Tío Cosme
Mi madre
decía que Dios y los Reyes Magos estaban en todas partes. Nos espiaban algunos
días antes del 6 de enero para vigilar nuestro comportamiento y decidir, de
acuerdo a eso, qué obsequio merecíamos recibir. Yo pensaba que ellos podían
venir transformados en mariposas, moscas o algunos de esos bichitos molestos
que aparecen en verano.
Pero lo que más me sugestionaba era un picaflor que
aparecía cada tardecita en el patio, sobre una planta de rosas chinas.
Permanecía como paralizado y suspendido en el aire.
Cuando tío Cosme se fue al cielo pensaba que él
podía cuidarme y protegerme regresando convertido de la misma manera…
Tío Cosme era especial y diferente para nosotros.
Las Nochebuenas y Navidades que compartimos con él, también tenían su sello
particular. Sentado en el extremo de la mesa, junto a la puerta que abría hacia
el patio -como un general a su tropa- repasaba con su vista a cada uno de los
comensales. Después de un breve silencio, con la frase “¡Sírvanse que se
enfría!”, autorizaba nuestro ataque a la fuente con trozos de pollo asado, en
la búsqueda desenfrenada de los pocos muslos que todos queríamos comer. A la
hora de los postres (luego de la ensalada de frutas), la batalla entre los más
pequeños se desataba por la disputa de un martillito plateado, que usábamos
para romper nueces y castañas.
Los sábados por la tarde, cuando junto a mis primos
lo visitábamos, se sentaba en la cabecera de la mesa y nos hacía volar con sus
historias fantásticas que traían a nuestro presente los recuerdos de su
infancia en Italia.
La mímica de su rostro y el tono de su voz
acompañaban cada emoción del relato, y sus manos temblorosas cortaban papel con
una antigua tijerita negra dando forma a figuras articuladas que iba
repartiendo a cada uno de nosotros.
Cuando nuestra máxima curiosidad esperaba el desenlace
del relato, con su anillo grueso de oro, golpeaba la copa de vino apoyada sobre
la mesa y hacía congelar nuestra piel.
Aquella tijerita negra era mágica. Con ella abría
las cartas que enviaban sus hermanos, algunos desde Europa y otros esparcidos
por América.
Así, muchas veces, luego del grito del cartero, tío
Cosme recogía sus cartas y alguno de nosotros corría hasta el cajón de su
escritorio para alcanzarle aquella tijera que abría la puerta a mágicas
historias.
Nos leía aquellos renglones en su lengua, mitad
dialecto italiano y mitad castellano, disfrazando muchas tristezas con un
chascarrillo, una sonrisa y un “no pasa nada… lloro de alegría”…
Pero llegó el día en que la vida tuvo demasiado
peso para los hombros de tío. Sus piernas cansadas del camino cuesta arriba,
sus manos temblorosas ya sin fuerzas, y su espíritu aplacado por el tiempo,
dieron lugar a sus deseos de partir.
Tío Cosme llamó a Irene, su esposa y compañera de
siempre, le pidió su traje gris y su corbata preferida, se vistió lentamente y,
luego de dormitar unos minutos en su sillón, hizo de este sueño su último
embarque, navegando entre nubes hasta su cielo.
Guardo de tío Cosme todo aquel sentimiento, y
aquella tijerita negra, con la que todavía recorto figuras de papel que me acompañan
en mis noches de soledad.
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
978-987-33-2139-9
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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