Carta para
Juan
Chivilcoy,
01 de octubre de 2011
Juan, mi querido amigo:
Imagino tu preocupación por cómo estamos por estos
pagos. El tiempo y las cosas pasan. Valoramos y medimos la vida por los hechos
que en ella transcurren. Pero en esencia, lo que mueve y da lugar a los
argumentos de la existencia, proviene de las mismas vertientes y muere en el
mismo mar. Siempre bajo el mismo cielo transcurrieron la noche y el día, lo
bueno y lo malo, la cordura y el desquicio. Pero hay una fibra innata que
sustenta a la buena gente, que trasciende a sus modismos y se expresa en su
conducta honrada.
Añoro los churrasquitos que asábamos entre amigos,
con las brasas en el horno de tu padre, amasando la ilusión de independencia
adolescente y de ser nosotros mismos con aquella travesura que fue nuestro
primer trabajo. Después de haber cortado miles de ladrillos y puestos a secar
al sol, ninguno de los horneros sentía cansancio en las manos, si la
circunstancia invitaba a guitarrear. Porque eran esas mismas manos nuestro
fusil, con el que defendimos y sostuvimos esta patria que es hoy. Patria por la
que se enfrentaron militares y montoneros; políticos de izquierda, de derecha y
de centro; demócratas buenos, regulares y malos. Pero mientras ellos se
repartían fuegos artificiales, palabras y más palabras -que hoy algunos dicen
son propiedad de intelectuales-, nuestra auténtica rebelión y felicidad era el
trabajo. Las asperezas en nuestras palmas no impidieron ir a la escuela y
aprender a escribir, leer, y caminar con respeto por los caminos de la vida.
Con esas herramientas le hicimos frente a todo.
Nosotros no nos pudimos ir para después volver.
Pero pusimos la espalda para llevar la cruz a nuestra manera, haciendo el
aguante a tanta perversidad. Porque estos caminos que hoy asfaltan, los hicimos
nosotros andando a caballo y caminando en patas y alpargatas. Y así, en la más
penosa dictadura; el verdulero, el albañil, el pintor, el ama de casa, el
maestro, la modista del barrio, el almacenero de la esquina y nosotros en
nuestro poder hacer en tanto pueblo del interior; mantuvimos el barco a flote.
Nos bancamos a los que desde la cubierta superior nos mandaban a dormir y
subsistir en la bodega. Y hoy, que por hablar por boca de ganso nadie pierde ni
una pestaña, dicen que nosotros fuimos pasivos y complacientes… hasta los que
regresaron en los mismos botes con los que se fueron (algunos obligados por el
opresor -es cierto-, otros por elección y por traidores). Y siguen ahí unos y
otros, peleándose junto al timón queriendo marcar rumbo. Pero nosotros seguimos
durmiendo en la bodega y sin saber qué lugar habrá para nuestros hijos y
nietos.
La locura transita en los pensamientos y
sentimientos de los que alcanzaron, por variables en general impredecibles,
espacios importantes de poder. Viviendo de apariencias y cumplimientos
protocolares, que dejan ver lo que la sociedad espera de los animadores
políticos, se obsesionan con actos y discursos rituales diciendo lo que sus
futuros dominados quieren escuchar. Y el autoengaño es recíproco. La maquinaria
del artificio lleva al encumbrado a creer que él mismo es lo que desea ser, el
único camino que pasa por esa realidad virtual donde la verdad sólo está en sus
manos. En el convencimiento de ser ellos la alternativa indispensable e
inigualable que tiene la sociedad -aunque a veces nace en la búsqueda de
consensos utilizados como máscaras- germinan en ese sustrato ideas
fundamentalistas y autoritarias.
Las formas de conseguir superpoderes y mayorías
absolutas en democracias inmaduras, desvelan a mandatarios obsesionados por
construir el estado ideal que anida en su imaginario, sustentando sus fantasías
con su propia perpetuación, la idea única, el bronce y la película que algún
cineasta partidario hará sobre sus vidas. Y los que miran desde abajo, en
distintos estratos sociales, con diferentes aspiraciones de acuerdo a la
naturaleza y cultura que los identifica, buscan pertenencia en adhesiones
reales y simbólicas escalonadas en referentes sociales que se expresan en
variados personajes que, aunque sabiéndose subordinados y dominados, comprenden
que forman parte del sistema ideológico vigente que les permite a su vez
generar su propio espacio y dominar a más débiles.
