Cosa rara es el destino. Así puede
llamarse a la casualidad, la suerte o a las circunstancias que a uno le tocan
vivir. Simplemente porque no siempre se puede elegir. Nacer es como despertarse
cayendo en un abismo sin saber dónde el viento nos permitirá aterrizar, rezando
para que el paracaídas que nos tocó se abra a tiempo y evite un comienzo
estrellado.
La vida parió a Martina en una villa
tras el arroyo Las Catonas. Una casita de madera, chapa y cartón fue su
pesebre. El frío dolía cada noche al penetrar hasta los huesos, y al calor de
la salamandra se dormía con la última brasa encendida. Acurrucada sobre
colchones tirados en el piso, dormía junto a sus cuatro hermanos dándose abrigo
mutuamente. Espiaba por recovecos entre las mantas, y miraba el cielorraso
improvisado con un plástico negro que, sostenido con tachuelas, atajaba las
gotas de agua que atravesaban las chapas cuando caía la helada en la madrugada.
Su madre partió un día y nunca tuvo una
explicación que la convenciera. Su padre trabajaba como peón en un aserradero y
le decía a veces que aquélla había regresado a Tucumán con su familia; otras,
que había enfermado y difícilmente volvería, porque estaba internada.
A sus diez años, la escuelita era su
contención. Guardaba una estampita de la Virgen de Luján entre las hojas de su
cuaderno, único legado de su mamá, que la mantenía presente y la hacía sentirse
cuidada.
Entre hojas zurcidas armó un borrador y
escribía su libro diario,
testimonio de sus angustias y alegrías,
sus esperanzas y su dolor.
Virgencita querida:
Tengo algo que me
provoca malestar con esta situación nueva. Es como si me sintiera traicionada,
aun sin saber qué pasará. Una sensación me oprime el estómago y también cerca
de mi corazón. Hay algo detrás de todo esto que me hace sentir incómoda. Aunque
sea dura, te ruego me muestres la verdad, porque necesito sacarme este dolor
que nace entre tantas verdades y mentiras. Te suplico me dejes ver si pasa algo
malo.
Si sabes que esto es
terrible para mí, sácalo ya... no importa el tiempo perdido. Nunca pediré explicaciones,
porque sabré que es tu respuesta a mis pedidos y confío en ti. Necesito saber
qué cosas están pasando, si debo dar un paso al frente o al costado. Muchas
veces me he visto abrazándote y llorando. Todo era una luz maravillosa. Siento
tu presencia. La imagen vivida, de tus manos acariciándome la cabeza, es una de
las cosas que me hicieron sentir que siempre estás a mi lado y que soy especial
para ti. Me diste la posibilidad de sentirme tan chiquita y tan grande en tus
brazos. Esa calma y esa paz sólo la tengo cuando te pienso y cuando te hablo.
No sé por qué a veces
odio tanto, Señora mía. Horribles cosas vividas me angustian, irritan,
enferman. No sé como lo voy a superar.
Martina creció siendo madre de sus
hermanos más pequeños como pudo. Su padre ahogó en alcohol sus carencias y sus
responsabilidades jamás asumidas, y la sociedad indiferente dejó que se
derramara el agua de la solidaridad, durmiendo el tiempo las promesas de los
años jóvenes.
El amor llegó por primera vez a su vida
cuando un encuentro adolescente le obsequió un ramito de flores silvestres
recogidas junto al arroyo y, caminando hasta el colegio, culminó con un beso
tímido en sus labios.
¡Qué grandes son mis
sueños! Apenas caben en mí. Toda una vida esperando lo que parecía imposible y
al fin te das cuenta que todo es cuestión de tiempo, de Fe, de esperanza.
Me gustan mis sueños,
los que imagino cuando estoy despierta y me hacen sonreír. A veces me siento
rara, no logro entenderme. Paso tanto tiempo mirando la nada. Muchas veces me
pierdo en el silencio y otras en el murmullo que inunda la mente
transportándome a un abismo inexplicable. Imprevisible es el amor. Tanto nos da
pasión, dolor, alegría, soledad, entusiasmo, desilusiones, inquietud,
desesperanza, sueños, ausencias…
Pero el camino de su vida se anegó con
incertidumbre, respuestas que nunca llegaron y el hambre como nueva compañía.
Sus hermanos tomaron de la noche sus desdichas, y de ellas fantasearon sus
riquezas, con penurias canjeadas como votos que los lobos pagaron con mentiras.
La historia de sus padres y sus abuelos
se escribió con humildad y con carencias. De la nada, nada viene… y la nada fue
su herencia. Nunca sabrá quién ha creado a los humildes. Tampoco quién los
cargó de tristezas, ni el porqué de quienes hablan por ellos para seguir
vigentes; ni la razón de su transcurrir doloroso e indigno. Escribía Martina
sus ruegos, y sus lágrimas, tratando de olvidar, diluían la tinta en el papel.
