jueves, 1 de enero de 2015

CIELO BLANCO

CIELO BLANCO

Guillermo R, Pinotti - °Derechos Reservados - Dirección Nacional del Derecho de Autor - Argentina-


Muchas veces sentí frío en aquellas mañanas  con heladas intensas, cuando pequeño, mi madre me acompañaba hasta la escuela. Camino de tierra que al principio era un sendero estrecho, y luego se ensanchaba llegando a la puerta con rejas verdes,  la entrada al colegio.
Pero jamás sentí mis piernas y mis pies congelados como ahora. Los quiero mover y no puedo. No los siento. Quizás esté delirando, pienso. Porque mi espalda, pegada contra el lecho, hierve, quema, mientras mi cuello lucha en vano por levantar la cabeza y pedir auxilio no se a quién. Entre cortinas o velos difusos, la medialuz del ambiente no me deja ver que hay a mi lado. Ni adelante. Y tampoco atrás. Pero un monótono ruido ronco, continuo y permanente, al modo de la marcha de un reloj disfónico, me indica que ahí nomás hay algo vivo.
A la distancia, en el extremo de la habitación donde estoy, detrás de una luz pálida y fija, se oye el murmullo de personas que quizás nos vigilan. No entiendo lo que dicen, pero de tanto en tanto se ríen, y callan luego unos minutos.
Cierro los ojos y ya no puedo abrirlos. Pero no duermo. No recuerdo cuándo llegue aquí y, por momentos, dudo si estaré vivo o muerto. ¿Quizás sea esto el purgatorio y esta duda mi eternidad?
Se queja alguien detrás de mí y luego se silencia, después una sibilante espiración me asusta. Tengo miedo. Quiero gritar y no puedo. Mi boca totalmente seca y mis labios resquebrajados no encuentran alivio por la sed intensa que me aplasta y me consume.
Recuerdo un sencillo vaso de agua fresca y es un tormento. O tal vez un trozo de hielo que se derrita en mi boca y despegue la lengua del paladar. Quiero gritar nuevamente… y no puedo. Pasan las horas, o quizás los días o los meses, y descubro, que no hay dolor en la muerte sino en la incertidumbre de sentir que me estoy muriendo.
El tiempo no existe y a la vez es eterno. Todo esto es una locura. Me escapo en mis pensamientos y entretengo con recuerdos lejanos que me llevan hasta la biblioteca de mi escuela primaria. Veo el esqueleto colgado en el rincón junto a un escritorio, pero no me asusta como entonces. Un timbre como una alarma invade el lugar y lo asocio con el recreo. Los niños corren hacia el carro que trae jarros de aluminio con mate cocido caliente e intento tomar uno. Pero el frío persiste y se hace más intenso.
Intento tocar con mis manos la cara. Pero están sujetas. Alguien las sostiene y no me suelta; y en esa lucha desesperada me desvanezco hallando un poco de paz.
De pronto, una luz intensa me despierta. Abro los ojos y un techo blanco y resplandeciente es mi cielo. Dos hombres vestidos con uniforme blanco y otro de gris, cargan con el cuerpo desnudo de un hombre viejo y, la voz de una mujer que no veo dice: “Entró ayer temprano muy grave y se fue anoche a las tres.”


Me inquieto y comienzo a moverme desesperadamente. Volteo la cabeza hacia la derecha y un cartel indicador sobre la puerta, en letras blancas y fondo verde, a todo el que miraba decía: “Silencio, terapia intensiva”. Todavía hay esperanza… estoy vivo.





Guillermo R, Pinotti - °Derechos Reservados - Dirección Nacional del Derecho de Autor - Obra Inédita -Argentina-


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