Algunos personajes padecieron distintos tipos de insania y, sin embargo,
trascendieron por su genio y por sus obras. Para algunos de ellos, los momentos
de mayor creatividad coincidieron con las manifestaciones más agudas de su
enfermedad.
Ante estas personalidades, surge el interrogante
de cómo habría sido su actividad creativa de haber estado psíquicamente sanas
¿Fue la enfermedad una fuerza esencial que los llevó a incursionar en terrenos
donde nadie se animaría, o los impulsó a trabajar intensamente para escapar de
sus delirios? Quizás el lector tenga la respuesta.
EL HORLA
Guy de Maupassant
Tourville-sur-Arques,1850-París,
1893.
(Fragmentos)
Maupassant fue admirador y amigo de Gustave Flaubert, a quien conoció
en 1867, y también frecuentó a Ivan Turgénev y Émile Zola.
En 1880 publicó su primera obra, Boule de suif (Bola de sebo), que le otorgó notoriedad en el mundo literario. Fue autor de mas de trescientos cuentos y relatos. Sus temas favoritos fueron los campesinos normandos, los pequeños burgueses, la mediocridad de los funcionarios, la guerra franco – prusiana de 1870, las aventuras amorosas, las alucinaciones de la locura y sus cuentos de terror en los que evidencia la presencia obsesiva de la muerte, el desvarío y lo sobrenatural, género en el que es reconocido como maestro, a la altura de Edgar Allan Poe. La Casa Tellier (1881), Los cuentos de la becada (1883) o El Horla (1887), son algunos ejemplos de ello en los que se transparentan los primeros síntomas de su enfermedad. También publicó novelas como Una vida (1883) y la aclamada Bel-Ami (1885). Menos conocida es su faceta como cronista de actualidad en los periódicos de la época.
En 1880 publicó su primera obra, Boule de suif (Bola de sebo), que le otorgó notoriedad en el mundo literario. Fue autor de mas de trescientos cuentos y relatos. Sus temas favoritos fueron los campesinos normandos, los pequeños burgueses, la mediocridad de los funcionarios, la guerra franco – prusiana de 1870, las aventuras amorosas, las alucinaciones de la locura y sus cuentos de terror en los que evidencia la presencia obsesiva de la muerte, el desvarío y lo sobrenatural, género en el que es reconocido como maestro, a la altura de Edgar Allan Poe. La Casa Tellier (1881), Los cuentos de la becada (1883) o El Horla (1887), son algunos ejemplos de ello en los que se transparentan los primeros síntomas de su enfermedad. También publicó novelas como Una vida (1883) y la aclamada Bel-Ami (1885). Menos conocida es su faceta como cronista de actualidad en los periódicos de la época.
Atacado por graves problemas nerviosos, síntomas de demencia y pánico –
reflejados en varios de sus cuentos – y a consecuencia de la sífilis,
Maupassant intentó suicidarse el primero de enero de 1892 y fue internado en la
clínica parisina del doctor Blanche, adonde murió un año más tarde.
8
de mayo. - ¡Que hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba
delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da
sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí,
esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra donde
nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a
lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos
regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la
tierra, de las aldeas y del aire mismo.
Adoro
la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo en el Sena que corre detrás
del camino, a lo largo de mi jardín casi dentro de mi casa, el grande y ancho
Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre..
11
de mayo.- Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o
más bien triste. ¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que transforman
nuestro bienestar en desaliento y nuestra confianza en angustia? Se diría que
el aire, el aire invisible, está poblado de lo desconocido, de poderes cuya
misteriosa proximidad experimentamos. ¿Por qué al despertarme siento una gran
alegría y ganas de cantar, y luego sorpresivamente, después de dar un corto
paseo por la costa, regreso desolado como si me esperara una desgracia en mi
casa? ¿Tal vez una ráfaga fría al rozarme la piel me ha alterado los nervios y ensombrecido
el alma? ¿Acaso la forma de las nubes o el color tan variable del día o de las
cosas me han perturbado el pensamiento al pasar por mis ojos? ¿Quién puede
saberlo? Todo lo que nos rodea, lo vemos sin mirar, lo rozamos
inconscientemente, lo tocamos sin palpar y lo que encontramos sin reparar en
ello, tiene efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables sobre nosotros,
sobre nuestros órganos y, por consiguiente, sobre nuestros pensamientos y
nuestro corazón.
16
de mayo.- Decididamente, estoy enfermo. ¡Y pensar que estaba tan bién el mes
pasado! Tengo fiebre, una fiebre atroz, o, mejor dicho, una nerviosidad febril
que afecta por igual el alma y el cuerpo. Tengo continuamente la angustiosa
sensación de un peligro que me amenaza, la aprensión de una desgracia inminente
o de la muerte que se aproxima, el presentimiento suscitado por el comienzo de
un mal aún desconocido que germina en la carne y en la sangre.
