. La cuestión de los muertos a todo el mundo le provoca cosa extraña -respondió Chicho.

-Es cierto -agregué-; cuando estudiaba anatomía siempre tuve un rechazo al contacto con los cadáveres, pero no queda otra que acostumbrarse si uno pretende seguir.
Tato, con la prolijidad de siempre, ya tenía los pocillos de té sobre una bandeja; colocó las facturas en una fuente y luego puso todo sobre la mesa para comenzar el desayuno.
Otra vez el silencio invadió el ambiente, hasta que el sonido metálico de las cucharillas endulzando el té y mi pedido de opinión a Tato rompieron la monotonía y quietud de esos minutos:

-¿Vos les tenés miedo a los muertos o a la misma muerte, Tato?

-Los muertos de que ustedes hablan, muertos son. Pero hay otras muertes antes y después de esa que me dicen. Una es sentirse muerto estando vivo… y la otra, luego de haber muerto, ir perdiendo los seres queridos...

-No sos muy claro, pero si vas perdiendo seres que fueron queridosdespués que estás muerto, no te enterás -le dije confundido.
Haciendo tiempo para responder, Tato se sirvió una factura, tomó un sorbo de té y jugando con su cucharilla entre sus dedos continuó hablando lento:

-Hace tiempo, con una mujer estuvimos muy enamorados, pero por cosas de la vida y el destino, ajenos a nuestros sentimientos, no pudimos continuar juntos. Pero ella sigue viva en mi corazón y yo sé que ella, cada vez que me recuerda, hace que yo viva en el suyo, aunque comparta su vida con otra persona. De manera parecida, los muertos siguen vivos en sus seres queridos, mientras ellos los recuerdan.

-De cualquier forma, la muerte es inevitable -interrumpió Chicho, queriendo cerrar con un resumen brusco el decir de su amigo.

-Es cierto -continuó Tato-, pero el único sustento de la muerte es el tiempo. Nunca se detiene y también se lleva a los que te recuerdan.

Esa es la verdadera muerte… el olvido. Uno comienza a estar muerto cuando ya nadie te tiene presente, estés con vida o no. Tal vez sea una de las razones de la existencia…
Con el desayuno terminado y el peso del cansancio que aplastaba mi cabeza, estreché la mano de Chicho y, con dos palmadas en la espalda, me despedí de Tato como siempre… sin más palabras.



Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2008
Todos los derechos reservados.

Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2008



OOO

No hay comentarios:

Publicar un comentario