jueves, 1 de enero de 2015

MALDITO ALBAÑIL - CUENTO


MALDITO ALBAÑIL

No había necesidad de remodelar la toilette del primer piso. Pero mi anciana tía Rosita encontraba motivaciones y proyectos para su vida haciendo arreglos uno tras otro. Convivir con ella era tranquilo, pero debía adaptarme a sus gustos; la casa no era mía.
Llegué una tarde, y un tal José Cabañas acababa de cerrar trato con tía para el trabajo de albañilería. No me cayó bien a primera vista. Nos cruzamos en el pasillo de entrada y, sin saludo de por medio, siguió conversando con Rosita, ignorándome por completo.
Dejé mi saco en el perchero y esperé ansioso que tía regresara del living para preguntarle detalles.

-¿Este tipo es el albañil?

-Sí, lo recomendó don Antonio, el almacenero de la esquina.

-¿Le preguntaste bien cómo trabaja?

-Don Antonio no me va a mandar a ningún improvisado, nos conocemos hace años.

-Es cierto -contesté-, pero vale tener en cuenta que hoy con la desocupación que hay, cualquiera para quitarse el hambre agarra una cuchara y un martillo y se presenta como maestro mayor de obras.

-¡No seas desconfiado! -exclamo tía y, pasándome la mano sobre la espalda, intentó darme confianza.

Me senté en una silla mirando el piso. Mi actitud pensativa y desconfiada hizo que Rosita, con una sonrisa inicial, continuara explicándome:

-Te gustará cuando termine. Ya tengo comprados los materiales y los cerámicos nuevos. Me dijo que en quince días termina todo.

-¿Y la mano de obra qué costo tiene? -pregunté ansioso.

-A mi edad el dinero tiene un sentido diferente, sobrino. Quiero darme los gustos que puedo. Me pasó un presupuesto de cuatro mil pesos y creo que podré pagarlos sin problemas.

No pude soportar aquello. Comencé a indisponerme. Un calor horrible subió por mi cara y mis orejas las sentía como entre llamas. El estómago se me contraía y me esforzaba para que las horribles náuseas no se convirtieran en apestosos vómitos. ¡En quince días aquel operario, calificado por el almacenero de la esquina, ganaría lo que yo consigo en dos meses como administrador de empresas! Allí comenzó mi odisea.
Día a día, la casa entera pasó por terremotos, maremotos y tsunamis. Sin tener en cuenta el placard con mi ropa, mis libros y documentos, el equipo de música ni la computadora, el polvo y salpicaduras de cal llegaron hasta el último rincón sin que aquel hombrecito constructor tuviera el mínimo registro de aquel daño.
Tenía que hacer algo. Un día esperé que llegara y preparara aquella pasta maldita de cemento y arena. Subió con dos baldes por la escalera hasta el primer piso y, cuando menos lo esperaba, con un empujón suave pero preciso, lo hice estrellar contra el piso sobre el plastrón de material. Después de corcovear como rana en un sartén un rato, dejó de moverse ahogado cabeza abajo.
El cemento, al fin, no es más que una forma de polvo, y si del polvo venimos, al polvo vamos.







Chivilcoy, 2012

Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-987-33-2139-9
Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2012.
 grpinotti.letrasycuentos@yahoo.com.ar

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