jueves, 1 de enero de 2015

NOTA 3: CREATIVIDAD, ARTE Y LOCURA - HORACIO QUIROGA


CREATIVIDAD, ARTE Y LOCURA - HORACIO QUIROGA

Algunos personajes padecieron distintos tipos de insania y, sin embargo, trascendieron por su genio y por sus obras. Para algunos de ellos, los momentos de mayor creatividad coincidieron con las manifestaciones más agudas de su enfermedad.

Ante estas personalidades, surge el interrogante de cómo habría sido su actividad creativa de haber estado psíquicamente sanas ¿Fue la enfermedad una fuerza esencial que los llevó a incursionar en terrenos donde nadie se animaría, o los impulsó a trabajar intensamente para escapar de sus delirios? Quizás el lector tenga la respuesta.


UNA VIDA DE AMOR, DE LOCURA Y DE MUERTE

HORACIO QUIROGA
(1878 – 1937)

Una joven mujer alimenta con su sangre a un monstruoso bicho encerrado en un almohadón de plumas; un hombre vive sus últimas horas sobre una barca que se balancea a la deriva; cuatro niños idiotas degüellan a su hermanita en la cocina de su casa. Estas crudas historias atravesadas por la locura fueron escritas por la pluma maestra de Horacio Quiroga, un hombre con una vida tan trágica y siniestra como los escalofriantes cuentos que anidaban en su imaginación.

Su libro más conocido fue Cuentos de amor, de locura y de muerte, título que bien podría haber sido el de su biografía. Su ficción se mezcla con la realidad hasta tal punto que quiroga parece un personaje creado por él mismo.
La locura ha sido un tema central tanto en la obra como en la vida de Quiroga, que sufre las muertes tempranas de su padre, su padrastro y su mejor amigo. A estas tragedias se agrega el suicidio de su primer esposa, el suyo y el de sus tres hijos, que se quitan la vida sucesivamente como cumpliendo un oscuro mandato.
Cuando en 1878 nació Horacio, su padre Prudencio Quiroga ejercía el cargo de titular del Vice Consulado Argentino en la ciudad de Salto. La familia tenía un buen pasar en una localidad tranquila y agradable, pero cuando el niño tenía apenas dos años y medio, el padre murió al disparársele por accidente su escopeta mientras regresaban de una excursión de caza.
Tiempo después, su madre se casó con Ascencio Barcos, un hombre al que el joven Horacio apreciaría como a un padre. Barcos quedó hemipléjico por un accidente cerebral y cayó en una profunda depresión y, a pesar de su invalidez, logró apoyar el cañón de la escopeta sobre el mentón y gatilló con uno de los dedos de los pies. Quiroga fue uno de los primeros en descubrir el cuerpo.
Desde muy joven mostraba una inclinación por la literatura y, como muchos de los escritores de la época, se embarcó a París. Partió del puerto de Montevideo con “flamante ropería, ricas valijas y camarote especial”, como cuentan sus biógrafos José María Delgado y Alberto Brignole.
El diario que escribió durante el viaje tenía algo de profecía: “me han entrado unas aureolas de grandeza – dice – como tal vez nunca haya sentido. Me creo notable, muy notable, con un porvenir, sobre todo, de gloria rara. No gloria popular, conocida, ofrecida y desgajada, sino sutil, extraña, de lágrimas de vidrio”.
Pero el viaje a París no resultó lo que Quiroga esperaba, ya que se quedó sin dinero, pasó hambre y regresó a Montevideo cuatro meses después mal vestido y en tercera clase. Sus aires de grandeza se habían apagado.
De regreso a Montevideo, fundó junto a un grupo el “Consistorio del Gay Saber”, una agrupación de jóvenes escritores y artistas que se adherían al modernismo. Allí sufriría otro terrible golpe: su íntimo amigo, el joven escritor Federico Ferrando – también integrante del Consistorio -,se bate a duelo con otro hombre. Mientras Quiroga revisaba el arma, se le escapó un tiro que terminó matando a su amigo.
Desvastado por la tragedia, el escritor se trasladó a Buenos Aires. Su amigo Leopoldo Lugones le propone entonces un viaje a Misiones en el que conocería la tierra y el paisaje que lo obsesionarán por el resto de su vida.
En “Vida y obra de Horacio Quiroga”, José María Delgado y Alberto Brignole, amigos íntimos del escritor, describen así su transformación durante la experiencia iniciática en Misiones: “… Parte con un guardarropas inobjetable para señoritos distinguidos que se aprestan a veranear en lujosos hoteles y balnearios”, y también con “un gran acopio de cigarrillos hechos por él con una mezcla de tabaco y chamico para adormecer sus ataques de asma, dolencia que padece junto con una dispepsia pertináz”. Pero Quiroga comenzó a curarse de estos males y poco a poco se adaptó a la naturaleza que lo rodeaba. “Un par de botas desparejas, los pantalones a medio muslo, las peludas pantorrillas al aire, la camisa convertida en una especie de bocoy y aeronáutico jaspeado en almíbares confusos, el jockey con el barbijo de cuerda, la barba y el pelo enmarañados”.
Los dolores de estómago desaparecieron y los medicamentos contra el asma fueron a parar al fondo del río Paraná. A su regreso decide liquidar la fortuna familiar para montar un ambicioso emprendimiento en el Chaco, pero el negocio fracasa. Este será el inicio de una serie de proyectos y emprendimientos faraónicos que Quiroga intenta a lo largo de su vida con distinta suerte.
En 1906, compró tierras en Misiones en los alrededores de las ruinas de San Ignacio y, poco después, levantó con sus propias manos un bungalow de madera que luego se convertiría en casa.


