jueves, 1 de enero de 2015

JUANCITO - CUENTO




Juancito

Niñez con aire pueblerino,
de la pelota de trapo
y tierra en los caminos.
Niñez de mis abuelos,
también de mis padres...
todavía había entonces
comadres y compadres.
Infancia de la rayuela,
la bolita, la payana,
noches con cantos de grillo
                                                     y con croar de ranas...

Faltaban dos horas para jugar el partido, y nada menos que una revancha contra el barrio de “Los Chinos” -nombre ganado por la delantera, formada por tres hermanos con ojitos de orientales: “el Chino”, “el Chinito” y “el Chinazo”.
La pelota de cuero, que habían comprado entre todos los pibes del barrio, era una masa pegajosa por la lustrada con grasa que le había dado Daniel.
Fernando, que se acercaba a media cuadra, gritó pidiendo que le tiren un pase y, con un patadón tremendo, Daniel hizo que llegara a sus manos.

-¡Esta pelota es un moco! -se quejó Fernando.

-Si no la preparo así, se pone pesada cuando se moja con el rocío y me revientan a pelotazos -trató de justificarse Daniel.

Gustavo, sentado en el cordón de la vereda, despeinado y con los ojos todavía pegados por el sueño, apuntó a Fernando con el pico de la pelota y trató de poner orden:

-¡¿No te das cuenta que le falta aire?! Vamos a ver si está don Martín, y si nos presta el inflador le damos más presión y queda un chiche -dijo con autoridad.

Caminaron dos cuadras hasta la casa de Don Martín. El viejo, gustoso de ayudar a los chicos, sacó de su galponcito el inflador, y mirando desde lejos a los tres, preguntó:

-¿Quién le pone el pico?

-Dejame a mí -dijo Daniel, adelantándose al resto.

Sin dudar un instante, tomó el balón entre sus manos, lo palpó con cuidado y firmeza y clavó el pico en una ranura del cuero. Un inmediatofishhhh dejó petrificados a todos.

-¡La pinchaste, nabo! ¡Le erraste a la válvula! -enojado sentenció Gustavo.

-¡Por hacer todo a último momento! -agregó Fernando con desesperanza.

-Bueno, esperemos que llegue Juancito... por ahí tiene la pelota de su primo... la que trajo la semana pasada. Si es así, estamos salvados -comentó con tristeza Daniel.

Juancito, hijo menor de una familia numerosa del barrio, era el líder del grupo y capitán del equipo. Era dos años mayor que el resto de los pibes, lo que se ponía en evidencia por el cambio de voz y el vello incipientes en sus piernas. Buen amigo y compañero, contaba con autoridad para tener la última palabra en toda jugada dudosa, y separar y defender a todos en cualquier entrevero que se presentara.

Unos minutos después, la llegada de Juancito tranquilizó al resto.
Con la pelota hecha un bollo bajo el brazo, Daniel fue al encuentro de su amigo:

-Juanchi, se nos pinchó el fútbol...

-¡No me digas! Yo no tengo otra pelota.

-¿Qué hacemos ahora? ¡Están ya casi todos en la esquina!

-Lo que puedo hacer es una de trapo bien hecha y le damos con esa -propuso Juancito.

-¡¿De trapo?! -pregunto sorprendido Daniel.

-Sí, de trapo; si está bien tirante y atada, pica y hasta rebota un poco... peor es nada...

Ante la alternativa que tiró Juancito, y sin mucho para pensar, los integrantes de los dos equipos, ya reunidos en el lugar pactado, pidieron trapitos viejos a cada vecino del barrio. Fernando, el más arriesgado, trajo de su casa un par de medias (que suponía que su padre ya no usaba) y, con un poco de hilo y una aguja de don Martín, a mitad de mañana estaba todo listo para iniciar el partido.

-Quedó bastante bien -aprobó Daniel-, pero para jugar en cancha grande va a ser difícil.
-No hay drama. Lo hacemos en Avenida Güemes con arquitos chicos. Ayer pasó la Champion y quedó un billar -aseguró Gustavo.

Dos baldosas flojas de una vereda y dos pequeños troncos que encontraron en un baldío, fueron suficientes para armar los arcos y comenzar el encuentro.
Con empate tres a tres, llegado el mediodía, se pusieron de acuerdo para seguirlo al día siguiente.
Pero aquel no era un día cualquiera; Juancito cumplía quince años. Sólo hubo un asado, una reunión familiar y un regalo especial, el que Juancito tanto quería: una bicicleta de carrera, con cambios y llantas de aluminio.
Tanta fue su alegría y ansiedad que esa noche, en medio del festejo y a escondidas, salió a pedalear por calles y senderos... sin saber que en una avenida, a esta última gambeta, el destino le haría una zancadilla.
“¡Fue penal! ¡Todos lo vimos!”, pidieron sus amigos exaltados. Y así, entre la luna de aquella noche avanzada y el sol de la próxima madrugada, todos hicieron un arco imaginario, para que Juancito, con paso firme y un tiro junto a un palo, les regalase un golazo que todos juntos gritaron abrazados.




Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2008
Todos los derechos reservados.

Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2008


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