Pelota a la tribuna
Rolando
Sotera era como un maestro para los pibes del barrio. A veces fue más que un
padre para muchos niños, esparcidos como hojas que viajan sin rumbo junto a un
viento huracanado.
Llegado del laburo, Sofía, su esposa, lo esperaba
con la bandeja de plata que fuera de su madre, donde descansaban el mate, la
yerbera y la pavita de aluminio que el Rolo prefería.
Sentado en el banco de piedra de la vereda, cebada
tras cebada, esperaba que los muchachitos de la cuadra poco a poco llegaran en
silencio; sentados en el piso, se aprestaban a escuchar las charlas de Rolo,
que divagaban entre la filosofía de la vida y la formación del equipo de fútbol
juvenil que él dirigía.
La técnica en los equipos de Rolo afloraba por
naturaleza, sembrada en sus jugadores en cada una de sus prédicas deportivas.
La estética a la hora de ganar, valía la misma cantidad de monedas, tanto para
tirar un caño como para trabar la pelota hasta crujir los huesos. Y así era él
en sus cosas de todos los días, frontal, sincero; blanco cuando era blanco y
negro cuando era negro.
La vida le dio cuatro hijos, las tres primeras
mujeres y, cuando parecía que todo estaba hecho, en el atardecer de la
fertilidad de Sofía, llegó Carlitos, su hijo menor, el varón esperado.
Una tarde de otoño, pensativo, acariciándose el
mentón con la mano izquierda y olvidando el cigarrillo que se iba en humo en la
otra mano, Rolo reflejaba una tristeza y preocupación para cualquiera que lo
observara, sentado en un banco de la plaza. Lo distrajo un silbido de Salinas,
amigo del club de barrio, que se acercaba para conversar:
-¡Qué tal, Rolo! ¿Vamos para el club?
-Sí, iba en camino pero me senté un rato para
pensar… a veces me hace falta…
-¿Algún problema serio?
-Más que un problema es una duda… pero que no sé
cómo resolver…
-Si puedo ayudarte sabés que soy tu amigo… -se
brindó Salinas palmeándole la espalda.
-Es difícil, no lo hablé con nadie… ni con Sofía…
Viendo que la situación era peliaguda, Salinas se
sentó junto a Rolo y, con ánimo solidario pero en tono de orden, le dijo:
-¡Desembuchá!
-Es Carlitos… mi hijo. Ya cumplió dieciséis. Le he
comprado camisetas de todos los clubes, pelotas de todos los colores… y los
botines… ¡Me empeñé para comprarle los mejores y descansan en el ropero!… Ni
los tocó.
-Quizás el fútbol no le gusta, no es para tanto…
¿Hablaste con él?
-No me animo. Hay actitudes en él que me
descolocan. Tiene más amigas que amigos, habla de moda con las hermanas, y lo
peor: ¡lo pesqué pintándose las uñas anoche!
-¡¿Y qué le dijiste?!
-Seguí de largo y me fui a dormir. Pasa que tengo
terror de que su respuesta sea lo que presiento…
Salinas sabía la respuesta. No era difícil
adivinarla. Además, la duda que angustiaba a Rolo ya había sido desentrañada en
el barrio hace algunos años, cuando Carlitos despertaba a la pubertad.
-Parece ayer cuando nació -recordó en voz alta
Rolo-, el mismo día que Boca le metió cinco pepinos a River e hizo cuatro
García Cambón que debutaba. En honor a él le puse su nombre, Carlos María… ¡Es
cosa de mandinga!
-“En casa de herrero, cuchillo de palo” -reflexionó
Salinas.
-Tenés que hacerme un favor -pidió Rolo a su
amigo-, citalo vos a la canchita del club y le tomás una prueba. El fútbol es
como la vida, nosotros lo sabemos. Vos lo vas a ver con ojos neutrales para dar
un veredicto… y después me cantas la justa.
Salinas asintió con la cabeza, le dio un abrazo y
se fue pensando en la misión a cumplir.
***
El encuentro fue pactado a las nueve de la mañana;
todavía estaba mojado el césped con rocío. Carlitos entró a la cancha vestido
con atuendo de Boca Juniors. Los pantaloncitos, amarillos por delante y azules
por detrás, mostraban un retoque de costurera que los ceñía y acortaba un poco.
Salinas tomó la pelota, la pateó hacia adelante al
ras del piso y le gritó a Carlitos:
-¡Picá y pegale al arco!
Haciendo un esfuerzo y corriendo a los saltitos,
desgarbado y desarticulado, el pibe tropezó y cayó de cara contra el piso. Se
tomó el rostro con las manos y respiró profundo para evitar llorar.
Salinas se acercó, lo ayudó a levantarse y,
tomándolo fuerte del brazo izquierdo le aconsejó:
-Esto no es para vos, pibe. Luchá por lo que te
gusta y por ser vos mismo, por tu identidad y tus sentimientos. Acá todos te
queremos, te respetamos y, por sobre todas las cosas, tu padre te ama y te
espera para darte un abrazo.
***
Desde aquel día, el adolescente archivó su primer
nombre para quedarse con María. Salinas se encontró con su amigo y, en el
idioma que él entendería, le dijo sin vueltas:
-Rolo, tu hijo es un gran pibe. Pero acordate,
cuántas veces para ser felices y quedarnos con el triunfo, en vez de jugar la
pelota corta… la tiramos a la tribuna.
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
978-987-33-2139-9
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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