Hormigas
Roberto salió del viejo edificio donde vivía. Abrió
su paraguas para evitar la llovizna que el cielo gris dejaba caer desde la
noche. Su mirada perdida y su rostro carente de expresión, hicieron que al
cruzarse con uno de sus vecinos, éste pasara indiferente… sin saludarlo, como
todos los días.
Llegó a su trabajo y al abrir la puerta recibió la
bienvenida de Horacio:
-¡Hola, Robi! ¿Cómo estás? Llegué temprano porque
me acercó mi esposa en el auto… por la lluvia.
-Comenzaste mejor el día que yo -contestó Roberto-;
tuve en el camino la maldición de pisar dos baldosas flojas... y eso me
enfurece.
Siento que esa odiosa agua sucia me invade, se mete
en mis zapatos... me salpicó hasta las rodillas.
-Bueno, no es para tanto, date prisa que quiero
mostrarte algo -dijo Horacio. Se dirigió a la oficina del jefe y, abriendo la
puerta, invitó a su compañero a pasar al recinto.
Roberto tuvo la sensación de caminar en el aire al
pisar la frondosa alfombra verde; recorrió con su mirada los muebles de roble,
los cuadros que colgaban en las paredes, pintadas en perfecta combinación de
colores, y sintió en su piel la temperatura apropiada que la calefacción
encendida daba al ambiente. Al salir de su asombro preguntó:
-¿Cuándo hicieron todo esto?
-El último fin de semana. Es una empresa que se
dedica exclusivamente a la decoración y hace todo en el tiempo justo que pide
el cliente -explicó Horacio.
***
Caminando lentamente, Roberto fue hacia su cuarto
de trabajo, lindero a la oficina principal. Encendió una estufa eléctrica y,
luego de sentarse en su silla de plástico, comenzó a observar los dibujos que
la humedad dibujaba en la pared cada día. Su conciencia le advirtió que el
material aislante de la oficina refaccionada daría mayor vida a las horrendas
figuras que lo observaban desde siempre.
Él sabía que sería así. Aquellos rostros se
agigantaban con el paso del tiempo; algunos tenían un solo ojo, pero comprendía
que era suficiente para controlar cada uno de sus movimientos. Las figuras
desprendían un olor a rancio que penetraba en los viejos libros y archivos, en
las estanterías que llegaban hasta el techo.
El miedo lo invadió cuando pensó que aquellos
libros cerrados, dormidos como almas inertes, tomarían otra vez vida con aquel
flujo hediondo… y también podrían observarlo.
“¿Cuáles ojos serán los de mi jefe?”, se preguntaba
una y otra vez. Y las risas que venían de al lado lo atormentaban cada día más.
***
Una mañana, Roberto olvidó sobre su escritorio un
pocillo con restos de café azucarado. Al regresar por la tarde, un ejército de
hormigas desfilaba sobre aquél. Se detuvo, las miró detenidamente y siguió su
recorrido hasta llegar a un pequeño orificio en el zócalo de la pared: el lugar
de donde salían. Comprendió que estaba en lo cierto; venían de la oficina del
jefe. Todavía solo en el lugar, se dirigió a la misma, se quitó los zapatos y
caminó sobre la alfombra hasta el ventanal que daba a la avenida. Miró hacia
abajo y murmuró entre dientes para sí mismo: “Toda esa gente ahí abajo, vive y
piensa como hormigas, caminan como hormigas, se esquivan como hormigas. Todas
responden y vienen de algún hormiguero... todos somos hormigas…”
Un tiempo después, Roberto llegó distinto a su
trabajo, con mejor humor. Saludó a Horacio y, convidándolo con un caramelo de
menta, dio inicio a la conversación:
-¡Hoy sí que es un espléndido día! ¡Un sol radiante
y una temperatura agradable para venir caminando!
-¡Por fin te veo un poco mejor! ¿Qué traés en ese
paquete? -le preguntó Horacio.
-Pasé a comprar algunas cosas que necesito. A
mediodía tengo menos tiempo y aproveché para hacerlo ahora -explicó Roberto,
mientras se disponía a calentar un poco de café.
Volvió con tres pocillos servidos sobre una
bandeja. Llevó el primero a su jefe y cerró la puerta al salir. Sirvió el
segundo pocillo a Horacio y sentándose en una silla, tomó el primer sorbo del
suyo.
-¡Muy bueno! ¡Está a punto! -aprobó Horacio.
-Tan a punto que marca el inicio de nuestra
felicidad -respondió Roberto, imprimiendo una sonrisa a su imagen tísica.
Sobre una vieja silla se apoyaba el paquete que
había traído. Tomándolo con ambas manos, a modo de trofeo, lo colocó sobre el
escritorio para que Horacio pudiera ver el envase de café y el frasco con
veneno para hormigas, símbolo de la libertad que siempre había deseado.
Chivilcoy, 2012
Copyright © Guillermo
Rodolfo Pinotti, 2012.
Todos los derechos
reservados.
ISBN:
978-987-33-2139-9
Supervisión editorial:
María del Valle Grange.
Hecho el depósito que
fija la Ley 11.723.
Impreso en la
Argentina - Printed in Argentina.
Impresiones GraFer
(Chivilcoy), 2012.
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