jueves, 1 de enero de 2015

PELOTA A LA TRIBUNA - CUENTO



Pelota a la tribuna





 Rolando Sotera era como un maestro para los pibes del barrio. A veces fue más que un padre para muchos niños, esparcidos como hojas que viajan sin rumbo junto a un viento huracanado.
Llegado del laburo, Sofía, su esposa, lo esperaba con la bandeja de plata que fuera de su madre, donde descansaban el mate, la yerbera y la pavita de aluminio que el Rolo prefería.
Sentado en el banco de piedra de la vereda, cebada tras cebada, esperaba que los muchachitos de la cuadra poco a poco llegaran en silencio; sentados en el piso, se aprestaban a escuchar las charlas de Rolo, que divagaban entre la filosofía de la vida y la formación del equipo de fútbol juvenil que él dirigía.
La técnica en los equipos de Rolo afloraba por naturaleza, sembrada en sus jugadores en cada una de sus prédicas deportivas. La estética a la hora de ganar, valía la misma cantidad de monedas, tanto para tirar un caño como para trabar la pelota hasta crujir los huesos. Y así era él en sus cosas de todos los días, frontal, sincero; blanco cuando era blanco y negro cuando era negro.
La vida le dio cuatro hijos, las tres primeras mujeres y, cuando parecía que todo estaba hecho, en el atardecer de la fertilidad de Sofía, llegó Carlitos, su hijo menor, el varón esperado.
Una tarde de otoño, pensativo, acariciándose el mentón con la mano izquierda y olvidando el cigarrillo que se iba en humo en la otra mano, Rolo reflejaba una tristeza y preocupación para cualquiera que lo observara, sentado en un banco de la plaza. Lo distrajo un silbido de Salinas, amigo del club de barrio, que se acercaba para conversar:

-¡Qué tal, Rolo! ¿Vamos para el club?

-Sí, iba en camino pero me senté un rato para pensar… a veces me hace falta…

-¿Algún problema serio?

-Más que un problema es una duda… pero que no sé cómo resolver…

-Si puedo ayudarte sabés que soy tu amigo… -se brindó Salinas palmeándole la espalda.

-Es difícil, no lo hablé con nadie… ni con Sofía…

Viendo que la situación era peliaguda, Salinas se sentó junto a Rolo y, con ánimo solidario pero en tono de orden, le dijo:

-¡Desembuchá!

-Es Carlitos… mi hijo. Ya cumplió dieciséis. Le he comprado camisetas de todos los clubes, pelotas de todos los colores… y los botines… ¡Me empeñé para comprarle los mejores y descansan en el ropero!… Ni los tocó.

-Quizás el fútbol no le gusta, no es para tanto… ¿Hablaste con él?

-No me animo. Hay actitudes en él que me descolocan. Tiene más amigas que amigos, habla de moda con las hermanas, y lo peor: ¡lo pesqué pintándose las uñas anoche!

-¡¿Y qué le dijiste?!

-Seguí de largo y me fui a dormir. Pasa que tengo terror de que su respuesta sea lo que presiento…

Salinas sabía la respuesta. No era difícil adivinarla. Además, la duda que angustiaba a Rolo ya había sido desentrañada en el barrio hace algunos años, cuando Carlitos despertaba a la pubertad.

-Parece ayer cuando nació -recordó en voz alta Rolo-, el mismo día que Boca le metió cinco pepinos a River e hizo cuatro García Cambón que debutaba. En honor a él le puse su nombre, Carlos María… ¡Es cosa de mandinga!

-“En casa de herrero, cuchillo de palo” -reflexionó Salinas.

-Tenés que hacerme un favor -pidió Rolo a su amigo-, citalo vos a la canchita del club y le tomás una prueba. El fútbol es como la vida, nosotros lo sabemos. Vos lo vas a ver con ojos neutrales para dar un veredicto… y después me cantas la justa.

Salinas asintió con la cabeza, le dio un abrazo y se fue pensando en la misión a cumplir.
***

El encuentro fue pactado a las nueve de la mañana; todavía estaba mojado el césped con rocío. Carlitos entró a la cancha vestido con atuendo de Boca Juniors. Los pantaloncitos, amarillos por delante y azules por detrás, mostraban un retoque de costurera que los ceñía y acortaba un poco.
Salinas tomó la pelota, la pateó hacia adelante al ras del piso y le gritó a Carlitos:

-¡Picá y pegale al arco!

Haciendo un esfuerzo y corriendo a los saltitos, desgarbado y desarticulado, el pibe tropezó y cayó de cara contra el piso. Se tomó el rostro con las manos y respiró profundo para evitar llorar.
Salinas se acercó, lo ayudó a levantarse y, tomándolo fuerte del brazo izquierdo le aconsejó:

-Esto no es para vos, pibe. Luchá por lo que te gusta y por ser vos mismo, por tu identidad y tus sentimientos. Acá todos te queremos, te respetamos y, por sobre todas las cosas, tu padre te ama y te espera para darte un abrazo.

***
Desde aquel día, el adolescente archivó su primer nombre para quedarse con María. Salinas se encontró con su amigo y, en el idioma que él entendería, le dijo sin vueltas:

-Rolo, tu hijo es un gran pibe. Pero acordate, cuántas veces para ser felices y quedarnos con el triunfo, en vez de jugar la pelota corta… la tiramos a la tribuna.




Chivilcoy, 2012

Copyright © Guillermo Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-987-33-2139-9
Supervisión editorial: María del Valle Grange.
Hecho el depósito que fija la Ley 11.723.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer (Chivilcoy), 2012.

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