jueves, 1 de enero de 2015

LLORANDO SANGRE - CUENTO



Llorando sangre


La noche era muy fría y la calle estaba desierta. En la vieja guardia de hospital, algunos perros aquerenciados esperaban a sus dueños sin saber que ya nunca saldrían por aquella puerta. Desplomados en el pasillo junto al calefactor, buscaban calor para pasar la noche y acortar las horas perezosas del tiempo diluido, que marcaban relojes con agujas de goma.
Alberto, el chofer de la ambulancia, cebaba mate en un jarrito enlozado, viejo y abollado. Con voz medida y a ritmo pausado, aconsejaba a Elena, la enfermera, quien escuchaba con atención pero sin dejar de envolver gasas que apilaba sobre la camilla:

-¡Tenemos que dejar de pisar barro, Elenita! ¡Hasta cuándo vamos a cocinar con grasa!

-¡Es cierto! ¿Creés que no me gustaría pegar un salto y dejar de laburar en este manicomio por tres pesos? Tenemos que conseguir una buena palanca y sacar la cabeza del pozo -propuso la enfermera.

-¡Pero no es fácil! -exclamó Alberto-. Basta ver cómo te fue a vos chupándole las medias a los políticos de turno. Empezaste acá lavando pisos hace muchos años y ahora seguís cortando gasas por chaucha y palitos… ¡y ellos millonarios!

-Bueno… roban pero dan…

-No todos, Elenita, el único vivo fue Sabala.

-El Saba consiguió empleo para mi hijo en el corralón… ¡Eso no es poco! -aseveró la enfermera.

-¡Pero te costó pegar afiches veinte años y hacer mil kilómetros repartiendo boletas! Y lo peor: ¡venderle el alma al diablo!

-¿Por qué me decís eso? ¡Siempre fui una mujer humilde y honrada!

-No niego eso, siempre pusiste el corazón. Pero trabajaste para un político que enarboló la bandera de Cafiero y después de Ruckauf; pasó luego por el neoliberalismo y lo vimos entrar en el Menemóvil junto al Turco. Siguió con las manzaneras de Chiche Duhalde y después de algunos remolinos hizo un aterrizaje fantástico con el kirchnerismo. Tiene cintura política, eso es innegable.

Elena miró al ambulanciero y comenzó a enrojecer; le apuntó con su índice derecho y descargó su enojo a los gritos:

-¡No podés decir eso! ¡A vos te vimos por Canal 4 comiendo empanadas en el Comité Radical cuando ganó Murúa y seguís siendo afiliado peronista! ¡No podés hablar vos!

Alberto pensó unos minutos y volvió a la carga con una reflexión defensiva:

-¡No discutamos, Elena querida! ¡Nosotros seguimos laburando como siempre y otros están haciendo carrera política a partir de una urna robada!

-¡Decí lo que quieras! -retrucó la compañera-. Cuando Sabala llegue a presidente no te quiero ver pidiendo nada… Y recordá bien lo que estoy diciendo -subrayó desorbitada-: ¡será presidente porque tiene pasta!

Dos golpes en la puerta, como si intentaran derribarla, interrumpieron la conversación. Un anciano, con una herida cortante en la cabeza, era ayudado a ingresar en el consultorio de guardia por un remisero que lo había traído.

-¡Llamá al médico de guardia! -ordenó la enfermera.

Después de intentar con el teléfono interno dos o tres veces, Alberto corrió por el pasillo hasta la habitación del médico, lo despertó y le informó la urgencia.
El doctor Ulises entró en el consultorio con las manos en los bolsillos del guardapolvo sin saludar y miró al viejo herido tendido sobre la camilla. Después, levantando el mentón con su mano derecha, observó a cada uno de los presentes y sentenció: “Hay que suturar”.
Al terminar su prolijo trabajo, se quitó los guantes y se sentó en un banquito junto a la estufa. Giró la cabeza y, mirando la pava de aluminio y el mate, ordenó con un guiño a Alberto que le cebase uno. El paciente fue a una habitación para reposo y Elena, refunfuñando, limpiaba el derrame que había quedado en el piso y repetía una y otra vez:

-¡Para cambiar el mundo habría que llorar sangre!




Los ojos de Alberto tomaron un brillo diferente. Dejó al doctor unos minutos solo y, con un murmullo cómplice, se alejó junto con Elena caminando por el pasillo.


***
Había amanecido y era la hora de cambio del personal. La enfermera del turno mañana no podía articular palabra alguna. El médico de guardia le preguntó que ocurría. Lo tomó de la mano y lo llevó hasta el final del pasillo de entrada. Un grupo pequeño de personas rezaba junto a la imagen de la Virgen. Todavía sin entender, el doctor Ulises volvió a preguntar y, una joven que lo oyó, volteó su mirada y le dijo:

-¡Es un milagro doctor! ¡La Virgen llora sangre!

***
El tiempo sigue pasando y todavía nadie sabe si hay algunos que dieron para después robar o robaron primero para dar después; si la fidelidad va primero con los ideales o con los hombres; si hay hombres con ideales o ideales hombres y, al fin, si la fe es la convicción de lo que no se ve o es mejor ver para creer. Roberto sigue soñando con poder dar un salto salvador, y Elena repartiendo boletas, para que no se olviden de ella el día que necesite una palanca. La Virgen sigue siempre en el mismo lugar y, de vez en cuando, ante la injusticia en el mundo, algún creyente fija la vista y la agudiza, para descubrir si fue verdad que alguna vez lloró sangre.

 
***



Chivilcoy, 2012

Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.
ISBN:
Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2012.

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