Un poco de cine, neurosis, y de nosotros mismos.
Allan Stewart Konigsberg, conocido
como Woody Allen, nació el primero de diciembre de 1935 en el barrio neoyorkino
de Brooklyn. Proveniente de una familia judía que el propio Woody definió como
“burguesa, bien alimentada, bien vestida e instalada en una casa cómoda”, tuvo
una infancia alegre hasta los cinco años, cuando su madre le contó que todos
los seres vivos en algún momento se mueren.
A partir de entonces, Woody tuvo
graves cuestionamientos acerca de la vida y la muerte, cuestión que transmitió
a sus films a través de la ironía. Su madre, muy severa, lo exigió demasiado de
niño. Su relación conflictiva. En la película Historias de Nueva York (1989),
después de desaparecer por un rato, la gigantesca cara de su madre emerge desde
el cielo de Nueva York y cuenta la infidencias sentimentales de su hijo a todos
los transeúntes avergonzándolo. Con respecto a su padre, en uno de sus
monólogos, relató: “En una ocasión me raptaron. Mi padre se puso enseguida en
acción: alquiló mi habitación”.
Allen fue muchas cosas antes de
dedicarse a la industria cinematográfica: en 1952, escribió chistes para un
periódico durante la escuela secundaria; luego continuó escribiendo guiones y actuando
en teatro. Pero le costó muchísimo enfrentarse al público, hasta que en algún
momento comenzó a aprovechar esto riéndose de si mismo. Porque la comicidad en
él es su nerviosismo constante, su confesado temor a las mujeres, su temor a la
impotencia e hipocondría, que fueron encarnados en personajes neuróticos de sus
películas: “Mi forma de bromear es decir la verdad”.
Su trastorno obsesivo compulsivo lo
afirmó en una entrevista. Desde pequeño adoptó la costumbre de cortar su banana
en siete pedazos y explicó: “Si lo hiciera de otra manera, tendría miedo de
sacar al universo de su equilibrio”.
En 1969, se estrenó “Robó, huyó y lo
pescaron”, la primera película escrita, dirigida y actuada por Allen. Tiempo
después, y con varias películas en su haber, la crítica lo consagró por
“Manhattan (1979), un clásico de la historia universal del cine.
En realidad todas las personas, de
alguna manera, inmersos en nuestra subjetividad, expresamos nuestros miedos,
frustraciones, fobias y traumas, enmascarados en formas diversas. “El miedo es
mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro”, dice Allen con
tono sarcástico, pero que supo manejar con habilidad e inteligencia.
En 1953,
un profesor le recomendó visitar a un psiquiatra y un a psicoterapeuta, con el
argumento que, sin tratamiento no conseguiría trabajo. Así Allen comenzó un
matrimonio con el psicoanálisis, más durable que las relaciones sostenidas con
sus distintas mujeres.
El neurótico, es un adaptado equivocado, situando hechos, personajes o
elementos del pasado en una época posterior, que busca la salida por un camino
desacertado.
Parecen sentimientos lógicos el temor
y la inseguridad que experimentabas en tu infancia ante una figura paterna
autoritaria que era incapaz de sentirse satisfecho con tus avances y tu
desarrollo personal.
Por esa causa el neurótico está
demasiado pendiente de las distintas figuras de autoridad que aparecen en su
vida, estableciendo la misma relación emocional.
Se torna patológico cuando, ya
de adulto, experimenta tales sentimientos
de un modo desproporcionado ante las tareas que le encomienda su jefe y las
interpretas como exigencias, y lo lleva a ejecutar el trabajo solo de la manera
que aquél espera de él.
Esta construcción neurótica organizada
en base a un conflicto nuclear, maneja este tipo de situaciones desde la niñez,
pasando por la adolescencia, hasta la vida adulta.
Los pensamientos, las
interpretaciones, las percepciones, los sentimientos y los comportamientos
neuróticos arraigan en estratos muy profundos, que alguien definió como
inconscientes, es decir, apartados de la conciencia y el recuerdo del sujeto.
Por tanto son difícilmente extirpables, porque forman parte del sustrato de tu
estructura de personalidad.
En una psicoterapia profunda se trata de hacer consciente esta construcción con todos sus matices, de cómo determinados comportamientos que al neurótico parecen lógicos o inevitables no son sino una compulsión a repetir pautas, sentimientos y mecanismos de defensa infantiles. Se busca lograr la toma de conciencia cognitiva y emocional de los conflictos que subyacen en tus síntomas y que, tras su elaboración, promueve la desaparición de tales construcciones neuróticas. Esto te llevaría años y cientos de sesiones.
En una psicoterapia de
inspiración analítica, la técnica es menos amplia, pero requiere de mayores
habilidades por parte del terapeuta, pues no se toma como eje central la
relación con el mismo, con quien se acaba reproduciendo el conflicto.
En una terapia cognitiva se
trabaja sobre las percepciones, sobre las distorsiones y se hace dudar de las mismas o se proponen otros
puntos de vista que permiten reformular el problema o encontrar otro tipo de
respuesta. Pocas sesiones. Eficaz para síntomas neuróticos leves.
Poder reírnos de nuestros propios defectos y desdichas, es una
forma de aceptar que las tenemos. En el caso descripto, la sublimación
artística, fue la herramienta para dar cauce y expresión a las pasiones y
conflictos que se encontraban cautivas. Habitamos en muchas de las frases que
decimos y cosas que “sin querer” comentamos, como Woody Allen en sus films, palpitaba
en cada escena su propia imagen proyectada sobre su recorrido imaginario.
grpinotti.letrasycuentos@yahoo.com.ar
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