jueves, 1 de enero de 2015

APUNTE 4: CORTÁZAR: LA INTIMIDAD DEL MAESTRO

CORTÁZAR: LA INTIMIDAD DEL MAESTRO

Un cronopio en Chivilcoy - Por Pablo María Sorondo

Hace 66 años, Julio Cortázar llegó a la ciudad de Chivilcoy para dictar clases en la Escuela Normal. Sus alumnos recuerdan con cariño las clases que daba durante los recreos. Romances y conflictos políticos que marcaron su estadía cuando todavía no era Cortázar, sino Julio, el maestro.

Los alumnos esperan inquietos. El maestro Juan Pedro Curutchet se había ido. En su reemplazo, un joven profesor viajó hasta Chivilcoy. Ansiosos por la llegada del nuevo, los niños examinaron cada rostro desconocido que se acercó al establecimiento. Y en medio de tal actividad vieron un cuerpo con piernas muy largas, metido adentro de un prolijo traje azul.


El hombre patilargo avanzó hacia el salón de clases. A todos les pareció que era un alumno más. “No, es el profesor nuevo”, corrigió alguien. Ya en el aula, los normalistas consiguieron verlo mejor: engominado a lo Gardel, pálido, lampiño, aniñado. Tomó su lugar cerca de una gran ventana.
Se presentó: “Julio Flogggencio Cogggtázag”. La voz grave, afrancesada, arrastró una erre patinosa al decir su nombre.

Frente al enorme edificio de la Escuela Normal, elegante combinación de estilo barroco y neoclásico, descansa un lugar de ensueño: jardines, fuentes, macetones, bancos de piedra, mayólicas de Talavera de la Reina.
La plaza España era entonces mágica. Él la conoció en julio de 1939, cuando llegó a Chivilcoy. El tren lo trajo de San Carlos de Bolívar, donde había ejercido la docencia en el Colegio Nacional, entre 1937 y 1939. Bajó en la antigua Estación Norte (hoy inexistente), a un costado de la Plaza España. Apenas venía cargado: poco equipaje, un largo sobretodo y su libro de sonetos, “Presencia”, publicado en 1938 con el pseudónimo “Julio Denis” (estampado por la imprenta Plantié y Cia.).
Tenía entonces 24 años. Tomó el cargo como profesor de ciencias y letras, en las asignaturas Historia Universal (9 hs.), Geografía (5 hs.) e Instrucción Cívica (2 hs.). El archivo de la Escuela Normal aún conserva el legajo del profesor Cortázar. Allí se especifica su remuneración: cobraba $640 pesos moneda nacional por mes.

Señaló Gaspar Astarita, periodista local, autor de Cortázar en Chivilcoy, que esa suma equivaldría hoy a dos mil dólares mensuales, “lo que nos hace pensar en el enorme retroceso que han sufrido la dignidad y los ingresos de un docente en la República Argentina durante este último medio siglo”.

A principios de agosto, la mañana del día 8, dictó su primera clase. La comunidad rural (en especial los alumnos normalistas y los colegas profesores), entendió que estaba frente a un personaje excepcional: por sus cualidades intelectuales, amplios conocimientos y desenvoltura didáctica. Se destacó entre los intelectuales del pueblo y ganó para sí un importante reconocimiento en la vida cultural de Chivilcoy.

El procurador Carlos Armado Constanzo, fundador y director del Archivo Literario Municipal, resalta este aspecto: “Cortázar no se limitó a cumplir sus funciones de docente en las aulas de la Escuela Normal, sino que en forma casi inmediata trató de insertarse en el ambiente cultural”.
Quizá más notable fue la relación que el escritor forjó con sus alumnos. Incluso al dejar Chivilcoy, en 1944, mantuvo correspondencia con muchos de ellos durante largos años. En la Escuela consagró un ejemplo de maestro, querido por los estudiantes, por quienes también él sintió gran afecto. Y con una damita se encariñó demasiado…

El maestro Julio.

Ahora, después de seis décadas, los alumnos de Cortázar tienen las caras bien cambiadas. Los años pasaron, todos crecieron. Y crecieron mucho: la mayoría son abuelos y abuelas. Están muy dispuestos a conversar sobre el “querido profesor”, a quien siempre recuerdan, mientras se valen de su nombre ya famoso para declarar alegres que han sido sus alumnos.

