jueves, 1 de enero de 2015

CARTA PARA JUAN




Carta para Juan

                               Chivilcoy, 01 de octubre de 2011  
  
Juan, mi querido amigo:

Imagino tu preocupación por cómo estamos por estos pagos. El tiempo y las cosas pasan. Valoramos y medimos la vida por los hechos que en ella transcurren. Pero en esencia, lo que mueve y da lugar a los argumentos de la existencia, proviene de las mismas vertientes y muere en el mismo mar. Siempre bajo el mismo cielo transcurrieron la noche y el día, lo bueno y lo malo, la cordura y el desquicio. Pero hay una fibra innata que sustenta a la buena gente, que trasciende a sus modismos y se expresa en su conducta honrada.
Añoro los churrasquitos que asábamos entre amigos, con las brasas en el horno de tu padre, amasando la ilusión de independencia adolescente y de ser nosotros mismos con aquella travesura que fue nuestro primer trabajo. Después de haber cortado miles de ladrillos y puestos a secar al sol, ninguno de los horneros sentía cansancio en las manos, si la circunstancia invitaba a guitarrear. Porque eran esas mismas manos nuestro fusil, con el que defendimos y sostuvimos esta patria que es hoy. Patria por la que se enfrentaron militares y montoneros; políticos de izquierda, de derecha y de centro; demócratas buenos, regulares y malos. Pero mientras ellos se repartían fuegos artificiales, palabras y más palabras -que hoy algunos dicen son propiedad de intelectuales-, nuestra auténtica rebelión y felicidad era el trabajo. Las asperezas en nuestras palmas no impidieron ir a la escuela y aprender a escribir, leer, y caminar con respeto por los caminos de la vida. Con esas herramientas le hicimos frente a todo.
Nosotros no nos pudimos ir para después volver. Pero pusimos la espalda para llevar la cruz a nuestra manera, haciendo el aguante a tanta perversidad. Porque estos caminos que hoy asfaltan, los hicimos nosotros andando a caballo y caminando en patas y alpargatas. Y así, en la más penosa dictadura; el verdulero, el albañil, el pintor, el ama de casa, el maestro, la modista del barrio, el almacenero de la esquina y nosotros en nuestro poder hacer en tanto pueblo del interior; mantuvimos el barco a flote. Nos bancamos a los que desde la cubierta superior nos mandaban a dormir y subsistir en la bodega. Y hoy, que por hablar por boca de ganso nadie pierde ni una pestaña, dicen que nosotros fuimos pasivos y complacientes… hasta los que regresaron en los mismos botes con los que se fueron (algunos obligados por el opresor -es cierto-, otros por elección y por traidores). Y siguen ahí unos y otros, peleándose junto al timón queriendo marcar rumbo. Pero nosotros seguimos durmiendo en la bodega y sin saber qué lugar habrá para nuestros hijos y nietos.
La locura transita en los pensamientos y sentimientos de los que alcanzaron, por variables en general impredecibles, espacios importantes de poder. Viviendo de apariencias y cumplimientos protocolares, que dejan ver lo que la sociedad espera de los animadores políticos, se obsesionan con actos y discursos rituales diciendo lo que sus futuros dominados quieren escuchar. Y el autoengaño es recíproco. La maquinaria del artificio lleva al encumbrado a creer que él mismo es lo que desea ser, el único camino que pasa por esa realidad virtual donde la verdad sólo está en sus manos. En el convencimiento de ser ellos la alternativa indispensable e inigualable que tiene la sociedad -aunque a veces nace en la búsqueda de consensos utilizados como máscaras- germinan en ese sustrato ideas fundamentalistas y autoritarias.
Las formas de conseguir superpoderes y mayorías absolutas en democracias inmaduras, desvelan a mandatarios obsesionados por construir el estado ideal que anida en su imaginario, sustentando sus fantasías con su propia perpetuación, la idea única, el bronce y la película que algún cineasta partidario hará sobre sus vidas. Y los que miran desde abajo, en distintos estratos sociales, con diferentes aspiraciones de acuerdo a la naturaleza y cultura que los identifica, buscan pertenencia en adhesiones reales y simbólicas escalonadas en referentes sociales que se expresan en variados personajes que, aunque sabiéndose subordinados y dominados, comprenden que forman parte del sistema ideológico vigente que les permite a su vez generar su propio espacio y dominar a más débiles.
