jueves, 1 de enero de 2015

SUGESTIÓN - CUENTO


Sugestión





Luis se enteró del extraño episodio ocurrido a un compañero de trabajo por la radio del pueblo, mientras desayunaba. Por ese motivo salió unos minutos antes de su casa, ansioso por conocer los detalles del caso. Entró en la oficina de la remisería y la operadora del teléfono, Clarisa, se anticipó antes de que preguntara:

-¿Supiste lo que pasó con Alcides?

-Hace unos minutos escuché en la radio. Contame vos.

-Tomó su turno anoche, tranquilo, como siempre. Le sale un viaje a un domicilio frente al cementerio. Era una mujer de unos cincuenta años, según dijo. Llega, le paga y le dice que la espere. Sorprendentemente, la señora cruza hacia el cementerio y al llegar a la pared la atraviesa y desaparece.

-¡Ese cuento es viejo! Lo único que me intriga es qué busca Alcides contando esto.

-Es un tipo serio. No me imagino que invente una historia así.

-Se habrá chiflado el pobre -aventuró Luis.

Clarisa frunció el ceño ante su descreimiento. No pensaba de la misma manera, tanto por conocer desde mucho tiempo atrás a Alcides, como por sus convicciones acerca de cuestiones paranormales.

-Mirá, Luis, hay cosas que ocurren y no tienen explicación lógica para nosotros, pero existen… algo hay…

-¡Dejá de joder!

-A mí me pasó algo parecido -atestiguó la mujer-. Hace un año mi hija menor, Romina, estaba con fiebre y no paraba de llorar. Crucé al almacén frente a mi casa para comprar aspirinas. Comenté esto a Simón, el empleado. Me escuchó con interés especial y me dijo que él podía curarla si yo le daba autorización. Le dije que sí, no perdía nada. Pidió el nombre completo de la nena y fecha de su nacimiento. Cuando llegué a casa, aunque vos no lo creas, Romina estaba jugando con el perro en el patio y la fiebre había desaparecido.

-Pero ese argumento, aunque sea real, no tiene mucho que ver con la historia de Alcides -cuestionó Luis.

-Falta una parte -continuó Clarisa-. Al día siguiente fui a agradecerle a Simón y me contó que desde pequeño había descubierto que podía curar, pero que no comentó esto a muchos ni lo practicaba asiduamente. Me habló del bien y del mal y de una dimensión distinta a la nuestra.

Luis escuchaba sin moverse, atento, para que no se le escapase ninguna mueca que pareciera una burla. Encendió un cigarrillo y convidó otro a su compañera, presta a seguir contando:

-Por entonces mis cosas no andaban bien: problemas económicos, había chocado el auto y, en casa, cuando no se llovía el techo se rompía el calefón o se quemaba la heladera. Quizás por necesidad o porque Simón me inspiró confianza, le conté esto. Me habló de su cambio en la vida desde que descubrió su don para hacer el bien, de la existencia de “seres de luz” que lo acompañan y que todos podemos tener si nos disponemos a ello. En fin… me hizo bien lo que me decía. Propuso venir a curarme la casa y acepté.

Saliendo desde atrás de la mampara de machimbre que dividía el habitáculo, se sumó a la conversación Felipe, que intentaba descansar en un catre improvisado. Sin decir palabra alguna, había seguido desde el inicio la plática entre sus compañeros. Acomodó la camisa debajo del pantalón ajustando el cinto y se sentó en el último banquito maltrecho que había y siguió entusiasmado el relato.

Con expresión seria, Clarisa se extendió en su confidencia:

-Simón fue puntual el día prometido para la visita. Al entrar hizo un movimiento tambaleante, se detuvo y dijo: “Acá hay seres fuera de su dimensión adecuada. Vamos a ayudarlos a que reconozcan su estado y descansen tranquilos”. Pidió una vela, la prendió y, casi inmediatamente se apagó como si alguien la hubiera soplado. Mi perro Quico salió corriendo hacia el patio espantado y aullaba como cuando escucha la sirena de los bomberos.
Después desparramó incienso y con un rezo terminó la sesión. Aunque no lo crean... ¡cambió mi suerte y mi humor también! Por eso les decía… hay cosas que no tienen explicación terrenal.



Luis y Felipe se miraron, y el segundo mostró su escepticismo:

-Perdón, Clarisa… pero me cuesta creer todo esto.
Se abrió de pronto la puerta e ingresó una clienta. Tapaba su cabeza y espalda un nylon negro, a modo de capa, para resguardarse de la lluvia que había comenzado.

-Necesito un coche… voy a la Avenida de los Fundadores casi hasta Ruta 30… pasando el cementerio.

Clarisa lo miró a Felipe y cabeceó indicándole que era su turno. Sin vueltas ni rodeos, éste se dirigió a la clienta con un consejo escurridizo, inspirado por la incertidumbre que antecede al miedo:

-¡La llevo encantado, señora! Pero le conviene el colectivo local, que pasa en diez minutos y resulta más económico…





Chivilcoy, 2012

Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-987-33-2139-9
Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2012.

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