18
de mayo.- Acabo de consultar al médico pues ya no podía dormir. Me ha
encontrado el pulso acelerado, los ojos inflamados y los nervios alterados,
pero ningún síntoma alarmante. Debo darme duchas y tomar bromuro de potasio.
25
de mayo.- ¡No siento ninguna mejoría! Mi estado es realmente extraño. Cuando e
aproxima la noche, me invade una inexplicable inquietud, como si la noche
ocultase una terrible amenaza para mí. Ceno rápidamente y luego trat de leer,
pero no comprendo las palabras y apenas distingo las letras. Camino entonces de
un extremo a otro de la sala sintiendo la opresión de un temor confuso e
irresistible, el temor de dormir y el temor de la cama. Alas diez subo a la
habitación. En cuanto entro, doy dos vueltas la llave y corro los cerrojos;
tengo miedo…¿de qué?...Hasta ahora nunca sentía temor por nada… abro mis
armarios, miro debajo de la cama; escucho… escucho… ¿qué?... ¿Acaso puede
sorprender que un malestar, un trastorno de la circulación, y tal vez una
ligera congestión, una pequeña perturbación del funcionamiento tan imperfecto y
delicado de nuestra máquina viviente, convierta en un melancólico al más alegre
de los hombres y en un cobarde al más valiente? Luego me acuesto y espero el
sueño como si esperase al verdugo. Espero su llegada con espanto; mi corazón
late intensamente y mis piernas se estremecen; todo mi cuerpo tiembla en medio
del calor de la cama hasta el momento que caigo bruscamente en el sueño como si
me ahogara en un abismo de agua estancada. Ya no siento llegar como antes a ese
sueño pérfido, oculto cerca de mí, que me acecha, se apodera de mi cabeza, me
cierra los ojos y me aniquila.
Duermo
durante dos o tres horas, luego no es un sueño sino una pesadilla lo que se
apodera de mí. Sé perfectamente que estoy acostado y que duermo… lo comprendo y
lo sé… y siento también que alguien se aproxima, me mira, me toca, sube sobre
la cama, se arrodilla sobre mi pecho y tomando mi cuello entre sus manos
aprieta y aprieta… con todas sus fuerzas para estrangularme.
Trato
de defenderme, impedido por esa impotencia atroz que nos paraliza en los
sueños: quiero gritar y no puedo; trato de moverme y no puedo; con angustiosos
esfuerzos y jadeante, trato de liberarme, de rechazar ese ser que me aplasta y
asfixia, ¡pero no puedo!
Y
de pronto me despierto enloquecido y cubierto de sudor. Enciendo una bujía.
Estoy solo. Después de esa crisis, que se repite todas las noches, duermo por
fin tranquilamente hasta el amanecer.
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14
de agosto.- ¡Estoy perdido! ¡Alguien domina mi alma y la dirige! Alguien domina
todos mis actos, mis movimientos y mis pensamientos. Ya no soy nada en mi; no
soy más que un espectador prisionero y aterrorizado por todas las cosas que
realizo. Quiero salir y no puedo. Él no quiere y tengo que quedarme, azorado y
tembloroso, en el sillón donde me obliga a sentarme. Solo deseo levantarme,
incorporarme para sentirme todavía dueño de mí. ¡Pero no puedo! Estoy clavado
en mi asiento, y mi sillón se adhiere al suelo de tal modo que no habría fuerza
capaz de movernos.
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19
de agosto.- Lo mataré. ¡Lo he visto! Anoche yo estaba sentado a la mesa y
simulé escribir con gran atención. Sabía perfectamente que vendría a rondar a
mi alrededor, muy cerca, tan cerca que tal vez podría tocarlo y asirlo. ¡Y
entonces!... Entonces tendría la fuerza de los desesperados; dispondría de mis
manos, mis rodillas, mi pecho, mi frente y mis dientes para estrangularlo,
aplastarlo, morderlo y despedazarlo.
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10
de septiembre.-…. ¿Y si no hubiera muerto? Tal vez sólo el tiempo puede dominar
al Ser Invisible Y Temido. ¿Para qué ese cuerpo transparente, ese cuerpo
invisible, ese cuerpo de Espíritu, si también está expuesto a los males, las
heridas, las enfermedades y la destrucción prematura? ¿La destrucción
prematura? ¡Todo el temor de la humanidad procede de ella! Después del hombre,
el Horla. Después de aquel que puede morir todos los días, a cualquier hora, en
cualquier minuto, en cualquier accidente, ha llegado aquel que morirá solamente
un día determinado, al llegar al límite de su vida.
No…
no… no hay duda, no hay duda… no ha muerto… Entonces tendré que suicidarme…
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