Lo paradójico de este ensamble es que la clase
política dominante aparenta convivir con pautas morales y humanitarias que los
hechos reales desconocen, como el genocidio que a mediano y largo plazo
producen la falta de trabajo real, la desigualdad de oportunidades para todos,
la desnutrición infantil y el acceso a una educación que forme ciudadanos con
capacidad de crear y reformular ideas para poder participar, elegir y ser
elegidos, y no sólo ser obsecuentes y sumisos con el pensamiento predominante
impuesto.
Esta situación pone a las distintas clases sociales
en sitios estancados, inmóviles, donde los que alcanzaron niveles superiores se
muestran como protectores de los humildes, de los que están fuera del sistema,
no incluidos, desposeídos, marginados. Pero desde hace varias décadas los
carenciados siguen estando en el mismo sitio.
La verdadera inclusión es la sustentada por el
trabajo real, que permite al humilde dejar de serlo, permitiéndole la
traslación ascendente de su condición social. Sólo una estrategia política que
lleve a esto permitirá la igualdad y una verdadera distribución de la riqueza,
que pasa fundamentalmente por una actitud no egoísta.
Los humildes no necesitan ni abanderados, ni
padrinos, ni protectores, sólo necesitan dejar de serlo. Enfrentar la vida de
igual a igual con sus pares con las mismas posibilidades dentro de las
circunstancias que presenta la vida. Pero el desorden social crónico traspasó
distintos gobiernos, ideas y métodos que tuvieron en común la búsqueda de la
sumisión, por diferentes formas, para sostenerse en el poder, para justificar
continuidad sostenida en el tiempo.
Esto generó en los excluidos la actitud de asumirse
como sector humilde, de sentirse necesitados de protección, de contar con
padrinos políticos bondadosos que los auxiliasen en sus necesidades mínimas
indispensables. Pero perdieron el instinto de la rebelión, la ansiedad que
genera la necesidad de progreso propio y la de sus hijos.
Si una ayuda económica a través de un plan social,
la comunicación por Internet y telefonía celular o el traslado por las calles
en un ciclomotor, no garantizan el ascenso socioeconómico, educativo y cultural
de los sectores llamados humildes; es como perpetuar una mascota atada a un
poste al que le damos un alimento mejor, pero que sigue privada de su libertad.
Es posible que el cautiverio sostenido condicione su visión del mundo, y aún
quitándole la cuerda que lo margina, la anulación del instinto de supervivencia
lo haga volver a la casa de su amo por comida. Así, no todas las personas que
viven en condiciones precarias de vivienda
y villas marginales, pretenden modificar su
situación. Hasta los barrios con casas concedidas terminan transformándose en
zonas superpobladas, subalquiladas y de riesgo, que deterioran la calidad de
vida y el fin de progreso con que se realizaron. Las prioridades pasan, según
su visión, por otras variables sujetas a pautas culturales, condicionadas por
la opresión enmascarada de los sistemas de gobierno.
Así, los humildes hace muchos años que están en el
mismo lugar. Y los sectores de poder necesitan a su vez de ellos, porque son la
masa incondicional que los vota independientemente de la ideología, de las
personas y de las formas, si en dicho contexto se encuentra el aparato y
sistema que garantiza protección. Las aspiraciones de realización y vocación de
participación ya fueron
estrechadas en muchos, cuando en los primeros años
de vida la porción de comida fue insuficiente, y siendo adultos, promesa tras
promesa, son llevados por quienes los dominan a la plaza, para escuchar los
gritos de glorificación de sus bocas desdentadas que envanecen a los locos del
poder.
Y los perturbados de la cumbre enfrentan a sus
pares, con distintas máscaras se imaginan a sí mismos como salvadores del
pueblo, en medio de la opulencia en que viven. Se acusan de autoritarios y
mentirosos unos a otros y enarbolan ideologías diversas, pero en esencia, la
vanidad que los alimenta y la actitud totalitaria es la misma.
Mientras tanto, alienados por su terrible
condición, generación tras generación, los humildes, sin posibilidad de escape
y sujetos a la sumisión, que el sistema con algunos de sus antifaces le impone,
deliran en el sentimiento de pertenencia que el padrino de turno les da. Y esa
locura es su felicidad, hasta que uno de ellos alucine con la verdad y de lugar
a la rebelión que les quite la soga del cuello. Mientras tanto, los poderosos
siguen llenando plazas y a veces discutiendo entre ellos; autoproclamándose
amigos del pueblo y los trabajadores. Los humildes y desposeídos siguen desde
hace muchos años ocupando el mismo espacio.
La verdadera revolución es aquella que nace
espontáneamente.