Quiroga tenía una debilidad por las mujeres jóvenes y, en 1909, se casó con Ana María Cires, una alumna a la que le llevaba varios años. Pese a la oposición de sus padres, la lleva a vivir a la selva misionera en condiciones extremas.
La casa era precaria y la vida muy austera. Las tablas del techo, construidas de madera mal estacionada, se arqueban, convirtiéndola en un colador cuando llovía. En este lugar salvaje y aislado nace su primera hija, Eglé, en 1911. Se dice que Quiroga no permitió que recibiera asistencia durante el parto en la soledad de la choza. Un año después nació su segundo hijo, Darío.
Quiroga mismo se ocupaba de la educación de sus hijos: “Desde el principio actuó dictatorialmente: vestidos, mamaderas, género de vida, todo se llevaba a cabo según sus órdenes y enseñanzas. Temprano, en cuanto pudieron sostenerse sobre los piés, los llevaba de acompañantes de sus internaciones monteses o en los raids de su piragua. Los arrimaba al peligro para que, a un tiempo, tuviesen la conciencia de él y aprendieran a no temerle. Y, sobre todo, les exigía pruebas de obediencia absoluta. Ya mas grandes, los sometía a pruebas temerarias (…). Eran, en efecto, experiencias inauditas, como la de dejarlos solos en una espesura del bosque, o la de sentarlos en los bordes de los acantilados con las piernas balanceándose sobre el abismo”. (Delgado y Brignole, Vida y obra de Horacio Quiroga).
En su cuento “El desierto”, Quiroga describe de modo casi autobiográfico cómo un padre cría solo a sus hijos tras la muerte de la madre y los entrena para sobrevivir en situaciones extremas: “… Llegaban a veces, solos, hasta el Yabebirí, el acantilado de arenisca rosa (…) Allá arriba, diminutos, los chicos Subercaseaux se aproximaban tanteando las piedras con el pié. Y seguros, por fin, se sentaban a dejar jugar las sandalias sobre el abismo”.
La vida en Misiones se hace muy difícil para Ana María quién, a fines de 1915, tomó una dosis de veneno y agonizó durante ocho días. Su muerte aún hoy es un misterio: Quiroga quemó su ropa, sus cartas, sus fotos y todo vstigio de ella. Durante meses se aisló y cesó su correspondencia con amigos. Luego regresó a Buenos Aires, donde vivió con los niños los años siguientes.
La dura educación recibida por Darío y Eglé y la temprana muerte de su madre marcarían para siempre a los pequeños: Eglé se suicidó en 1938, un año después de la muerte de su padre, y Darío también se suicidó en 1951.
De regreso en Buenos Aires, Quiroga conoce la fama mientras su producción literaria comienza a ser valorada. El escritor construye sus cuentos con la precisión y el efecto de su admirado Edgar Allan Poe. De esta época datan sus “Cuentos de amor, de locura y de muerte”.
En 1927, ya con 47 años, se casó con una amiga de su hija, la joven María Elena Bravo, a la que llevaba casi treinta años. Poco después nació Picota, única hija de ese matrimonio, quien se suicidaría en oscuras circunstancias en 1988.
Durante un tiempo, el matrimonio vivió en Vicente López, hasta que en 1932 decidieron embarcarse hasta Misiones.
Vivían en una casa de piedra donde Quiroga retomó el trabajo manual y fabricaba piezas de cerámica, alfombras rústicas y animales embalsamados, pero la vida en la selva resultó dura para la joven María Elena y las discusiones entre la pareja eran cada vez más frecuentes.



Quiroga deja de escribir y se siente cada vez más solo. Durante esta triste etapa de su vida, escribe a su amigo Martínez Estrada: “Me voy quedando tan, tan cortito de afectos e ilusiones, que cada una de éstas que me abandona se lleva verdaderos pedazos de mi vida”.
Su vida apasionada y vertiginosa se estaba apagando. Enfermo de cáncer, decidió regresar a Buenos Aires para tratar la enfermedad que padecía desde hace tiempo. Fue la última vez que vio la tierra de Misiones.
El escritor sufría atroces dolores y fue internado en el Hospital de Clínicas. El 19 de febrero de 1937 decidió poner fin al sufrimiento con un vaso de cianuro. El suicidio parecía el destino inevitable de una vida asediada por la muerte y la locura.





1 comentario:

  1. Hola Guillermo
    Mi nombre es Macarena Baggiani, socia de EC-t Ediciones Científico-técnicas y directora de Lupa Ediciones & contenidos.
    Este artículo de Quiroga fue publicado en 2011 en la serie Detrás del Diagnóstico, que editaba EC-t, escrito por Silvina Quintans. Incluso la reflexión sobre los artistas que sufrieron trastornos psiquátricos, y que encabeza este artículo, es el prólogo que acompañaba cada una de las 24 ediciones que realizamos.
    Le pido que retire este artículo de su blog a la brevedad, en vistas de que está violando los derechos de autor.
    Saludos.

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