Lo paradójico de este ensamble es que la clase política dominante aparenta convivir con pautas morales y humanitarias que los hechos reales desconocen, como el genocidio que a mediano y largo plazo producen la falta de trabajo real, la desigualdad de oportunidades para todos, la desnutrición infantil y el acceso a una educación que forme ciudadanos con capacidad de crear y reformular ideas para poder participar, elegir y ser elegidos, y no sólo ser obsecuentes y sumisos con el pensamiento predominante impuesto.
Esta situación pone a las distintas clases sociales en sitios estancados, inmóviles, donde los que alcanzaron niveles superiores se muestran como protectores de los humildes, de los que están fuera del sistema, no incluidos, desposeídos, marginados. Pero desde hace varias décadas los carenciados siguen estando en el mismo sitio.
La verdadera inclusión es la sustentada por el trabajo real, que permite al humilde dejar de serlo, permitiéndole la traslación ascendente de su condición social. Sólo una estrategia política que lleve a esto permitirá la igualdad y una verdadera distribución de la riqueza, que pasa fundamentalmente por una actitud no egoísta.
Los humildes no necesitan ni abanderados, ni padrinos, ni protectores, sólo necesitan dejar de serlo. Enfrentar la vida de igual a igual con sus pares con las mismas posibilidades dentro de las circunstancias que presenta la vida. Pero el desorden social crónico traspasó distintos gobiernos, ideas y métodos que tuvieron en común la búsqueda de la sumisión, por diferentes formas, para sostenerse en el poder, para justificar continuidad sostenida en el tiempo.
Esto generó en los excluidos la actitud de asumirse como sector humilde, de sentirse necesitados de protección, de contar con padrinos políticos bondadosos que los auxiliasen en sus necesidades mínimas indispensables. Pero perdieron el instinto de la rebelión, la ansiedad que genera la necesidad de progreso propio y la de sus hijos.
Si una ayuda económica a través de un plan social, la comunicación por Internet y telefonía celular o el traslado por las calles en un ciclomotor, no garantizan el ascenso socioeconómico, educativo y cultural de los sectores llamados humildes; es como perpetuar una mascota atada a un poste al que le damos un alimento mejor, pero que sigue privada de su libertad. Es posible que el cautiverio sostenido condicione su visión del mundo, y aún quitándole la cuerda que lo margina, la anulación del instinto de supervivencia lo haga volver a la casa de su amo por comida. Así, no todas las personas que viven en condiciones precarias de vivienda
y villas marginales, pretenden modificar su situación. Hasta los barrios con casas concedidas terminan transformándose en zonas superpobladas, subalquiladas y de riesgo, que deterioran la calidad de vida y el fin de progreso con que se realizaron. Las prioridades pasan, según su visión, por otras variables sujetas a pautas culturales, condicionadas por la opresión enmascarada de los sistemas de gobierno.
Así, los humildes hace muchos años que están en el mismo lugar. Y los sectores de poder necesitan a su vez de ellos, porque son la masa incondicional que los vota independientemente de la ideología, de las personas y de las formas, si en dicho contexto se encuentra el aparato y sistema que garantiza protección. Las aspiraciones de realización y vocación de participación ya fueron
estrechadas en muchos, cuando en los primeros años de vida la porción de comida fue insuficiente, y siendo adultos, promesa tras promesa, son llevados por quienes los dominan a la plaza, para escuchar los gritos de glorificación de sus bocas desdentadas que envanecen a los locos del poder.
Y los perturbados de la cumbre enfrentan a sus pares, con distintas máscaras se imaginan a sí mismos como salvadores del pueblo, en medio de la opulencia en que viven. Se acusan de autoritarios y mentirosos unos a otros y enarbolan ideologías diversas, pero en esencia, la vanidad que los alimenta y la actitud totalitaria es la misma.
Mientras tanto, alienados por su terrible condición, generación tras generación, los humildes, sin posibilidad de escape y sujetos a la sumisión, que el sistema con algunos de sus antifaces le impone, deliran en el sentimiento de pertenencia que el padrino de turno les da. Y esa locura es su felicidad, hasta que uno de ellos alucine con la verdad y de lugar a la rebelión que les quite la soga del cuello. Mientras tanto, los poderosos siguen llenando plazas y a veces discutiendo entre ellos; autoproclamándose amigos del pueblo y los trabajadores. Los humildes y desposeídos siguen desde hace muchos años ocupando el mismo espacio.
La verdadera revolución es aquella que nace espontáneamente.