La que crece dentro del corazón de la gente y
explota en latidos de libertad y justicia. La que nadie supone ni se conoce el
momento preciso en que se dará. Como erupción volcánica o tsunami, de la unión
de infinitas moléculas y fuerzas naturales, la voluntad de un pueblo canaliza
su energía y se expande arrasando contra todo sentimiento de opresión, de
mentiras, dobles discursos,
y promesas incumplidas. La verdadera revolución no
viene de poderosos que prometen para eternizarse en el poder y, con la falacia
de autoproclamarse protectores de los humildes, lograron enriquecerse
infamemente y vivir como reyes.
Los carenciados, desposeídos, descamisados,
indigentes o excluidos, siempre están en el mismo lugar desde hace más de
cincuenta años. Sus villas crecen igual que sus necesidades. Miserias y
penurias cambian de matiz según el tiempo, épocas y costumbres. Pero siempre
están allí. En el mismo lugar. El que les marcó el destino y obligó a aceptar
el vil opresor. Disfrazado de todas las maneras y formas de gobernar, el perfil
totalitario, en mayor o menor grado, siempre aparece.
Los necesitados siguen en el mismo sitio. Esperando
generación tras generación, casi por inercia, a los de las grandes promesas
incumplidas, pero que algo dan. Facilitan la subsistencia y perseverancia
dentro de la misma miseria. Igual a la que tuvieron sus abuelos y sus padres, y
la que soportarán sus hijos.
Las campañas rezan y repiten: “Se trabaja propiciando
la interrelación, innovación y creatividad, como también fomentando la igualdad
de oportunidades para que niños y jóvenes estén preparados para ser los
verdaderos protagonistas de una nueva sociedad”. Y esta sociedad prometida es
humo que disipa el viento desde siempre.
El recuerdo posible sólo conoce una carencia
principal, la del conocimiento y la educación, acentuada por el hambre, la
droga y la desintegración familiar. La garantía de desarrollo intelectual se
sustenta en una buena alimentación a temprana edad; y la de un plato de comida
diario, en el trabajo y su justa remuneración.
Pasaron ya muchos años, pero la miseria o, la
llamada ahora condición de excluidos sociales, es la misma en todas sus
variantes: con o sin radio; con o sin televisor; con o sin computadora; con
tierra, ripio o asfalto; escribiendo cartas y pegando estampillas o con
telefonía celular.
El acceso al conocimiento e igualdad de
oportunidades es la llave para poder elegir. Y desde esa capacidad de optar
surgirá la verdadera rebelión. La revolución desde el seno de las villas, de
las comunidades indígenas, de los inmigrantes y de los trabajadores con
libertad para expresarse según sus convicciones. Dicen que los vientos
progresistas de los últimos años cambiarán el rumbo. Pero todavía los excluidos
permanecen en el mismo lugar, con distintas particularidades, pero en el mismo
sitio.
Hace poco estuve en la capital. Volví asombrado al
ver todavía tanta gente durmiendo en la calle, incluso frente al obelisco. Y
los cartoneros, desde los abuelos hasta los niños, buscando su mejor ocasión en
revueltos de basura:
Pequeña
criatura de humana figura,
guardas en
tu bolsa la sensación,
recogiendo
chispas que imitan ternura,
aspirando
vapores que dan ilusión.
Te hostiga
el día y la indiferencia,
y escapas en
sueños buscando calor
esquivando
el hambre, el viento y el frío,
envuelto
entre mantas de trapos y cartón.
Protege la
noche desierta de odios,
el desamparo
de tu corazón niño
y recoges el
pan que ha dejado olvidado,
insensible
en la calle el mundo mezquino.
Fue tu madre
una vida injusta,
y tu padre
una duda sin responder,
tu patria es
la historia de una mentira,
y la muerte
segura tu atardecer.
La rebelión
es tu grito sagrado
y confundes
con sangre tu soledad,
mezclando
verdades, amores y odios,
con el
silencio de la sociedad
.
Solo el paso de los años responderá tantos
interrogantes, y dará por cumplidas, o no, las promesas que durante tantos años
hicieron distintos gobernantes. Mientras tanto, ellos, los humildes, esperan
con resignación proyectando su futuro en castillos de cartón.
Esperando tu pronta visita, te envío un fuerte
abrazo y mis mejores afectos para tu familia. Hasta pronto.
Daniel
Chivilcoy,
2012
Copyright © Guillermo Rodolfo
Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.
Supervisión editorial: María del
Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley
11.723.
Impreso en la Argentina - Printed
in Argentina.
Impresiones
GraFer (Chivilcoy), 2012.
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