En la Escuela Normal, entre los cuadros que decoran la pared de una oficina, está enmarcada la imagen que dibujó el doctor Daniel Pastorino, artista y cirujano de Chivilcoy, alumno de Cortázar. El doctor la esbozó de memoria para inmortalizar la postura de Cortázar mientras daba clases: apoyado en el marco de la ventana. Tal costumbre provocó que un normalista, de apellido Bombelli, pintara con tiza el contorno de la ventana. El profesor, como siempre, se apoyó. Nadie sabe cómo reaccionó al descubrir, ya fuera de la clase, la estela blanca sobre su traje azul.
Lo dice entre risas: “Me llamaba la atención cuando me hacía pasar al frente… Pastogggino, Pastogggino, me decía”, recuerda el Dr. Pastorino. Lo tuvo como maestro durante dos años, en el 39 (Historia Universal) y el 43 (Instrucción Cívica). Da gusto escucharlo: en su casa de la calle Coronel Suárez, entre el piano y montones de cuadros y pinturas (propias o de amigos), el ex alumno piensa en su maestro y olvida el tratamiento oncológico que debe cumplir a causa del cáncer. Su voz pausada y quebradiza adquiere una alegría juvenil al evocarlo. “Una de las virtudes que demostró como profesor fue el respeto por el alumno. Tenemos que agradecerle que en lugar de aportarnos datos nos enseñó a razonar”, reflexiona.

“Cortázar, más que profesor, fue un gran maestro. Maestro en el sentido real de la palabra, el magister”, dice María Renée Cura, más conocida como Miné, quien tuvo a Cortázar entre 1942 y 1944. A pesar de que Miné estaba en la división B, “la más díscola” (pero también la de mejores calificaciones), tuvo buena relación con el profesor, quizá por sus intereses afines. Más adelante, Miné trabajará mucho tiempo junto a Victoria Ocampo, en la Revista Sur.
Cuenta Miné que Cortázar (a quien apodaron “El Flaco”) les llevaba libros, a veces de él, otras tomados de la Biblioteca y también algunos prestados por la profesora de Geografía, Ernestina Iavícoli. Recuerda a Cortázar como una figura delgada, elegante, armoniosa, de modales correctos. Miné lo interceptaba en los recreos, casi sedienta, y él continuaba con la lección. Pastorino confirma estas clases poco ortodoxas: “Terminaba la hora y le pedíamos que siguiera hasta que empezara la otra. Era extraordinario, accedía sin ningún problema. Y aparte uno quedaba con ganas de que se hiciera otra hora más. Y muchas veces seguía dando la clase durante el recreo”.

La señora Adelina Olivetto, de la promoción 1941, no fue alumna directa, y entonces “lo aprovechaba desde los recreos, porque él continuaba a veces los temas con sus alumnos después de las clases”.
Y Sara Ciafardini, ex alumna de la misma época, concuerda: “Con él no queríamos salir al recreo, no queríamos terminar la clase”.

Miné relata que durante el acto de alguna fecha patria, el insurrecto Néstor Mazarello (ex alumnopreferido- y amigo de Cortázar) tiró al azar un papelito con la ayuda de una improvisada gomera, de esas que sólo los revoltosos fabrican con una banda elástica. El disparo impactó en el ojo del profesor y poeta jujeño Domingo Zerpa (íntimo del escritor), lo que motivó, para éste, un ojo bastante colorado y de mayor tamaño que el otro; y para los alumnos de tercero B, una fatigosa indagación de tipo policial. Ante los alumnos (ya complotados de forma tácita) desfilaron todas las autoridades: el director, la temida vicedirectora y varios profesores. El secreto se mantuvo. Cortázar entró al salón y explicó, con toda claridad, el verdadero sentido del compañerismo: “Así como ustedes se galvanizaron para no delatar al autor de ese “disparo”, el autor tiene que ser buen compañero y no comprometer al resto”. De inmediato, Néstor se hizo responsable del papelazo.
Los alumnos nunca lo vieron fumar. Nunca le vieron el rostro barbudo. Incluso ignoraban su gran talento como escritor, pero con algunas sospechas. Hacia abril de 1944, a pedido de la profesora de música, Elcira Gómez Ortiz de Martella, Cortázar adaptó versos de su autoría al vals “Canción de Cuna”, de Brahms. Esa canción fue cantada por varias generaciones de alumnos normalistas.
Miné Cura destaca que ya en 1942 “Cortázar nos enseñaba en clase a descubrir las sutilezas de la violencia y la trampa ocultas –y no tan ocultas cuando él las ponía en evidencia- en los dibujos animados”. Una especie de antecesor de Armand Mattelart, coautor (junto al argentino Ariel Dorfman) de Para leer al pato Donald.