La que crece dentro del corazón de la gente y explota en latidos de libertad y justicia. La que nadie supone ni se conoce el momento preciso en que se dará. Como erupción volcánica o tsunami, de la unión de infinitas moléculas y fuerzas naturales, la voluntad de un pueblo canaliza su energía y se expande arrasando contra todo sentimiento de opresión, de mentiras, dobles discursos,
y promesas incumplidas. La verdadera revolución no viene de poderosos que prometen para eternizarse en el poder y, con la falacia de autoproclamarse protectores de los humildes, lograron enriquecerse infamemente y vivir como reyes.
Los carenciados, desposeídos, descamisados, indigentes o excluidos, siempre están en el mismo lugar desde hace más de cincuenta años. Sus villas crecen igual que sus necesidades. Miserias y penurias cambian de matiz según el tiempo, épocas y costumbres. Pero siempre están allí. En el mismo lugar. El que les marcó el destino y obligó a aceptar el vil opresor. Disfrazado de todas las maneras y formas de gobernar, el perfil totalitario, en mayor o menor grado, siempre aparece.
Los necesitados siguen en el mismo sitio. Esperando generación tras generación, casi por inercia, a los de las grandes promesas incumplidas, pero que algo dan. Facilitan la subsistencia y perseverancia dentro de la misma miseria. Igual a la que tuvieron sus abuelos y sus padres, y la que soportarán sus hijos.
Las campañas rezan y repiten: “Se trabaja propiciando la interrelación, innovación y creatividad, como también fomentando la igualdad de oportunidades para que niños y jóvenes estén preparados para ser los verdaderos protagonistas de una nueva sociedad”. Y esta sociedad prometida es humo que disipa el viento desde siempre.
El recuerdo posible sólo conoce una carencia principal, la del conocimiento y la educación, acentuada por el hambre, la droga y la desintegración familiar. La garantía de desarrollo intelectual se sustenta en una buena alimentación a temprana edad; y la de un plato de comida diario, en el trabajo y su justa remuneración.
Pasaron ya muchos años, pero la miseria o, la llamada ahora condición de excluidos sociales, es la misma en todas sus variantes: con o sin radio; con o sin televisor; con o sin computadora; con tierra, ripio o asfalto; escribiendo cartas y pegando estampillas o con telefonía celular.
El acceso al conocimiento e igualdad de oportunidades es la llave para poder elegir. Y desde esa capacidad de optar surgirá la verdadera rebelión. La revolución desde el seno de las villas, de las comunidades indígenas, de los inmigrantes y de los trabajadores con libertad para expresarse según sus convicciones. Dicen que los vientos progresistas de los últimos años cambiarán el rumbo. Pero todavía los excluidos permanecen en el mismo lugar, con distintas particularidades, pero en el mismo sitio.
Hace poco estuve en la capital. Volví asombrado al ver todavía tanta gente durmiendo en la calle, incluso frente al obelisco. Y los cartoneros, desde los abuelos hasta los niños, buscando su mejor ocasión en revueltos de basura:

Pequeña criatura de humana figura,
guardas en tu bolsa la sensación,
recogiendo chispas que imitan ternura,
aspirando vapores que dan ilusión.
Te hostiga el día y la indiferencia,
y escapas en sueños buscando calor
esquivando el hambre, el viento y el frío,
envuelto entre mantas de trapos y cartón.
Protege la noche desierta de odios,
el desamparo de tu corazón niño
y recoges el pan que ha dejado olvidado,
insensible en la calle el mundo mezquino.
Fue tu madre una vida injusta,
y tu padre una duda sin responder,
tu patria es la historia de una mentira,
y la muerte segura tu atardecer.
La rebelión es tu grito sagrado
y confundes con sangre tu soledad,
mezclando verdades, amores y odios,
con el silencio de la sociedad
.
Solo el paso de los años responderá tantos interrogantes, y dará por cumplidas, o no, las promesas que durante tantos años hicieron distintos gobernantes. Mientras tanto, ellos, los humildes, esperan con resignación proyectando su futuro en castillos de cartón.
Esperando tu pronta visita, te envío un fuerte abrazo y mis mejores afectos para tu familia. Hasta pronto.
                                                                                                                       
                                                                Daniel




Chivilcoy, 2012

Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.

Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
                                   Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2012.





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