¡Cuánto digo y que
poco hago! Escribo en este cuaderno esperando respuestas, como si alguien me
escuchara. ¡Qué loca me siento hablando sin solucionar nada! Como siempre, me
doy cuenta de que sola no soy nadie. Me desplomo y me quedo totalmente sin
rumbo. Sé lo que me provoca náuseas, la amargura del silencio.
¿Tanto puede costar el
diálogo? ¿Tanto una simple respuesta? ¿Qué pasa por las mentes de quienes te
dejan a un lado? ¿Por qué duele tanto la realidad?
La soledad es
destructiva y la rutina destruye aún más. ¿Por qué temo siempre ser engañada?
¿Acaso todos están enfermos? No quiero creer que el mundo está enfermo. Quiero
creer en el amor, en la felicidad, en la certeza que somos sanos en cuerpo y
espíritu. Quiero estar libre de temor y tener paz interior; saber que todo está
en orden…
Mi primer acoso sexual
fue a los catorce años, por un borracho amigo de mi papá. El segundo por un
hombre que llamábamos tío. Me tocaba y… Tenía yo apenas catorce años y sueños
de algodón...
El tercero fue el
encargado del aserradero donde trabajaba mi papá. Todavía iba a la escuela…
tenía quince años. Horrible pesadilla aquello. Me decía que si yo hablaba, mi
papá se quedaría sin trabajo.
A los dieciséis años,
me enviaron con un patrón para cuidar a sus hijos en Buenos Aires. Éste, con un
amigo, me drogó y me violaron. A los diecisiete años me fui de mi casa sin
rumbo y, para los dieciocho, ya era una prostituta.
Estuve en un cabaret
en Castelar y enfermé gravemente. Hoy tengo treinta y dos años, no puedo ser
mamá. Me robaron todo, mi niñez, mi adolescencia y la posibilidad de formar una
familia.
¿Quién me robó todo?
El silencio y el miedo me destruyeron. Los maltratos de mi padre alcohólico, me
llenaron de confusión e impotencia.
Martina se levantó mal. No sabía por
qué. No sentía fuerzas para seguir. Una especie de mareo y vacío en la cabeza
la aplastaba.
El pasado la atormentaba y no podía
dejarlo atrás. Se sentía incapaz de luchar por una vida mejor.
Pero vino un viento nuevo que abrigó su
corazón, el reencuentro con su primer amor, el de los días felices y espíritu
con ilusión.
Apareciste sin
pensarlo. Fue el destino quien nos quiso reunir. Algún camino de otro tiempo
más feliz, te trae de nuevo aquí. Mi vida amaneció y la luz del universo se
encendió en mi rostro. Me dijiste: “Aquí estoy yo” y te conocí como la primera
vez.
Quédate, no te vayas
como ayer. Te fuiste entonces y yo, en mis sueños, tantas veces te busqué.
Quédate, no me dejes sola nuevamente, no me lances al abismo, por favor. La
noche es larga si no estoy contigo. Que no vuelva el frío del adiós.
Pero tuvo memoria feroz la vida, sin
piedad ni compasión. No llegó el milagro de su hijo, que igual vivió en su
sentimiento y la acompañó en su camino interior. Tampoco amar sin condición
tuvo respuesta sincera y, otra vez en soledad, crecieron sus afectos
íntimos en sus sueños, impregnando su
fantástica realidad:
Te esperé, hijo. Pensé
que por fin había llegado el momento. Parece que mamá no puede encontrarte.
¡Qué tonta me siento! Estuve soñando con dar la noticia y sola esperarte los
nueve meses. Pero no será y estoy llena de angustia. Creí que Dios y la Virgen
se habían ocupado de mí… pero quizá no es el tiempo. ¿Será que debo sentirte
así? ¿Será mi destino encontrarte en tantos niños que adoro y alegran mi vida?
Ayúdame desde donde estás.
Regresó Martina a la villa y su lucha
fue trabajar en el merendero que creó junto a un grupo de vecinos, con la
convicción que los peldaños de la escalera para trepar a una nueva vida debían
construirse con madera propia. Sus manos estuvieron para siempre extendidas al
cielo, esperando recibir con afecto algún paracaídas errante que con viento
descarriado, aterrizara en la indigencia. Caminar junto al arroyo con su perro
Bobi fue su alegría,
recitando los versos con que cerró su
libro diario:
“Yo soy la primera y
la última,
soy la venerada y la
despreciada,
la prostituta y la
santa,
la esposa y la virgen.
Yo soy la madre y la
hija,
soy la mujer estéril
y numerosos son mis
hijos.
Yo soy la que da a luz
y la que jamás
procrea.
Soy el consuelo de los
dolores de parto,
soy la esposa y el
esposo.
Yo soy la madre de mi
padre
y la hermana de mi
esposo,
y él… es mi hijo
rechazado.
Respetadme siempre…
porque soy la
escandalosa
y la magnífica.”
grpinotti.letrasycuentos@yahoo.com.ar
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
978-987-33-2139-9
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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