¿Amoríos con ex alumnas?

Pareciera que la Plaza España, tan cercana a la Escuela, está involucrada en los misteriosos designios del universo: todas las historias convergen en algún punto del paseo. Y esta que sigue aquí también. Frente a la plaza, del otro lado de la Escuela Normal, había una sastrería (ahora es un taller de bicicletas), cuyo dueño tenía dos hijos: Coco y Coca.
Nelly Mabel Martín, o simplemente, Coca, fue alumna de Cortázar. El mito indica que existió un romance entre Coca, ya recibida de maestra, y el célebre escritor. Los normalistas de entonces recuerdan a la joven: “Era hermosa”, “una preciosura”, “ella no negaba que estaban enamorados”, “nunca existió romance real”, “él no era correspondido”, “los he visto sentados en la Plaza España, ella con el guardapolvito, muy bonita”.
Según señala Carlos Constanzo, director del Archivo Literario Municipal, Cortázar se había enamorado de esa alumna, pero no recibió la respuesta que esperaba. “Siempre se rumoreó ese romance. Se sabía pero no se originó ningún escándalo. Era más bien un amor idílico, platónico”, resume Constanzo.

Cortázar le dedicó algunos poemas. Primero, envió a su casa versos sin firma, no por cobardía, sino como una derrota ya asumida: “Si no me hallas en tu sentimiento/de nada vale que te dé mi nombre”. A Coca está dedicado Plaza España, contigo. También el Romance de los vanos encuentros, inspirado en las “citas” que mantenían por la mañana, camino a sus respectivas escuelas. Allí le confiesa: “Me hubiera gustado ser/(ya te lo dije, ¿recuerdas?)/un colegial con la suerte/de tenerte como maestra (…) ¡Oh, redimirme de tantas/sonrisas amarillentas/en la infinita sonrisa/que viertes de tu belleza!”. Al pie de la hoja mecanografiada en la que entrega este romance, Cortázar garabateó: “¿Me perdonas esta tontería sentimental?”.

Daniel Pastorino era vecino de Coca. “Una hermosa mujer, gran nadadora. Era muy frecuente que viniera a casa, porque éramos de los pocos que tenían teléfono”, dice el doctor, quien también sostiene que fue un romance platónico, pues nunca se comprobó nada más allá de la relación romántica que todos conocieron. “Recuerdo que siempre iban a caminar por la Plaza España, y entonces él la esperaba en la esquina de mi casa, justamente. Y de ahí iban caminando, charlando, pero nunca más que eso”, comenta Pastorino.
Coca dejó Chivilcoy en 1944, meses antes de que se fuera Cortázar. No hubo despedida, pero sí posterior contacto epistolar.
También algunos insinúan la posible aventura con la profesora de Geografía, Ernestina Iavícoli. “Era una mujer muy culta. Tengo entendido que era una de las mujeres más cultas de esa época. Era una señorita linda”, la describe Nélida Rigone, ex alumna de la Escuela Normal. Mira hacia arriba, desvía ligeramente los ojos hacia la izquierda: “Me parece ver la figura de ella. Se los veía pasear en los recreos, siempre conversando juntos. Nosotras ya nos habíamos hecho la novela, queríamos que fueran novios”.
Miné Cura cree que tales historias surgieron con el cotilleo acumulado durante años: “Es muy de los pueblos, es suficiente con que los hubieran visto dos o tres veces charlando, dando una vuelta en la plaza, conversando de los temas comunes… Puro chisme”, sentencia.
Sin embargo, años después, al volver de Francia, Cortázar quemó una novela de su autoría titulada Soliloquio. Era la historia de un profesor muy culto que se había enamorado de una alumna.

