De la voluntad, la educación y la libertad
La voluntad es una condición
indispensable para dirigir nuestros actos en un sentido determinado. Y ese
sentido puede estar dirigido a metas sublimes que tienden al bien común, pero
no siempre desde lo individual o subjetivo están de acuerdo con sentimientos de
placer. De ahí que ganarse el pan con el sudor de la frente, implica un
esfuerzo, una dedicación, y el ejercicio de la voluntad.
Este ejercicio es una
condición que se educa, se transmite, y cuando la voluntad dirigida a poner
marco a nuestros actos se sistematiza, se llama disciplina.
Aquello de no poner los pies
sobre la mesa, no comer con una gorra o sombrero puesto, el saludo al ingresar
a un recinto, etc., que los jóvenes de hoy critican como sin sentido, eran en
épocas pasadas formas simbólicas con la que los adultos nos enseñaban que las
normas en una casa debían ser respetadas, más allá de nuestros gustos y comodidades.
Y se guardaba aquello en nuestros pensamientos extendiéndose a nuestra vida en
sociedad: respetar la ley y el orden, defender nuestros derechos sabiendo que
el límite estaba cuando comenzaban los derechos de los demás, de nuestros
iguales. El motor de esta conducta
estaba en el ejercicio y educación de la voluntad.
El enseñar y aprender se da
en todo momento. El ejercicio de la voluntad va de la mano del respeto a
nuestros pares. Se aprende y se enseña dentro y fuera de los ámbitos escolares.
Se enseña en el hogar cuando el padre indica lavarse las manos antes de comer a
los niños. Y estos, contrariamente a sus
deseos y apremiados por su ansiedad, poniendo voluntad, incorporan esta medida
de higiene. Los padres están para eso, para marcar conductas que directamente o
simbólicamente permitan a sus educandos tomar disciplinas que marquen el rumbo
de la vida en sociedad.
No son los padres, los
maestros ni los profesores dictadores, fachos, nazis, ni torturadores por
enseñar el respeto a las normas. Pero los que tienen en un momento dado el
poder para marcar políticas educativas y direccionar la información, cuentan
con gran responsabilidad para que un pueblo entienda algo que parece tan
sencillo como que, de acuerdo a las normas que rige esa sociedad, lo que está
bien está bien, y lo que está mal esta mal.
La ética se enseña con el
ejemplo y se aprende con el modelo. Ejemplo y modelo son dos versiones de una
misma realidad, aunque se diferencian según el punto de vista del que hace la
lectura: si es del que enseña o si es del que aprende.
En el que enseña, la ética
debe ser un producto ya logrado e incorporado en la forma de pensar y en el comportamiento,
mientras que en el que aprende, debe ser un producto que debe ser logrado.
Supuestamente debería ser así, pero no lo es del todo, pues la ética es algo
dinámico y jamás se llega a un producto terminado, siempre se está en
permanente transformación. Por eso las normas y las leyes se reforman de tanto
en tanto. Pero en esos períodos que rigen, deben ser cumplidas como tal. Es
cierto que a lo largo del tiempo, la permanente modificación e incorporación de
subculturas, da distintos matices a la cultura en general, pero el componente ético
del ser humano debería darle lugar solamente al “mejoramiento beneficioso”.
Las nociones de “bien”, “bien
común” y de “bueno” deben constituir el soporte y el camino de esta permanente
modificación.
¿Cómo se produce el
aprendizaje de lo bueno y de lo ético? Por
identificación con el modelo. Y aquí cuenta con gran responsabilidad quien
impone este modelo o tiene poder para dirigirlo. Esto es básico en todo
aprendizaje. El niño toma a alguien, (el padre, el maestro) como modelo y se
identifica con él, incorporando tanto sus comportamientos, como su forma de
pensar.
La identificación masiva con
ciertos líderes – hay muchos ejemplos en la historia de la humanidad – no llevaron
a buen puerto. Aunque en un momento dado, en un instante preciso, ciertas ideas
políticas, dogmas, religiones, etc., se tomaron como verdades absolutas.
La reflexión a través de la
observación, comparación, madurez de los pueblos y puesta en ejercicio de la
experiencia para poner límite a modificaciones que no respetan la condición de “mejoramiento
beneficioso para el bien común”, son la llave necesaria para que una sociedad
en el marco de las leyes y normas que la rigen, conserve el sentido de lo
ético.
En el psiquismo existe un
intercambio que se da en doble sentido de adentro hacia afuera y viceversa, que
es una actividad importante para mantener un equilibrio. Se da un fenómeno de
incorporación de elementos, de información, de conocimientos que vienen de
afuera, y un fenómeno de expulsión de elementos, de conocimientos, de
información que van desde el psiquismo al mundo externo. El psicoanálisis ha
estudiado este tema y a la incorporación psíquica se la ha denominado introyección o identificación,
mientras que a la expulsión, la llamó proyección.
Por eso los medios de
comunicación en la actualidad, que marcan una gran preponderancia e influyen en
la educación de un pueblo, marcan el rumbo y la cultura del mismo en un momento
histórico dado.
El modelo de incorporación
mencionado antes, puede observarse con claridad en toda situación de
aprendizaje. Esto se destaca especialmente en la relación padre-hijo y en la de
maestro-discípulo. La relación padre-hijo constituye normalmente un vínculo de
carácter simbiótico en un sentido psicológico, en el cual se da una fuerte
comunicación emocional y afectiva entre ambos integrantes. Este componente
afectivo-emocional es fundamental en todo aprendizaje: el amor es el puente que
canaliza la adquisición en el que está aprendiendo y es el pegamento que
estabiliza el aprendizaje. Por amor, el niño toma a su progenitor como modelo y
lo incorpora como una totalidad en todos los aspectos que lo caracterizan como
persona. De esta incorporación se produce un movimiento psíquico interno, por
el cual se efectúa una selección de aquellos aspectos que le son útiles en su
proceso de identificación, y una eliminación de aquellos otros que no le son
útiles. Lo mismo ocurre en el discípulo en su relación con el maestro: lo toma
como modelo de persona e incorpora su forma de ser, de comportarse, de sentir y
de pensar. La calidad del vínculo y su permanencia en el tiempo son los pilares
que darán el grado de solidez de lo que se aprende: cuanto mas intenso es el afecto
y mayor el tiempo de dedicación, más significativo y perdurable será lo que se
adquiere.
También el destino de una
nación depende del grado de robustecimiento de la capacidad de discernimiento
de su pueblo, que le permitirá distinguir y separar aquellos rasgos que se
adoptan como propios, de aquellos otros que se distinguen como ajenos. Esto
produce un enriquecimiento interno y el
desarrollo de autonomía y adquisición de una personalidad propia y sólida.
El futuro de una nación
depende de como leen y escriben sus niños, como razonan y como seleccionan el
conocimiento incorporado.
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