Llorando sangre
La noche era muy fría y la calle estaba
desierta. En la vieja guardia de hospital, algunos perros aquerenciados
esperaban a sus dueños sin saber que ya nunca saldrían por aquella puerta.
Desplomados en el pasillo junto al calefactor, buscaban calor para pasar la
noche y acortar las horas perezosas del tiempo diluido, que marcaban relojes
con agujas de goma.
Alberto, el chofer de la ambulancia,
cebaba mate en un jarrito enlozado, viejo y abollado. Con voz medida y a ritmo
pausado, aconsejaba a Elena, la enfermera, quien escuchaba con atención pero
sin dejar de envolver gasas que apilaba sobre la camilla:
-¡Tenemos que dejar de pisar barro,
Elenita! ¡Hasta cuándo vamos a cocinar con grasa!
-¡Es cierto! ¿Creés que no me gustaría
pegar un salto y dejar de laburar en este manicomio por tres pesos? Tenemos que
conseguir una buena palanca y sacar la cabeza del pozo -propuso la enfermera.
-¡Pero no es fácil! -exclamó Alberto-.
Basta ver cómo te fue a vos chupándole las medias a los políticos de turno.
Empezaste acá lavando pisos hace muchos años y ahora seguís cortando gasas por
chaucha y palitos… ¡y ellos millonarios!
-Bueno… roban pero dan…
-No todos, Elenita, el único vivo fue
Sabala.
-El Saba consiguió empleo para mi hijo
en el corralón… ¡Eso no es poco! -aseveró la enfermera.
-¡Pero te costó pegar afiches veinte
años y hacer mil kilómetros repartiendo boletas! Y lo peor: ¡venderle el alma
al diablo!
-¿Por qué me decís eso? ¡Siempre fui una
mujer humilde y honrada!
-No niego eso, siempre pusiste el
corazón. Pero trabajaste para un político que enarboló la bandera de Cafiero y
después de Ruckauf; pasó luego por el neoliberalismo y lo vimos entrar en el
Menemóvil junto al Turco. Siguió con las manzaneras de Chiche Duhalde y después
de algunos remolinos hizo un aterrizaje fantástico con el kirchnerismo. Tiene
cintura política, eso es innegable.
Elena miró al ambulanciero y comenzó a
enrojecer; le apuntó con su índice derecho y descargó su enojo a los gritos:
-¡No podés decir eso! ¡A vos te vimos
por Canal 4 comiendo empanadas en el Comité Radical cuando ganó Murúa y seguís
siendo afiliado peronista! ¡No podés hablar vos!
Alberto pensó unos minutos y volvió a la
carga con una reflexión defensiva:
-¡No discutamos, Elena querida!
¡Nosotros seguimos laburando como siempre y otros están haciendo carrera
política a partir de una urna robada!
-¡Decí lo que quieras! -retrucó la compañera-.
Cuando Sabala llegue a presidente no te quiero ver pidiendo nada… Y recordá
bien lo que estoy diciendo -subrayó desorbitada-: ¡será presidente porque tiene
pasta!
Dos golpes en la puerta, como si
intentaran derribarla, interrumpieron la conversación. Un anciano, con una
herida cortante en la cabeza, era ayudado a ingresar en el consultorio de
guardia por un remisero que lo había traído.
-¡Llamá al médico de guardia! -ordenó la
enfermera.
Después de intentar con el teléfono
interno dos o tres veces, Alberto corrió por el pasillo hasta la habitación del
médico, lo despertó y le informó la urgencia.
El doctor Ulises entró en el consultorio
con las manos en los bolsillos del guardapolvo sin saludar y miró al viejo
herido tendido sobre la camilla. Después, levantando el mentón con su mano
derecha, observó a cada uno de los presentes y sentenció: “Hay que suturar”.
Al terminar su prolijo trabajo, se quitó
los guantes y se sentó en un banquito junto a la estufa. Giró la cabeza y,
mirando la pava de aluminio y el mate, ordenó con un guiño a Alberto que le
cebase uno. El paciente fue a una habitación para reposo y Elena, refunfuñando,
limpiaba el derrame que había quedado en el piso y repetía una y otra vez:
Los ojos de Alberto tomaron un brillo
diferente. Dejó al doctor unos minutos solo y, con un murmullo cómplice, se
alejó junto con Elena caminando por el pasillo.
***
Había amanecido y era
la hora de cambio del personal. La enfermera del turno mañana no podía
articular palabra alguna. El médico de guardia le preguntó que ocurría. Lo tomó
de la mano y lo llevó hasta el final del pasillo de entrada. Un grupo pequeño
de personas rezaba junto a la imagen de la Virgen. Todavía sin entender, el
doctor Ulises volvió a preguntar y, una joven que lo oyó, volteó su mirada y le
dijo:
-¡Es un milagro doctor! ¡La Virgen llora
sangre!
***
El tiempo sigue pasando y todavía nadie
sabe si hay algunos que dieron para después robar o robaron primero para dar
después; si la fidelidad va primero con los ideales o con los hombres; si hay
hombres con ideales o ideales hombres y, al fin, si la fe es la convicción de
lo que no se ve o es mejor ver para creer. Roberto sigue soñando con poder dar
un salto salvador, y Elena repartiendo boletas, para que no se olviden de ella
el día que necesite una palanca. La Virgen sigue siempre en el mismo lugar y, de
vez en cuando, ante la injusticia en el mundo, algún creyente fija la vista y
la agudiza, para descubrir si fue verdad que alguna vez lloró sangre.
***
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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