CREATIVIDAD, ARTE Y LOCURA - DISCEPOLÍN
Algunos personajes padecieron distintos tipos de insania y, sin embargo,
trascendieron por su genio y por sus obras. Para algunos de ellos, los momentos
de mayor creatividad coincidieron con las manifestaciones más agudas de su
enfermedad.
Ante estas personalidades, surge el interrogante
de cómo habría sido su actividad creativa de haber estado psíquicamente sanas
¿Fue la enfermedad una fuerza esencial que los llevó a incursionar en terrenos
donde nadie se animaría, o los impulsó a trabajar intensamente para escapar de
sus delirios? Quizás el lector tenga la respuesta.
ENRIQUE SANTOS DISCÉOPLO
(DISCEPOLÍN)
Enrique
Santos Discépolo, huérfano de padre a los cinco años y de madre a los nueve,
fue el personaje típico de porteño de café. Como otros creadores depresivos,
vuelca en sus letras de tango su melancolía, desesperanzas, traiciones,
desencuentros amorosos, desasosiego, duda, incertidumbre, nostalgia. Huyendo de
estos fantasmas canaliza su actitud al desenfreno, el alcohol, el juego de
azar, la queja llorona, la autodestrucción y el suicidio.
El
perfil tristón y melancólico del tango tomó arraigo desde que Carlos Gardel, en
enero de 1917, decidió cantar “Mi noche triste”, escrita por Pascual Contursi
en Montevideo. El tango, de haber sido coplita con versos vivarachos, se
convirtió en el instrumento para que los habitantes de Buenos Aires descarguen
sus dolores, sus broncas, sus anhelos, y también su sentido moral.
MI NOCHE TRISTE
PASCUAL CONTURSI
Percanta que me
amuraste
en lo mejor de
mi vida
dejándome el
alma herida
y splin en el
corazón,
sabiendo que te
quería,
que vos eras mi
alegría
y mi sueño
abrazador…
Para mí ya no
hay consuelo
y por eso me
encurdelo
pa´ olvidarme de
tu amor.
La guitarra en
el ropero
todavía está
colgada;
nadie en ella
canta nada
ni hace sus
cuerdas vibrar…
Y la lámpara del
cuarto
también la
ausencia ha sentido
porque su luz no
ha querido
mi noche triste
alumbrar.
El
tango muestra con claridad la depresión que lo caracteriza, que en el caso de “Mi
noche triste”, es desencadenada por la pérdida. El llanto, la oscuridad, la
ilusión del regreso de la amada, el silencio y la huída hacia el alcohol.
Hacia
fines del siglo XIX, Santo Discépolo, músico italiano emigrado a Buenos Aires,
padre de Enrique Santos Discépolo (Discepolín), tuvo una grave decepción
(traición de un discípulo) y se recluyó en su casa hasta su muerte. Poco antes
había inaugurado su conservatorio. Por esa fecha (1901), nació el hijo menor de
los cinco hermanos, que fue llamado Enrique Santos y conocido por Discepolín.
Cinco años más tarde, en 1906, Santo murió de un ataque al corazón. Tenía 55
años. Su hijo menor cinco. Cuatro años después murió Luisa, su mujer, la madre
de Discepolín, de tuberculosis a los 46 años.
Enrique tenía 9 años. Los padres fueron ejemplo de laboriosidad y amor y
la vida familiar se desarrollaba en un clima en el que la música tenía un lugar
central. Es probable que esa conjunción haya salvado a los huérfanos de una
vida miserable.
Discepolín
se fue a vivir con Carmen, una hermana rica de la madre. Era un buen alumno
pero triste, aislado, taciturno.
De
modo muy expresivo dijo: “Cubrí el globo
terráqueo con un paño negro y no lo volví a destapar”.
