jueves, 1 de enero de 2015

TIO COSME - CUENTO




Tío Cosme

 Mi madre decía que Dios y los Reyes Magos estaban en todas partes. Nos espiaban algunos días antes del 6 de enero para vigilar nuestro comportamiento y decidir, de acuerdo a eso, qué obsequio merecíamos recibir. Yo pensaba que ellos podían venir transformados en mariposas, moscas o algunos de esos bichitos molestos que aparecen en verano.
Pero lo que más me sugestionaba era un picaflor que aparecía cada tardecita en el patio, sobre una planta de rosas chinas. Permanecía como paralizado y suspendido en el aire.
Cuando tío Cosme se fue al cielo pensaba que él podía cuidarme y protegerme regresando convertido de la misma manera…
Tío Cosme era especial y diferente para nosotros. Las Nochebuenas y Navidades que compartimos con él, también tenían su sello particular. Sentado en el extremo de la mesa, junto a la puerta que abría hacia el patio -como un general a su tropa- repasaba con su vista a cada uno de los comensales. Después de un breve silencio, con la frase “¡Sírvanse que se enfría!”, autorizaba nuestro ataque a la fuente con trozos de pollo asado, en la búsqueda desenfrenada de los pocos muslos que todos queríamos comer. A la hora de los postres (luego de la ensalada de frutas), la batalla entre los más pequeños se desataba por la disputa de un martillito plateado, que usábamos para romper nueces y castañas.
Los sábados por la tarde, cuando junto a mis primos lo visitábamos, se sentaba en la cabecera de la mesa y nos hacía volar con sus historias fantásticas que traían a nuestro presente los recuerdos de su infancia en Italia.
La mímica de su rostro y el tono de su voz acompañaban cada emoción del relato, y sus manos temblorosas cortaban papel con una antigua tijerita negra dando forma a figuras articuladas que iba repartiendo a cada uno de nosotros.
Cuando nuestra máxima curiosidad esperaba el desenlace del relato, con su anillo grueso de oro, golpeaba la copa de vino apoyada sobre la mesa y hacía congelar nuestra piel.
Aquella tijerita negra era mágica. Con ella abría las cartas que enviaban sus hermanos, algunos desde Europa y otros esparcidos por América.
Así, muchas veces, luego del grito del cartero, tío Cosme recogía sus cartas y alguno de nosotros corría hasta el cajón de su escritorio para alcanzarle aquella tijera que abría la puerta a mágicas historias.
Nos leía aquellos renglones en su lengua, mitad dialecto italiano y mitad castellano, disfrazando muchas tristezas con un chascarrillo, una sonrisa y un “no pasa nada… lloro de alegría”…
Pero llegó el día en que la vida tuvo demasiado peso para los hombros de tío. Sus piernas cansadas del camino cuesta arriba, sus manos temblorosas ya sin fuerzas, y su espíritu aplacado por el tiempo, dieron lugar a sus deseos de partir.
Tío Cosme llamó a Irene, su esposa y compañera de siempre, le pidió su traje gris y su corbata preferida, se vistió lentamente y, luego de dormitar unos minutos en su sillón, hizo de este sueño su último embarque, navegando entre nubes hasta su cielo.
Guardo de tío Cosme todo aquel sentimiento, y aquella tijerita negra, con la que todavía recorto figuras de papel que me acompañan en mis noches de soledad.





Chivilcoy, 2012

Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-987-33-2139-9
Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2012.

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