jueves, 1 de enero de 2015

NOTA 3: Un poco de cine, neurosis, y de nosotros mismos.





Un poco de cine, neurosis, y de nosotros mismos.

Allan Stewart Konigsberg, conocido como Woody Allen, nació el primero de diciembre de 1935 en el barrio neoyorkino de Brooklyn. Proveniente de una familia judía que el propio Woody definió como “burguesa, bien alimentada, bien vestida e instalada en una casa cómoda”, tuvo una infancia alegre hasta los cinco años, cuando su madre le contó que todos los seres vivos en algún momento se mueren. 



A partir de entonces, Woody tuvo graves cuestionamientos acerca de la vida y la muerte, cuestión que transmitió a sus films a través de la ironía. Su madre, muy severa, lo exigió demasiado de niño. Su relación conflictiva. En la película Historias de Nueva York (1989), después de desaparecer por un rato, la gigantesca cara de su madre emerge desde el cielo de Nueva York y cuenta la infidencias sentimentales de su hijo a todos los transeúntes avergonzándolo. Con respecto a su padre, en uno de sus monólogos, relató: “En una ocasión me raptaron. Mi padre se puso enseguida en acción: alquiló mi habitación”.

Allen fue muchas cosas antes de dedicarse a la industria cinematográfica: en 1952, escribió chistes para un periódico durante la escuela secundaria; luego continuó escribiendo guiones y actuando en teatro. Pero le costó muchísimo enfrentarse al público, hasta que en algún momento comenzó a aprovechar esto riéndose de si mismo. Porque la comicidad en él es su nerviosismo constante, su confesado temor a las mujeres, su temor a la impotencia e hipocondría, que fueron encarnados en personajes neuróticos de sus películas: “Mi forma de bromear es decir la verdad”.


Su trastorno obsesivo compulsivo lo afirmó en una entrevista. Desde pequeño adoptó la costumbre de cortar su banana en siete pedazos y explicó: “Si lo hiciera de otra manera, tendría miedo de sacar al universo de su equilibrio”.
En 1969, se estrenó “Robó, huyó y lo pescaron”, la primera película escrita, dirigida y actuada por Allen. Tiempo después, y con varias películas en su haber, la crítica lo consagró por “Manhattan (1979), un clásico de la historia universal del cine.
En realidad todas las personas, de alguna manera, inmersos en nuestra subjetividad, expresamos nuestros miedos, frustraciones, fobias y traumas, enmascarados en formas diversas. “El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro”, dice Allen con tono sarcástico, pero que supo manejar con habilidad e inteligencia. 
En 1953, un profesor le recomendó visitar a un psiquiatra y un a psicoterapeuta, con el argumento que, sin tratamiento no conseguiría trabajo. Así Allen comenzó un matrimonio con el psicoanálisis, más durable que las relaciones sostenidas con sus distintas mujeres.


El neurótico, es un adaptado equivocado, situando hechos, personajes o elementos del pasado en una época posterior, que busca la salida por un camino desacertado.
Parecen sentimientos lógicos el temor y la inseguridad que experimentabas en tu infancia ante una figura paterna autoritaria que era incapaz de sentirse satisfecho con tus avances y tu desarrollo personal.
Por esa causa el neurótico está demasiado pendiente de las distintas figuras de autoridad que aparecen en su vida, estableciendo la misma relación emocional. 

Se torna patológico cuando, ya de adulto, experimenta  tales sentimientos de un modo desproporcionado ante las tareas que le encomienda su jefe y las interpretas como exigencias, y lo lleva a ejecutar el trabajo solo de la manera que aquél espera de él.
Esta construcción neurótica organizada en base a un conflicto nuclear, maneja este tipo de situaciones desde la niñez, pasando por la adolescencia, hasta la vida adulta.
Los pensamientos, las interpretaciones, las percepciones, los sentimientos y los comportamientos neuróticos arraigan en estratos muy profundos, que alguien definió como inconscientes, es decir, apartados de la conciencia y el recuerdo del sujeto. Por tanto son difícilmente extirpables, porque forman parte del sustrato de tu estructura de personalidad.

En una psicoterapia profunda se trata de hacer consciente esta construcción con todos sus matices, de cómo determinados comportamientos que al neurótico parecen lógicos o inevitables no son sino una compulsión a repetir pautas, sentimientos y mecanismos de defensa infantiles. Se busca lograr la toma de conciencia cognitiva y emocional de los conflictos que subyacen en tus síntomas y que, tras su elaboración, promueve la desaparición de tales construcciones neuróticas. Esto te llevaría años y cientos de sesiones.

En una psicoterapia de inspiración analítica, la técnica es menos amplia, pero requiere de mayores habilidades por parte del terapeuta, pues no se toma como eje central la relación con el mismo, con quien se acaba reproduciendo el conflicto.
En una terapia cognitiva se trabaja sobre las percepciones, sobre las distorsiones y se  hace dudar de las mismas o se proponen otros puntos de vista que permiten reformular el problema o encontrar otro tipo de respuesta. Pocas sesiones. Eficaz para síntomas neuróticos leves.

Poder reírnos de nuestros propios defectos y desdichas, es una forma de aceptar que las tenemos. En el caso descripto, la sublimación artística, fue la herramienta para dar cauce y expresión a las pasiones y conflictos que se encontraban cautivas. Habitamos en muchas de las frases que decimos y cosas que “sin querer” comentamos, como Woody Allen en sus films, palpitaba en cada escena su propia imagen proyectada sobre su recorrido imaginario. 

grpinotti.letrasycuentos@yahoo.com.ar

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