A
los dos años se casó su hermano mayor, Armando, y Enrique se fue a vivir con
él. Cambió de colegio y también de vida. Al lado de Armando entraría al mundo
de los cafés, que luego cantaría en “Cafetín
de Buenos Aires” y a ese otro universo, especialmente importante, del
teatro.
Los
Discépolo palparían el latido de la vida argentina como pocos. El Café de los inmortales, El tropezón, La Brasileña,
Don Quijote, El Paulista, serían lugares claves para su desarrollo humano y
su filosofía nocturna de la mano de “profesores” del grupo Boedo: artistas como
Habecquer o Quinquella Martín, También amigo de Alfonsina Storni, músicos como
Filiberto y otros intelectuales.
“Que
vachache” fue el primer tango de Enrique, cantado en Montevideo en 1926. En
1928 conquista Buenos Aires con “Esta noche me enborracho” entusiasmando a
multitudes:
“Esta
noche me emborracho bien, me mamo bien mamao pa´no pensar”
La
adicción como método de destrucción del dolor causado por el pensamiento está
aquí maravillosamente ilustrada, utilizando el pretexto de la prostituta
envejecida, en la actitud general de burla y autocompasión forman parte de la
defensa ante el horror depresivo.
Entre
1930 y 1935 aparecen dos de las producciones más famosas de Enrique: Yira yira en 1930 y Cambalache en 1935. Ante la necesidad
de denunciar amargamente la carencia de solidaridad, amor, justicia: “no
esperes nunca una ayuda”, e ingratitud: te dejen tirao después de cinchar lo
mismo que a mí”, en Yira yira, y en
1935, encontramos en Cambalache la
carencia de valores y la confusión utilizada por el poder y el dinero:
“Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé”
La
época de oro de Discepolín, actor teatral, empreario, músico (de oído ya que no
había aprendido a escribir música), poeta, amigo, “filósofo”, alrededor de 1940
escribe en esos años: Tormenta,
Martirio, Infamia, Canción desesperada, Sin palabras y la más encumbrada, Uno. Los títulos dicen todo. Reflejan emociones de
enorme intensidad, amargura, sufrimiento, reproches, infamia y desesperación.
“Uno”, escrito en
colaboración con Mariano Mores:
“Uno busca lleno
de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Sabe que la
lucha es cruel y es mucha pero lucha y se desangra por la fé que lo empecina…
Uno va
arrastrándose entre espinas y en su afán por dar su amor, sufre y se destroza
hasta entender
que uno se ha
quedao sin corazón…
Precio de
castigo que uno entrega por un beso que no llega
a un amor que lo
engañó…
¡Vacío ya de amar
y de llorar tanta traición!”
Discepolín, deprimido, melancólico, se
dejó morir, llegando a pesar treinta y siete kilos el 23 de diciembre de 1951.
Él mismo, hablando por radio en 1947
sobre el momento vital en que había nacido el tango “Uno” dice:
“En aquellos días estaba raro… no sé… No
sé en realidad que diablos me pasaba. Me había entrado de pronto una melancolía
inexplicable. Yo que generalmente tengo buen humor; estaba insoportable.
¡Quería pelearme con todo el mundo…! ¡Fue una temporada terrible! En casa, un
poco alarmados, llamaron al médico. No tenía nada, estaba sano. El médico – pobrecito
– me aconsejó lo de siempre: que dejara de fumar, que dejarade beber, que
dejara de acostarme tarde… Y yo seguí fumando, bebiendo, acostándome tarde.
Porque lo que yo tenía era vejez (tenía 42 años), cansancio… cansancio de
vivir. Estaba raro… era cansancio de todo. En ese momento me hubiera gustado
hablar de otra manera, caminar de otra manera, caminar al revés… que sé yo. Me
molestaba el tránsito, las bocinas, los gritos de los vendedores… ¿Qué era eso?
En el fondo y en esencia era hartazgo. Aquello de punto muerto de las almas no
era pura invención literaria”.
(Bibligrafía "Depresión y creatividad" - Manuel J. Gálvez)
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