Últimos días en Chivilcoy

Ya estaba decidido. Tal vez por abundancia de chismes, agresiones y ciertos hostigamientos, el profesor resolvió buscar nuevos rumbos y dedicarse a la enseñanza literaria. El 4 de julio de 1944, Cortázar dictó su última lección.
Según se indica en el Legajo de la Escuela Normal, el 31 de aquél mes, el Ministerio de Instrucción Pública determinó “conceder licencia, sin goce de sueldo, desde el 5 del actual hasta el 31 de diciembre próximo”. En ese momento, Julio se encontraba en los pagos andinos, como lo prueba una carta (fechada el 18 de julio de 1944) enviada a su amigo Pedro Sasso: “Ya sabrá usted a qué he venido a Mendoza. Naturalmente esto es interino hasta diciembre, ya que las cátedras universitarias deben proveerse por concurso. Ignoro aún si tendré alguna esperanza de ganarlos (razones de orden político me lo hacen dudar seriamente)”.
“Él tenía su formación ideológica, pero se mantuvo al margen, quizás conduciéndose con bastante prudencia para evitar cualquier situación de conflicto”, comenta Carlos Constanzo sobre la relación que mantuvo Cortázar con la realidad política.

Su pensamiento contrario al populismo Peronista (y también al nacionalismo -a menudo con “z”- vigente en esa época. Los ex alumnos sostienen que, pese a sus ideas, tendidas hacia la izquierda, jamás llevó el partidismo a las aulas. “La vicedirectora lo espiaba y escuchaba para ver si lo podía pescar haciendo política, pero nunca lo hizo”, defiende Sara Ciafardini.
Aún así, las insólitas acusaciones llegaron. En una carta a su amiga Mercedes Arias, Cortázar lo cuenta con gracia: “Los grupos nacionalistas locales me lanzaron una bruloteada salvaje, y cierta vez que volvía yo inocentemente como de costumbre, a hacerme cargo de mi curso, amigos fieles me avisaron que se me acusaba (‘vox populi’) de los siguientes graves delitos: a) escaso fervor gubernista; b) comunismo; c) ateísmo. ¿Fundamentos? De a): que mis clases alusivas a la revolución habían sido altamente frías, llenas de reticencia y reservas; de b): quien incurre en a), entonces es b)” (21 de abril de 1945).
El fundamento de c) tiene que ver con un incidente crítico, producido en la Escuela, durante la visita del entonces obispo de Mercedes, Anunciado Serafini. “Los profesores pasaban y besaban el anillo. Cortázar pasó y le dio la mano, no le besó el anillo. ‘¿Usted es alumno?’, le preguntó Monseñor. ‘No, profesor’, contestó Cortázar”, y ahí, dice Sara, el grupo “pacato” de Chivilcoy lo tildó de comunista y ateo.

Ganó por concurso las cátedras de Literatura Francesa y Literatura de la Europa Septentrional, en la Universidad de Cuyo. Sin embargo, allí también se verá comprometido por mantener un pensamiento desacorde con el gobierno, y terminará involucrado en una toma de Facultad. Y luego de estar preso cinco días, “antes de que me echasen, renuncié”, escribió Cortázar.
Pronto se despediría del pueblo. En la edición correspondiente al 6 de julio de 1944, el diario La Razón dio cuenta de la noticia y fue premonitorio al augurarle un gran futuro, aunque no apostó al escritor, sino al profesor: “Si Chivilcoy otorgase ciudadanía, debería otorgarla en este caso, para que cualquiera sea el vuelo que prosiga el profesor Cortázar en su carrera –vuelo que será alto como el que ya lo está siendo- no se sienta nunca desvinculado de esta ciudad, cuya Escuela Normal y cuyas instituciones culturales será siempre su hogar”.

Fue reemplazado por el doctor Elías Ballester y el profesor Alcibíades Roldán. “Un día estábamos con una profesora a la que le poníamos la cara nada más, con una materia de la que es mejor olvidarse, y vimos pasar a Cortázar. ‘¡El Flaco, el Flaco!’”, recuerda Miné Cura, la última aparición del escritor en la Escuela. Aquella tarde, unos 90 normalistas fueron a tomar helados con Cortázar. A pesar de su insistencia, no le permitieron pagar. “Se fue al día siguiente y ya no lo vimos”, siguió Miné.
Pero una semana más tarde, recibió un gran paquete de su maestro. Lo abrió de inmediato, ansiosa. “Ustedes fueron muy amables conmigo y yo quiero retribuir esa atención”, decía la carta de Cortázar, enviada junto con dos enormes cajas de chocolates. El mensaje, escrito a máquina, finaliza: “Como son muchos, elegí bombones, porque son dulces como debe serlo la memoria de un amigo”.
Sobre una mesa del café La Pampa, frente a la plaza principal de Chivilcoy, las ex alumnas saborean aquellas golosinas en su memoria. Y al pie de la carta, escrito a mano: “¿Alcanzarán?”


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