Una porción
de vida
Ramón ingresó abruptamente al salón del bar. El
apuro por escapar de la lluvia y el frío de aquella noche de junio,
condicionaron su llegada desprolija, impropia para su estilo.
En la mesa que habitualmente los reunía, Diego
escribía concentrado, ajeno a su entorno, con aspecto de distinta sintonía.
La mano de Ramón en el hombro de su amigo, a modo
de saludo, fue una actitud suficiente para que Diego regresara a la dimensión
adecuada.
-¡Hola, viejo! ¡Qué dura viene la noche! -exclamó
Ramón-. Se te ve cara fulera, Diego. ¿No estarás dibujando el testamento?
-Nada que ver, pasa por otro lado -contestó su
amigo-; es esta maldita rutina de siempre. Pero esta vez hay algo especial que
me toca adentro. Cosas de todos los días, de la vida, que le pasaban a los
demás y ahora me pasan a mí. Estoy desubicado. ¿Me podés entender, Ramón?
-Para nada... dame una pista.
-Son los afectos, Ramón, la sensación de estar
partido en dos o tres pedazos. Algunos sentimientos a los cuales tengo miedo de
dejar porque me debo ir y otros que se van y me dejan solo.
-No quiero pensar, Dieguito, que Teresa... -insinuó
Ramón, mientras se frotaba la frente con las dos manos.
-¡No, Ramón! No son problemas de cuernos. Son otros
afectos que siento que se me escapan de mis manos como el agua. Es una idea
fija permanente… ¡Ahí está! ¿Se entiende?
-Más o menos…
-Y lo peor -continuó Diego- es que pienso que tal
vez, si las cosas se dieran así, es para ellos mejor. Que soy un egoísta en
algún modo.
-Una historia complicada la tuya, Diego, pero no
hay que entregarse. Hay que encontrar la fórmula para salir adelante
-alentó Ramón.
Desconcertado y devolviendo frases descolgadas, Ramón
hacía tiempo para encontrar la manera de entender a su compañero y levantarle
el ánimo.
Se hizo un abismo de silencio que Diego comenzó a
llenar con una catarata de palabras:
-A la larga, todo se vuelve rutina, Ramoncito.
Salvo que haya algo que sea realmente distinto, que marque la diferencia y te
deje una huella bien adentro. Ayer fui a comprar un cuadro para mi oficina y la
vendedora me ofreció algo que dio en la tecla. Me mostró una pintura llena de
colores, sin límites definidos; me despertaba interés al mirarla. Para mí era
el cielo con grandes nubarrones; la vendedora me dijo que parecía el reflejo de
un bosque en un lago. La compré porque me gustó, irradiaba alegría.
La sorpresa la tuve cuando estuvo en la pared, al
costado de mi escritorio: llegó Raúl, el cafetero, la miró fijo y me dijo:
“¡Linda pinturita, pero la colgaste al revés, jefecito!”...
»Esa puede ser la clave... tener la magia del
artista que nos permite ver en la misma pintura una imagen distinta cada día.»
-Puede ser -respondió Ramón y, acomodándose en la
silla, decidió prestar un rato sus orejas a su amigo.
-Lo mío -continuó Diego- quizás sea desde hace
mucho tiempo. El barbudo me largó al mundo con suficiente asado pero con poca
leña para cocinarlo a punto. Eso me hizo vivir apurado, con miedo a dejar la
carne cruda, a quedarme sin brasas. Se me cayeron muchas monedas de mis
bolsillos rotos por ir demasiado rápido, por no parar a comprar aguja e hilo.
Sé que no puedo estar desconforme, Teresa me amó y fue mi guía, me dio todo, inventó
lo que no tenía, llenó de luz con nuestro hijo mi vida... Vos sabés que siempre
fui sencillo, si hasta el mejor regalo que le hice a mi hijo fue una pelota de
trapo que tiene desde chiquito. Le enseñé a tirar un caño a un banquito, a
hacerle una gambeta y un sombrero a una silla y a ponerla en el ángulo de la
puerta que da a la cocina cuando salía el arquero... y abrazarlo fuerte,
imaginando la tribuna que se nos venía encima. Pero, como te decía, por vivir
con tanto apremio, quizás alguna vez fui injusto, demasiado duro y, aunque por
dar no me queda nada, siento ansiedad de no poder estar, para devolver cuanto
me han querido.
»Ayer me crucé con el calesitero y me recordó que
la vida dejó paga una última vuelta. Pero lo que él no recuerda, es que guardo
un gran puñado de sortijas que gané volando en aquel avioncito rojo que me
gustaba.»
Instintivamente los dos se pararon, se abrazaron
fuerte y lloraron hasta sentir despejada el alma. Diego miró a Ramón a los
ojos, le dijo “Gracias”, y sin más palabras se fue caminando lento.
Ramón, vuelto a sentar y mirando hacia la ventana,
pensó que fue bueno que Diego soltara todo, sin sospechar todavía que faltaba
el testimonio de la carta que su amigo había dejado sobre la mesa.
Querida hermana:
De tu partida a Europa, sea a España o Francia
quizás, mentiría yo si te digo que me alegra, ya que te quiero feliz,
triunfante, como eres, llena de energía; pero cerca de todos los que te
queremos aquí, en Argentina.
No es por egoísmo que digo esto, te deseo lo mejor,
pero la duda me inspira a pensar que de la nada no se construye nueva vida.
Hasta conociendo lenguas extrañas, nunca
encontrarás el idioma de nuestra tierra, de nuestras plantas y sus hojas, del
horizonte en el campo al ponerse el sol, del mate compartido bajo un techo
amigo. Hasta el dolor de sufrir es más digno, en la tierra propia, donde se ha
nacido.
Cuando te encuentres en un lugar tan lejano y lo
que conozcas deje de ser novedad… ¿qué no dará Toni por gritar un gol de Boca y
abrazarse a su tío?, ¿qué no dará Federico por un asado un domingo? Y Marita y
los paseos todos juntos... y los afectos compartidos de los abuelos, de los
amigos.
Quejarme siempre me quejo, es cierto, pero creo
conocer el camino que transito, con miles de piedras y espinas; pero es mi
tierra que con mi sangre regaría antes de buscar, en nebulosa lejanía, migajas
de felicidad a cambio de mi identidad, mi historia, lo que he sido, mi vida.
Cabeza dura me conocés, pero defiendo lo que
siento, no puedo fingir alegría, viendo a mis sobrinos entre gallegos o
franchutes.
Quiero decirte que recuerdes que la pasión obnubila
la razón, que espero te realices bien, pero te quiero argentina y
latinoamericana… y para tus chiquitos lo mismo que para mi hijo.
Si lo que buscás es la felicidad, no vale la pena
ir hasta Europa. La felicidad está dentro de las personas, igual que Dios, para
cada cual con distinto valor, depende de cuánto uno se valora y no por el valor
que dan los demás.
Tenés tiempo para ir y pensar. Te estaré esperando
con los brazos abiertos, feliz como te quiero... pero en Argentina, siempre en
Argentina.
Tu
hermano Diego
Luego de guardarla en su corazón, Ramón rompió la
carta, tomó un trago de café ya frío, y se marchó rumbo a su casa en
busca de su familia y de un plato de sopa caliente.
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
978-987-33-2139-9
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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